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jueves, 8 de septiembre de 2016



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Ahora a leer, disfrutar y comentar:


Un episodio (des)afortunado parte 3



Lo primero que debería contarles es quien soy. O mejor dicho quién era antes de todo lo que me sucedió, me llamó Juan. Estaba casado desde hacía tres años con Julia, una maestra jardinera, y llevaba una vida relativamente normal. Normal hasta que una noche como cualquier otra mi esposa insistió en que salgamos a comer a un restaurant nuevo con comida un tanto exótica.

No muy convencido acepté, no soy de las personas amante de los grandes cambios, para mi hubiera sido suficiente una hamburguesa y una buena película, pero mi mujer es todo lo opuesto y para darle el gusto accedí.

Lo que comimos tenía buen sabor, pero al llegar a mi estómago no cayó nada bien. Se lo comuniqué a Julia, pagamos la cuenta y salimos del lugar. Manejé tan rápido como me era posible, pero la presión que sentía desde mi interior era cada vez mayor.

Llegamos a la casa y justo antes de que lograra entrar al baño no resistí más y mis intestinos se vaciaron por completo en mis pantalones. Mi esposa se percató de esto al ver como se abultaba la ropa y se esparcía una mancha marrón.

-Ho querido –exclamó -¿No llegaste?

Apenas atiné a negar con la cabeza, ella sonrió con dulzura y tomándome de la mano me llevó a nuestra habitación. Me recostó boca arriba, tomó unos algodones y se predispuso a limpiarme.

-¡No es necesario! –me apresuré a decir -.Yo… yo puedo hacerlo.

-Sé que sí, pero estas muy sucio y vas a tardar mucho, yo te ayudo.

Sin mediar más palabra me limpió cuidadosamente, yo estaba rojo de vergüenza por un lado por los acontecimientos sucedidos y ahora por lo situación que se había dado.

Las descomposturas y las dificultades para llegar hasta el baño, a pesar que no estaba muy lejos, hicieron que mi esposa a media noche saliera en busca de una farmacia para comprar algún medicamento.

Un cuarto de hora después regresó, me dio una pastilla y me volví a recostar en la cama casi sin fuerzas para moverme. Fue en ese momento que sentí como mi señora me quitaba el pantalón y luego sentí que me rociaba con algo, sobre todo en mi cola.

-Levanta un poco la cintura –me pidió, cuando la miré vi que estaba desplegando un enorme pañal blanco.

-¡¿Qué… qué eso?! ¡Yo no quiero un pañal! –exclamé avergonzado.

-¿Preferís seguir manchando tu ropa?

Tenía un buen argumento sumado a que yo ya no tenía fuerzas para pelear. Hice lo que me pidió, acomodó el pañal debajo de mi cola y lo cerró con fuerza a la altura del abdomen. Era súper incómodo y cada vez que me movía hacía un ruido como de bolsa de plástico.

Luego de un buen rato logré dormirme. Pero cerca de las tres de la mañana sentí como la urgencia me llamaba de nuevo. De verdad no tenía más fuerzas y estaba extenuado, por ello se me pasó por la cabeza hacer uso del pañal que tenía puesto. Pero enseguida desistí de eso.

Cuando di los primeros pasos camino al baño, mi esfínter falló y mi pañal se llenó de popo y tomó una tonalidad amarronado.

-¿Otra vez, cariño? –preguntó Julia

Me tomó de la mano y me recostó sobre la cama, me limpió con toallitas húmedas para bebés, y luego me coloqué un nuevo pañal.

-Ves que los necesitas –exclamó ella.

Mi vergüenza no daba para más y comencé a llorar sin consuelo.

-Ya, ya –me calmó -.Pareces un bebito llorando así o ¿acaso eres un bebito? Eh ¿eres mi bebito? –bromeó mientras me besaba la barriga.

-No es gracioso- respondí.

-Lo sé, es un chiste.

Al día siguiente mi malestar no había mejorado. Mientras mi esposa se preparaba para irse a trabajar al jardín, se tomó unos minutos para realizarme un nuevo cambio de pañales.

-No quiero dejarte así, pero tampoco puedo faltar al trabajo.

-Anda, estaré bien  -respondí tomándome la barriga.

-No, ya sé que vamos a hacer. Vas a venir conmigo.

-¡¿Qué?! ¡No de ninguna manera! –me negué.

Pero de nuevo mi decisión no fue tomada en cuenta y sin poder protestar mi mujer me llevó al jardín, de manera que al mismo tiempo que trabajaba me cuidaba.

Cuando estábamos yendo en el auto me percaté que del apuro me había sacado con mi pijama.

-No puedo ir así. Regresemos a casa –le pedí.

-No, ya voy tarde. Toma ponte esto –me entregó su delantal de jardinera, con él puesto parecía un niño más.

Desde luego que no quería eso pero no tenía más opción, ni ropa. Al arribar, los niños del jardín me miraban sorprendidos, otros murmuraban entre si y unos pocos se reían mientras me señalaban. Yo sentía que moriría de la vergüenza de un momento a otro.

Cuando la clase comenzó me quedé a un costado, pero mi mujer me regañó.

Se me acercó, me tomó de la mano y como si fuera un niño más me llevó con los demás y me hizo sentar con ellos.

-¡¿Qué estás haciendo?!  -le recriminé por lo bajo.

-No quiero que estés lejos, así te puedo controlar y estoy atenta a si necesitas un cambio de pañal.

-Esto es muy vergonzoso.

-No pasa nada, mi cielo –me acarició la cabeza y me sentó en el suelo.

Como si me fuese uno más de sus alumnos me unió a cada actividad que realizaba: me hizo dibujar y pintar, jugar con juguetes y con los demás niños y niñas.

En un determinado momento nuevamente los cólicos regresaron, me acerqué a mi esposa y hablando bajo y directo al oído le expliqué.

-No pasa nada para eso tienes el pañal –me explicó también por lo bajo.

-¡Que! ¡No! Decime donde está el baño.

-Bebé relájate.

Esas dos simples palabras hicieron tambalear mi resistencia y de parado sentí como una gran cantidad de popo salía de mí y se desparramaba a lo largo del abultado pañal.

Enseguida el olor comenzó a esparcirse por toda la sala y fue muy evidente de quien venía.

-Bebé ¿otra vez? –exclamó mi esposa.

Me tomó de la mano y me llevó hasta un mueble cambiador y allí frente a todos me cambió el pañal, las risas y burlas fueron tantas que ni bien cerró el pañal lo mojé por completo.

-¡Bebé! –me retó tocando mi entrepierna y sintiéndola húmeda y pesada –Acabo de cambiarte.

No dije nada, simplemente aguardé allí por un nuevo cambio.

Las situaciones a vergonzantes continuaban, ya que debía hacer cuanta actividad se programaba para los niños y básicamente ser uno más.

Media hora más tarde llegó la hora de la siesta, yo aproveché ese momento para increpar a mi esposa, pero ella respondió con tranquilidad.

-Es solo un juego, no te molestes. Ahora ve a dormir un rato.

-No soy un bebé y tampoco uno de tus alumnos.

-Ah sí, acá yo soy la autoridad, por lo tanto soy tu maestra y me tienes que hacer caso.

-Pues no tengo sueño.

-Yo tengo un método.

Rebuscó en un cajón y saco una mamadera y la llenó de leche.

-Ven a tomar, bebé.

-¿Qué? No voy a tomar de una mamadera.

-La leche te va a hacer bien. Nadie nos ve, vamos.

Con cierta duda me acerqué a ella y me recosté en su regazo. Me puso la mamadera en la boca y comencé a succionar. El cansancio acumulado de la noche más la leche hicieron que me duerma.

Cuando desperté lo hacían los demás niños, enseguida noté mi pañal más pesado y de una tonalidad amorronada.

Lo que siguió fue un nuevo de cambio de pañales frente a todos, y luego una mañana llena de actividades infantiles.

                                                                                                                         
Así fue mi día, y en casa la situación no cambió mi esposa aun me trataba como a un bebé. Mi malestar continuó tres días más, tiempo en el cual debía ir al jardín con mi esposa  y donde me convertía en su alumno y su bebé.



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