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Ahora a leer, disfrutar y comentar:
Alimentando a
mi esposo/bebé
Es de público conocimiento que cuando una mujer está dando de amamantar y
de un día para otro deja de hacerlo, su cuerpo sigue produciendo leche y esto
le provoca un gran dolor, hago esta aclaración porque fue el modo en que
ingresé al mundo ABDL.
Así es, tal como leyeron. De un día para el otro mi hijo, de seis meses de
edad, decidió no beber más del pecho de su madre. Lo intentamos todo, pero nada
funcionó. Consultamos el pediatra y éste nos explicó que debíamos alimentarlo
con mamadera y así lo hicimos.
El verdadero problema es que mi mujer seguía produciendo leche, y al no poder
expulsarla sufría de fuertes dolores, al punto tal que se volvía por momentos
insoportables. Probamos con sacadores de leche, pero le producían aún más
dolores.
Una noche el sufrimiento había llegado al máximo, quise ayudar pero no
encontraba la forma. Hasta que casi como una súplica me dijo:
-Por favor, toma vos la leche.
-¡¿Qué?! –exclamé alarmado -.No, debe haber otra forma.
-¡Por favor ya no aguanto más! –pidió.
Estaba a punto de volver a negarme, pero me lo pidió con un grito de dolor.
Casi sin pensar me arrojé sobre su pecho y comencé a succionar como supuse que
debía hacerse. En breve segundos sentí como una leche pastosa ingresaba en mi
boca. El sabor era realmente desagradable, pero al sentir que los dolores de mi
esposa disminuían continué. Una vez vaciado un pecho seguía con el otro.
Aquella noche durmió con tranquilidad. Aunque yo un poco perturbado.
Dos días después, de vuelta a la hora de ir a dormir, la situación volvió a
repetirse. A mi esposa nuevamente le había vuelto los dolores de pecho, y otra
vez me hizo el mismo pedido. Desde luego que esta vez me negué rotundamente,
pero sus suplicas hicieron desplomar mi resistencia y accedí a su pedido. Me
recosté sobre su regazo y bebí de sus pechos. Apenas un poco de cada uno de
manera que le calmara el dolor. Luego me incorporé, y me limpié la boca.
-¿No vas a beber más? –me preguntó.
-No, tomé lo suficiente para que no te duela, pero estoy lleno, cené mucho
y no tengo más hambre.
Dicho esto me dispuse a dormir, sin saber que las palabras que había
pronunciado convertirían a la situación en algo más raro aún.
Al día siguiente volví cansado del trabajo y muerto de hambre. Al ingresar
a la cocina noté que mi esposa preparaba la cena para ella y para el bebé pero
no para mí. Al cuestionarla sobre esto simplemente me respondió con gran
ternura:
-No quiero que te llenes como anoche, cuando vayamos a dormir tendrás tu
comida.
Obviamente me molesté por esta situación y le aclaré que ya no lo haría
más, que se estaba pasando del límite. Dicho esto me marché a mi dormitorio.
Casi una hora después escuché a mi señora acostarse al lado mío.
-¿Estás seguro de que no queres cenar? –me preguntó.
La verdad es que moría de hambre y esa era la razón por la cual no podía
conciliar el sueño. Resignado hice lo mismo que noches anteriores, me recosté
sobre su regazo y ella me ofreció su pecho. Mientras bebía me sostenía con
delicadeza la cabeza y con la otra mano me daba ligeros golpecitos en la cola.
No sé porque pero en ese momento imaginé que si hubiera tenido un abultado
pañal hubiera sido fantástico.
Esa noche me acabé la leche de los dos pechos, y de haber más hubiera
continuado. Mi esposa me abrazó y con ligeros toques en mi espalda me ayudó a
eructar, luego me besó la frente para que durmiera. Sin embargo me costó dormir
aquella noche, no solo por la situación que se estaba dando sino también porque
aquella noche algo había cambiado en mí, aquella leche que antes me parecía
desagradable ahora empezaba a gustarme, de hecho aquella noche anhelaba beber
más.
Al otro día en el trabajo, a la hora del almuerzo, miraba casi con asco el
pastel de carne que había comprado para comer. Apenas probé unos pocos bocados
y el gusto me asqueó. Era otra cosa lo que deseaba saborear y sabía que lo
tendría al llegar a mi casa.
Pero al hacerlo noté que mi señora me preparaba la cena.
-Deja, comeré al acostarnos –le dije.
-¿Seguro?
-Sí –respondí como si estuviera resignado y como si aquello me costará
mucho, cosa que no era cierto, ya no.
-De acuerdo, bebé –me respondió con una sonrisa dulce.
Desde luego que cuando llegó el momento de mi amamantamiento lo disfrute al
máximo, cada gota de ese dulce néctar que entraba en mi boca. Las noches que
siguieron se repitieron de la misma forma, y yo cada vez lo gozaba más y
parecía que mi esposa también.
Sin embargo dos semanas después mi suerte se terminó mi esposa tenía una
cena con amigas, por lo tanto sabía que aquella noche no podría tener mi
manjar. Pedí una pizza que apneas probé. Luego mi hijo enfermó, así que pedía a
una vecina que lo cuidara unos minutos muestras yo iba a una farmacia a
comprarle su medicamento.
Al llegar, vi un enorme paquete de pañales para adultos, mi deseó fue
inmenso. Y cuando el farmacéutico me preguntó si deseaba algo más, dije:
-Ah sí, y deme un paquete de pañales para adultos –exclamé como si hubiera
sido un pedido de alguien más.
De vuelta en mi casa, di el remedio a mi hijo y una vez que se durmió. Me
dirigí al baño y me coloqué un pañal. La sensación fue indescriptible pero sin
duda fue mágica. Mi miré en el espejo desde distintos ángulos disfrutando al
máximo. Luego tomé algunos objetos de mi hijo, como el babero y algunos
juguetes y seguí disfrutando de mi imagen en el baño.
Pero cuando salí me encontré con mi mujer que me observaba. Me quedé
inmóvil, sin saber qué hacer.
-¿Qué haces… acá? –alcancé a balbucear.
-No iba a dejar a mi bebé sin comer –me respondió con dulzura.
Me tomó de la mano y me llevó a la cama, se recostó y yo me coloqué en su
regazo, se bajó parte del vestido y nuevamente me alimentó. Aquella noche fue
mágica. Al terminar, otra vez me abrazó y me ayudo a eructar. Luego me limpió
la boca con el babero y me recostó. Me tocó la entrepierna y luego dijo.
-Cuando vuelva te cambio –salió de la habitación.
Me miré sorprendido y descubrí que había mojado el pañal si darme cuenta,
enseguida me vinieron ganas de hacer popo y pensé en dirigirme al baño, pero
pensé en el pañal y sin dudarlo comencé a hacer fuerza y embarrarlo.
Al regresar mi esposa sintió el olor y dijo.
-Me parece que el bebé, también se hizo popo.
Me recostó sobre el cambiador, me puso un chupete en la boca. Y procedió a
limpiarme con toallitas húmedas, cuando terminó me puso talco y un nuevo pañal.
Y así dormí toda la noche. A partir de ese momento esto se hizo moneda
corriente: mi esposa me alimenta con su leche, mientras yo me visto con pañales
y cosas de bebés. Luego de la comida
viene el cambio de pañal, para dormir sequito y limpio toda la noche.
Ahora ha pasado el tiempo y mi hijo ya es un poco más grande por lo cual es
más difícil repetir nuestro ritual nocturno. Pero cada vez que podemos no lo
dudamos, mi esposa sigue produciendo leche a causa de mi succión, por lo tanto
cuando encontramos la oportunidad, ella se transforma en mi mami y yo en su
tierno bebé.
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