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martes, 13 de septiembre de 2016




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Ahora a leer, disfrutar y comentar:

La respuesta a mi problema



Todo lo que había querido en mi vida era tener una novia. Una novia como tenía mi hermano, mis primos, mis amigos. Es decir una novia como cualquier chico normal.

El tema es que yo no soy como cualquier chico normal, tengo algo que me hace distinto, un problema incurable. Desde los ocho años sufro de incontinencia severa. Los problemas de incontinencia son horribles, pero en la mayoría de los casos se cura después de un tiempo, otros casos más complicados necesitan de una medicación y un tratamiento prolongado, pero también se supera.

Pero mi problema es distinto, mi incontinencia no solo es incurable sino que además es crónico, es decir si ira haciendo cada peor con el paso del tiempo.

Al principio debía usar pañales durante las noches, después comencé a mojar mis pantalones estando despierto, por ello tuve que usar pañales las 24 hs. del día.

Creen que las cosas no pueden ser peores, pues sí.  Los médicos creen que con el tiempo también fallara mi esfínter, por lo tanto pronto también me haré popo sin poder hacer nada para evitarlo.

Imagino que ahora podrán entender porque no puedo tener novia, ¿qué mujer podría aceptarme en mis condiciones?

Pensé que pasaría el resto de mi vida en soledad y ese era mi gran temor.

Entré en una página de internet de citas, allí hablé con varias mujeres, pero con una en particular de nombre Marcela. Fue tal el nivel de confianza que alcancé con ella que luego de dos meses de charla, me decidí por contarle mi problema. Estaba seguro de después de ello jamás me hablaría de nuevo, pero lejos de eso se interesó aún más por mí y me invitó a vernos en su departamento.

Estaba en éxtasis, creía haber encontrado la mujer que tanto buscaba.

Llegué a la dirección indicada. Me encontré con una mujer bastante agraciada a pesar de que ya pasaba los cuarenta años (yo tengo treinta y uno).

Durante cerca de una hora hablamos de trivialidades, hasta que ella hizo un prolongado silencio hasta que dijo:

-¿Traes un pañal puesto?

-Eh… si… -dije apenado.

-¿Podrías mostrármelo?

-Ah… -balbuceé –. De… de acuerdo.

Con una gran pena me levanté de mi sitio, me bajé un poco los pantalones, hasta dejar al descubierto un enorme pañal blanco.

-Vaya es verdad. Y ya está mojado –exclamó tocándolo.

-Perd… perdón.

-No tienes por qué disculparte. Ya habíamos hablado de esto, no es tu culpa.

-Sí, pero…

-Pero nada –me interrumpió -.Ven conmigo.

Me tomó de la mano y me guio hasta su cuarto, me recostó sobre la cama.

-¿Qu… qué vas a hacer?

-No puedes andar por ahí todo mojado, te va a hacer mal –me respondió mientras hurgaba en su ático buscando algo.

Al hallarlo lo dejó en el piso. Me desprendió el pañal.  Del bolso del piso sacó toallitas húmedas con las que me limpió, me roció con talco y me colocó un nuevo pañal.

-¿V… vos también usas pañales?

-No –me dijo con gran ternura y terminado de acomodar mi pañal –.Pero me gusta cuidar de bebes como vos.

-¡¿Qué?! –salté de mi sitio y me subí los pantalones -¡No soy un bebe!

-Claro que sí, usas pañales como uno y te haces en ellos sin darte cuenta, eres un bebe.

-¡Estás loca, no soy un bebe!

Giré sobre mis talones indignado y me dispuse a marcharme, pero su voz me detuvo.

-¿A dónde vas, Lucas? Tú mismo lo dijiste, no hay mujer en el mundo que vaya a aceptarte. En cambio yo estoy dispuesta a hacerlo. Te trataría con amor, te cuidaría por siempre.

-Pero no soy un bebe.

-Pero podes aprender a serlo, no es complicado. De esa manera los dos tendríamos lo que buscábamos, ya no estarías solo.

Esa palabra resonó en mí como un tambor.

-¿Lo decís en serio? –pregunté.

-Seré como una mamá para vos, por siempre.

-Y ¿Yo que debería hacer? –inquirí con resignación.

-Nada- se acercó y me abrazó y me acurrucó en su pecho -.Nada –repitió –solo ser un bebe. Veras, que es muy fácil.

Lo primero que tuvo que hacerse fue despojarme de mi ropa de adulto, según Marcela ya jamás volvería a usarla. Me colocó un bodi con dibujos infantiles y que se abrochaba en al entre pierna. Con esa ropa y un pañal más abultado de los que yo usaba normalmente se me hizo difícil caminar y debía hacerlo con las piernas bien separadas.

-No tendrás algo menos incomodó –exclamé, pero la mujer me calló colocándome un chupete en la boca y de la mano me llevó hasta la cocina.

Allí había una sillita alta de bebe, pero de mi medida. Me hizo sentarme allí, me colocó unos tiradores de seguridad un babero, y se puso a preparar una papilla a base de banana, manzana y  miel.

-Quiero que crezcas como un bebe fuerte y sano, así que a comer. Aquí viene el avioncito –dijo mientras llevaba la cuchara cargada hasta mi boca.

La comida no era desagradable tenía buen sabor así que intente comportarme como un buen bebe, y comí todo lo que me ofrecía. Cada tanto escupía un poco como recordaba que hacían los bebes, eso parecía agradar a Marcela que me limpiaba la boca y seguía dándome de comer.

Terminado el almuerzo, me tomó de la mano y me llevó al living. Allí me recostó sobre su regazo y me ofreció de beber una mamadera llena de leche, la cual bebí porque tenía la comida atragantada.

Marcela mientras me acariciaba la cabeza de forma dulce o alternaba con ligeros golpecitos en la cola del pañal. Una vez terminada la leche. La mujer me abrazó y con golpecitos en la espalda me ayudó a eructar.

-Creo que ya es hora de cambiarte los pañales –me dijo.

-Aún pueden aguantar más.

-Mi vida, ya te has hecho popo.

Me miré por encima de mi hombro y vi como mi pañal, en la parte de atrás, se había puesto marrón y apenas me moví un poco sentí el pañal más pesado y además como toda la caca se había esparcido por mi colita, finalmente estaba sucediendo lo que los médicos me habían anticipado.

Mi nueva “mami” me tomó de la mano y me llevó hasta una habitación amueblada como para un bebe. Me recostó sobre un cambiador plástico, me quitó el pañal sucio, y mientras me sostenía las piernas en alto me limpió con toallitas húmedas. Aún con las piernas en alto me acomodó un pañal debajo, lo paso entre mis piernas y lo ajustó por encima del ombligo.

Tomándome de la mano me llevó nuevamente al living, allí armó un corralito de bebé, lo llenó de juguetes y me colocó dentro. Al ver que abría la boca para hablar me colocó un chupete y me dijo:

-Los bebes no hablan, juga aquí dentro mientras yo preparo la cena.

Por un tiempo me quedó allí quieto viendo lo que había a mi alrededor, hasta que finalmente por el aburrimiento tomé un sonajero y un oso de peluche y con ellos logré entretenerme y matar un buen rato. Luego de un rato me desplacé hacia otro lugar del corralito y al hacerlo noté mi pañal pesado. Disimuladamente corrí mi ropa y me observé estaba amarillento, señal de que me había hecho pipi y más de una vez. Suspiré, con melancolía. Mi problema era terrible ninguna mujer me desearía. Pero entonces pensé en Marcela, ella me aceptaba y me quería como era, solo me pedía a cambio actuar como bebe, me di cuenta de que era lo que mejor encontraría, en ese momento me resigné, podía ser feliz a cambio solo me pedía ser un bebe y lo haría.

Durante la cena me volvió a colocar en una sillita alta y me dio de comer papilla de bebe y luego una mamadera llena de leche.

Por último me llevó a lo que sería mi nuevo cuarto, que a simple vista era el cuarto de un bebe, pero todo a mi medida.

Me acostó en un mueble cambiador, mientras yo balbuceaba y me agarraba los pies, eso pareció gustarle. Allí me hizo un último cambio de pañales y me puso un pijama infantil.

Me llevó hasta una cuna, bajó la baranda de seguridad y me ayudó a entrar para luego volver a cerrar la reja, me arropó con cuidado y me cantó una canción mientras me mecía lo que ayudó a que me duerma, terminando así mi primer día como bebe.

El día siguiente  empezó con una mamadera repleta de leche tibia y un cambio de pañales. La jornada fue más o menos igual a la anterior. Sin embargo el tercer día fue distinto, yo me había resignado a ser un bebe y Marcela notó eso. Por ello a media mañana exclamó:

-Bueno, bebe es hora de dar un paseo.

-¡¿Qué?!-dije alarmado.

-Los bebes no hablan –me respondió poniéndome el chupete en la boca.

Me puso en un cochecito me puso correas para que no pueda salir y fuimos a la calle, yo moría de vergüenza, le gente me miraba asombrada.

-Por favor volvamos-supliqué varias veces pero siempre me daba la misma respuesta:

-Ya los disfrutaras.

Cuando por fin estuvimos en casa me sentí aliviado. Pero la experiencia se repitió al día siguiente, y al siguiente. Hasta que finalmente una semana después de comenzar. Se me hizo natural, ya no me importaba lo que los demás dijeran o creyeran lo importante era que yo era feliz, y siendo el bebe de Marcela era muy feliz. Incluso me dejé cambiar los pañales en una plaza del barrio, simplemente cuando me sentía sucio empezaba a gimotear como un bebe.

-Ya te hiciste popo, mi vida –me decía ella.

Sacaba de un bolso todo lo necesario y a la vista de todos me cambiaba los pañales, para la mayoría de la gente era una situación extraña, para nosotros dos era simplote el bebe y su “mami”. Incluso muchas veces también en las plazas hacíamos la mímica de que me daba de tomar su pecho. Ella se desprendía un bretel de su corpiño y yo succionaba de su pezón. Desde luego no tenía leche pero a mí eso me tranquilizaba, en algunas ocasiones llegué a dormirme.

-Ahora si eres un bebe de verdad –me dijo en un ocasión Marcela –.Porque disfrutas serlo en privado y en público también.

Y esa es mi historia, la historia en cómo me transformé en un bebe y viví así por el resto de mi vida.



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