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martes, 23 de agosto de 2016


Amor a los pañales



Como lo hacía todos los días, al volver de la escuela, Isabel prendió la computadora que se encontraba en su habitación mientras ansiosa se quitaba el uniforme. Se sentó frente al ordenador, las manos le temblaban, no estaba segura de que página visitar, así que simplemente hizo lo de todos los días abrió el google y tipió DL, inmediatamente el buscador le arrojó una gran cantidad de opciones para que visitara.

Con su mano temblando llevó el mouse hasta una de las paginas e hizo clic y esperó que se abriera. Lo que se mostraba era un sinfín de fotos con adultos, hombres o mujeres por igual, utilizando pañales u otros artículos de bebés. También estaba la opción de abrir videos donde las situaciones se repetían: adultos siendo tratados por otras personas como bebés u de hombres y mujeres que se grababan para mostrar como mojaban o ensuciaban sus pañales.

A Isabel todo aquello le fascinaba, anhelaba saber que se siente vestir un pañal, se imaginaba como sería el tacto entre la piel y el pañal. Lo único que la detenía era su miedo, de que la descubran o miedo de que finalmente no le agradara.

Mientras pensaba todo ello seguía navegando por la web viendo fotos y videos y así se le pasó la tarde.

-¡Isabel ya es hora de que te bañes! –le avisó la madre a la niña.

Esa noche habría una fiesta en la casa y ya comenzaba a oscurecer. Isabel refunfuñó un poco debido a que debía interrumpir su diversión pero al final obedeció.

Con el pasar del tiempo fueron llegando los visitantes, entre ellos unos amigos de los padres que tenían un bebé de unos siete meses.

La noche transcurrió con normalidad. Mientras la Isabel ayudaba a su madre a llevar a la mesa platos para el postre, vio como la amiga de la madre le cambiaba el pañal al bebé para luego arrojarlo al cesto de basura. Isabel sintió como se le aceleraba el corazón, llevo los paltos a la mesa rápidamente y luego regresó a la cocina. Cando no quedó nadie, destapó el cesto de basura y allí estaba el pañal, su corazón latía todavía más fuerte si es que eso era posible. No lo pensó dos veces, lo tomó, lo llevó a su cuarto y lo ocultó.

Regresó con los invitaos y con cierta impaciencia aguardó que la fiesta terminara y todos se marcharan. Cerca de la una de la madruga ya no quedaba nadie e Isabel se retiró a su cuarto. Varias veces miraba hacia el armario donde había ocultado el pañal, y varias veces pensó en colocárselo para dormir. Pero no se animó y finalmente el sueño la venció.

Al día siguiente a pesar de ser sábado se levantó temprano, y pese a que le miedo seguía ya no se resistió más, se quitó el pijama, desplego el pañal que era un “up ando go”, se recostó encima de él, y se lo puso. La sensación le encantó, se levantó para ver cómo le quedaba pero se le caía por ello se puso un calzón para sostenerlo y así desfiló frente al espejo mirándose desde distintos ángulos. No le importó que le quedara un poco chico o que estuviera húmedo, lo único que le interesaba era el placer que tenía por sentir el pañal y por verse con él.

Desde luego ese mismo día cuando tuvo la posibilidad debió deshacerse del pañal, pero al hacerlo sintió un gran vacío y sabía que ya no podría dejar de usarlos.

Pero el destino fue generosa con ella, un día de visita en la casa de sus abuelos, y buscando un collar en la habitación de estos, descubrió un paquete de pañales para adultos. De nuevo su corazón se aceleró. Tomó un par y los guardó en su mochila.

Estos le duraron un par  de días, pero al colocárselos no sintió la misma satisfacción ya que en realidad era ropa interior absorbente. Aun así los utilizaba durante todo el día, pero aún no se animaba a más, básicamente a mojarlos. Cuando arrojó al tacho de basura el último de los pañales, sintió gran pena.

Dos meses después comenzaron las vacaciones de verano y por unos días vino una prima de visita la cual tenía un bebé de un año.

Nuevamente el destino fue generoso con Isabel, le quitaba a escondidas uno o dos pañales por día y los ocultaba en su habitación. Cuando su prima se fue, se había armado casi un paquete entero de pañales.

La niña los contemplaba como si de un tesoro se tratara, eran de color rosado y con dibujos de “princesas”.

Respiró hondo, cerró la puerta de su cuarto con llevé, desplegó sobre su cama uno de la pañales, se quitó la ropa, se recostó sobre el pañal abierto y se arrojó un poco de talco y se lo abrochó. A pesar de tener doce años ya el pañal le calzaba justo. Volvió a sentir aquella comodidad que no sentía con los pañales de los abuelos y además el que usaba estaba seco a diferencia del primero que había usado. 

En ese momento lo supo: jamás podría dejar de usar pañales. Por ello iba de un lado a otro luciendo con pañales, no solo en la casa, sino también se animaba a usarlos en la calle.

A lo único que no se animaba aún era a mojarlos. Pero cuando le quedaba tan solo tres pañales, sabía que debía hacerlo o perdería una gran oportunidad. Como todas las mañanas hacia se colocó uno nuevo antes de ir al baño. Luego de una hora comenzó a sentir como su vejiga exigía ser vaciado. Era el momento perfecto sintió como se le aceleraba el corazón.

Se retiró a su cuarto allí se quedó, se quitó el jeans quedando solo con los pañales y luego de mucho intentarlo su vejiga finalmente vació todo su contenido. En pocos segundos el pañal se volvió mucho más pesado y se tiñó en la entrepierna de un color amarillento.

Isabel estaba en el cielo, si usar pañales le daba una gran satisfacción el haber podido mojarlos era todavía una experiencia más increíble. Como el pañal tenía una gran absorción pudo continuar usándolo un buen rato sin que fuera muy incómodo.

Así fue como Isabel comenzó su historia de amor hacia los pañales, amor que incluso hasta el día de hoy continúa y que nunca fue interrumpido. Un gran amor hacia los pañales.




2 comentarios:

  1. Disculpen. Todas estas historias sob reales

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  2. Me gusta la anécdota me llamo hardy Falero soy de Piura Perú 🇵🇪 Dios te bendiga sigue adelante.

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