De maestra a
alumna de kínder.
¿Cómo empezó
todo? Bueno creo que fue con un acontecimiento en particular. Me presento soy
María y soy maestra de un kínder. Siempre fue mi sueño, es por ello que amaba
trabajar allí y amaba a los niños.
No obstante
todo cambió cuando la directora se jubiló y en su lugar entró una mujer llamada
Graciela, ya entrada en años, muy exigente, y algo malvada. Tenía un perfil
militar y era conocida por ser muy severa con sus empleadas. Desde el primer
día que la vi sentí un pánico terrible, me aterraba cuando hacía acto de
presencia.
Tal era lo que
me asustaba que cuando la veía o me llamaba a dirección, me agarraban unas
ganas enormes de hacer pis. Siempre tenía que salir corriendo al baño. Pero lo
peor fue cuando no llegué, poco antes de alcanzar el inodoro mi traviesa vejiga
largó todo el pipi. Fue muy humillante tenía mi ropa empapada. Por suerte nadie
se enteró ya que tenía unos pantalones de repuesto. Pero la situación se
repetía día a día.
Una tarde
mientras daba un paseo, y calculaba cuantos pantalones había mojado en una
semana, vi una tienda que vendía productos para bebés, me detuve a verlos solo porque
me encantaban esas cosas. Y junto a unos juguetes vi una enrome bolsa de
pañales para adultos. Una idea descabellada y ridícula se me cruzó por la
cabeza, pero dada la situación no tenía muchas opciones. El caso es que me
compré los pañales y pensé ponérmelos para trabajar y así evitar mi problema.
A la mañana
siguiente desplegué uno, lo puse en la cama, me rocié con talco para no
irritarme, me acosté sobre él y me lo coloqué. Me sentía rara, era algo
incomodó pero luego de un rato me acostumbré y su textura me empezó a agradar.
Ese día en el
trabajo, la directora me llamó para hacerme unas preguntas, como siempre hablaba
en forma de reto. Las ganas de hacer pipí volvieron, pensé en aguatarme pero la
conversación fue más larga de lo esperado y sin poder controlarme la vejiga se
liberó. Sentí como el pañal se llenaba con mi pis, como el pañal se volvía más
abultado y pesado.
Cuando salí de
la dirección, me revisé con cuidado, mi ropa estaba completamente seca, mi plan
fue un éxito. Al llegar a mi casa, me quité el pañal, me limpié con cuidado mis
partecitas y mi colita y volví a mi ropa habitual. Desde aquel momento siempre
asistía a trabajar con pañales. Incluso en días de mucho trabajo ni siquiera
iba ala baño, disimuladamente me sentaba en mi banco y hacía pipi, dejándole el
resto del trabajo al pañal. El contacto del pañal a mi piel empezó a agradarme,
incluso lo sentía cómoda y mi antigua ropa interior ahora se me presentaba un
poco molesta. Todo iba perfecto hasta que un día…
Hasta que un
día me encontraba en el baño de la escuela, aquel día había estado muy tensionada
y había hecho más pipi que de costumbre en mi pañal y está ya no aguantaba más,
así que me dispuse a cambiarlo. Me quité el pantalón y cuando estuve a punto de
quitarme el pañal, Graciela ingresó y me encontró en vistiendo un pañal, un
pañal repleto. Sonrió con maldad y se tomó su tiempo para verme, yo estaba
petrificada por el miedo y la vergüenza. Tal fue así que me volví a hacer pipí,
en este caso del pañal comenzó a gotear ya que no podía absorber más.
Sin mediar
palabra me tomó la mano y de un tirón me sacó del baño y me paseó así por todo
el edificio, todos estaban sorprendidos. Finalmente me hizo ingresar a la sala
donde trabajo, y frente a mis alumnos, me recostó sobre un cambiador plástico,
me quitó el relleno pañal, me limpió con toallitas húmedas y me puso un nuevo
pañal, yo estaba tan aterrada que no decía ni hacía nada. Pensé que me daría
los pantalones pero no fue así, solo me dejó con los pañales. Me sentó con el
resto de mis alumnos y se colocó al frente.
-Yo tomaré la
clase por hoy -exclamó -.Niños y niñas como verán tienen una nueva compañera.
Su anterior maestra parece ser que es una bebita ya que no puede controlar su
vejiga y viene aquí con pañales. Bueno si tanto la gusta ser un bebé, debería
ser una alumna de kínder y no una maestra.
Jamás en la
vida me había sentido tan humillada, pero esto recién empezaba.
Mi miedo me
paralizaba, cada vez que esa mujer se me acercaba o tan solo miraba me volvía a
hacer pipí Mi nuevo pañal estaba que rebalsaba. Ya lo sentía súper pesado y
húmedo, y comenzaba a costarme caminar con él, debía hacerlo con las piernas
abiertas. Un par de veces intenté decirle algo a Graciela pero ella solo me
colocó un chupete en la boca para silenciarme.
Por lo demás me
hacía participar en las mismas actividades que el resto de mis alumnos. Pasado
un buen rato hizo a los niños dormirse, fue cuando aproveché para preguntarle:
-¿Porque hace
esto?
-Usas pañales,
¿quieres ser un bebé? Pues te pongo con los bebés.
-Pero yo uso
pañales porque… -me interrumpí
-¿Por qué?
-No puedo
decirlo.
-Entonces te
voy a seguir tratando como bebé, hasta que me digas.
-No soy un bebé
–exclamé.
-Ya, ya, bebé.
Con una gran
fuerza me alzó y me recostó sobre el cambiador de plástico y al ver el estado
en que estaban los pañales, me volvió a cambiar.
Luego me alzó
una vez más y con unas palmaditas en mi cola me fue cantando una canción de
cuna, sé que puede sonar ridículo pero todo ello me calmó y me hizo dormir.
Al despertar
fue hora de tomar la leche, y mientras los niños lo hacían solo, a mí la mujer
me tomó en brazos otra vez y me dio de tomar una mamadera. Yo le temía así que
no quería contradecirla en nada y obedecía todo cuanto me decía.
Cuando fue el
momento de los juguetes. Me alzó y me puso arriba de un caballito de madera con
ruedas y me paseó por todo el jardín. Imagínense la imagen mía, arriba de
caballito de madera con un pañal a la vista y un chupete en la boca.
De algún lado
saqué fuerzas y me negué a más humillaciones.
-¡¿Me
contradices?! –me dijo de la forma más intimidante.
Apenas atiné a
negarme con la cabeza, fue tal el miedo que tuve que mis intestinos se
aflojaron y desparramaron, por mi pañal, un monto de popo. El olor rápidamente
me delató. La mujer tiró por la parte de atrás de mi pañal y vio todo el popo.
Con una sonrisa
maliciosa se volvió a levantar y me llevó al salón. En el camino me daba
palmaditas en la cola, que desparramaban más el popo, y me decía:
-Ya bebita, ya.
Yo te cambio.
Una vez más me
cambió los pañales, pero en esta ocasión previamente me tuvo que limpiar con
toallitas húmedas mi colita y mis partecitas. Debo reconocer que la sensación
me agradó. Y la mujer cada vez que me cambiaba los pañales se presentaba más
amable.
Fue entonces
cuando me di cuenta que si actuaba como bebé, ella era dulce y amable. Entonces
por más humillante que fuera empecé a actuar como un bebé, y Graciela se
complació de tratarme como uno.
Ya no me resistí
a jugar con los demás niños o a todo aquello que la mujer quería. Descubrí que
el chupete no era algo tan malo, de hecho era muy agradable estar chupeteando
todo el tiempo y ayudaba a tranquilizarme, usar pañales tampoco me molestaba ya
hacía tiempo que me había acostumbrado y si los mojaba o embarraba tenía quien
me cambie, yo no tenía que hacer nada.
Así la segunda
parte del día fue mucho mejor, solo me dediqué a disfrutar.
Bueno esta es mi
historia, desde luego que le perdí el miedo a Graciela y para hacerlo debí
transformarme en su bebita.
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