Amigos un nuevo
cuento. Les recordamos, que pueden adquirir su libro el Instituto AB en formato
físico siguiendo este enlace: Sin más, les dejo el nuevo cuento a leer,
disfrutar y comentar.
Hoy les voy a
compartir mi historia, sé que muchos no me creerán pero les juro que todo
cuanto relato fue real. Primero debería presentarme me llamo Pablo y tengo 17
años. Pero tengo un problema, soy muy bajo para mi edad (no un enano), muy
delgado y de cara con rasgos suaves. Por ello siempre me dan menos edad de la que
realmente tengo, siempre me quitan cuatro o cinco años. Todo esto siempre ha
sido un trauma para mí, y desde aquel suceso es peor aún.
Fue una mañana
de martes bien temprano, ya no recuerdo a donde me dirigía, lo cierto es que
cuando giré en una esquina me choqué de frente contra persona que venía
corriendo. Al levantar la vista me sorprendí al ver que se trataba de un
preadolescente, pero con un gran parecido físico a mí. Salvo por pequeñas
diferencias diría que podríamos ser hermanos.
Sin mediar
palabra el niño se levantó y siguió corriendo. Me quedé unos segundos viendo en
la dirección que había tomado. Estaba a punto de tomar mi rumbo, pero una joven
cercana a los 30 años me tomó del brazo y me llevó hacia ella.
-¡Aquí estas,
¿cómo vas a escapar así? Que sea la última vez! –exclamó molesta.
-¿Qué? creo que
me estas confundiendo.
-Sí, claro.
Vamos.
De un tirón me
arrastro tras ella. A pesar de que le insistía en su error no parecía
escucharme, y debido a mi tamaño no tenía dificultades en manipularme.
Llegamos hasta
una grana casa y al ingresar descubrí que se trataba de una guardería. Muchas
otras mujeres cuidaban de bebés y otros niños pequeños.
-A pesar de que
tu edad sobrepasa el límite de la guardería, tu mamá insistió en que te aceptáramos
puesto que no tiene otro lugar para dejarte mientras trabaja. Lo menos que
podes hacer es comportarte bien- la mujer seguía regañándome.
Una vez más le
expliqué que me confundía con otra persona pero hizo oídos sordos.
-Vamos a
controlarte, bájate los pantalones.
-¿Qué?
-Tengo que
controlarte los pañales, ¿lo sabes? -me dijo de forma más dulce.
-¿Pañales? ¿De qué
pañales hablas?
La mujer se impacientó
y de un tirón me dejó desnudó.
-Otra vez no
dejaste que tu mamá te ponga pañales –exclamó mientras me miraba –Bien, vamos.
De un tirón me
llevó a otra a habitación, estaba tan confundido y avergonzado que no me resistí.
La mujer me recostó sobre una mesa,
desplegó y acomodó debajo de mí un gran pañal, me roció con talco y lo cerró
por encima de mi ombligo. Al sentir su textura y lo abultado que era me sentí incomodó.
-Bueno volvamos
con los demás.
Nuevamente de
la mano me guio de regreso, se me dificultaba caminar y lo tenía que hacer con
las piernas bien abiertas.
En la sala más
grande me juntaron con los demás niños, de los cuales ninguno pasaba los tres
años ¿se imaginan lo avergonzado que estaba? Y para colmo todas las cuidadoras
estaban convencidas de que yo era un tal Tomás. A esas alturas no tenía dudas
de que me confundían con el niño con el que me chocara.
Durante el
lapso de media hora me obligaron a sentarme en el piso y en ronda con los demás
niños y jugar con ellos. Nos pasábamos una pelota o las maestras cantaban y
nosotros hacíamos tontos bailes.
Pasado ese
tiempo oí que la joven que me arrastrara a ese lugar y otra, hablaban
supuestamente de mí:
-¿Qué le pasa
hoy a Tomás? Está distinto –le preguntó a mi tutora.
-No lo sé –pero
se cómo cambiarle el humor.
Vino, entonces,
por mí y una vez más tomándome de la mano con mucho amor y ternura me guio a
otra sala. A esa alturas yo estaba entregado, por un lado era imposible
convencerlas de que no era Tomás y por otro lado aquella mujer que me llevaba
de un lado a otro era realmente muy bonita y comenzaba a disfrutar de su
compañía, era rubia con flequillo y ojos cafés, de cuerpo esbelto y bien
formado.
En una nueva
habitación donde nos hallábamos solos, ella se sentó en un sofá y me miró con
una sonrisa.
-Me parece que
estas de mal humor, pero yo cual es la fórmula para mejorarlo –dijo con amor.
Se desprendió
los botones de su camisa y luego hizo lo mismo con uno de los breteles del
corpiño, dejando al aire uno de sus pechos y su pezón rosado.
-Ven –me
invitó.
Como
hipnotizado me acerqué, me recostó en su regazo y me ofreció su pecho, el cual
dudé de aceptar.
-Dale –me
alentó -.Si sé que a vos te gusta y a mí no me molesta.
Frente a tales
palabras abrí mi boca y dejé entrar la totalidad de su pezón y comencé a
succionar. No tardé en sentir un gusto dulzón. Aquella joven mujer producía leche
y yo la estaba bebiendo.
Mientras seguía
con mi succión, ella empleaba una mano para sostener mi cabeza y con la otra se
apretaba el pecho para que siguiera saliendo la leche. Vaciado el pecho
izquierdo continué con el derecho. Reconozco que la situación era muy extraña,
pero aquello era lo mejor que me había pasado en la mañana, y tal vez lo mejor
en el último tiempo.
-Te hice ruido
la pancita –exclamó ella con dulzura mientras me tocaba el abdomen y yo
continuaba con mi succión -¿Te duele? –no respondí nada –.Dale hace caca que yo
te limpió.
Cualquier
persona en mi lugar se hubiera negado, pero esa mujer y la situación me tenían
hipnotizado, era como si de verdad fuera un bebé. Sin dudarlo empecé hacer
fuerza y en segundos el pañal se volvió pesado. Un feo olor me delató.
Pero tal como
mi cuidadora había dicho, preparó todo para el cambio. Me recostó sobre un
cambiador plástico, me levantó las piernas con una mano y me limpió con cuidado
con toallitas húmedas, y con mayor detenimiento en mi hoyito. Jamás las había
sentido antes pero eran realmente geniales. Me roció del talco en mi colita y
mis partecitas, y por último acomodó un pañal debajo de mi cola, me lo cruzó
entre las piernas y lo cerró por encima de mi ombligo.
-Buen bebito
–exclamó -¿Ves todo es más lindo y divertido cuando te comportas bien?
Asentí con la
cabeza, casi me había olvidado que estaba en ese lugar por accidente y no por
necesidad, pero empezaba a disfrutarlo.
De vuelta en la
sala con los demás niños, jugué con ellos como si fuera uno más, sin importarme
lo ridículo que era. De vez en cuando miraba a mi cuidadora y parecía
satisfecha y feliz con mi nueva actitud. Un rato después siguió la siesta, a la
cual accedí debido a que estaba muy cansado.
Me desperté al
cabo de media hora y vi como una mujer cambiaba de pañal a uno de los bebés. Me
miré y palpé el mío, estaba en perfectas condiciones. Pero un deseo enorme de
aquella hermosa joven me cambie me embargaron. Me hice el dormido y poco a poco
fui relajando mi vejiga hasta que liberé todo el pipi acumulado, en esta
ocasión el pañal se puso también pesado pero de un color amarillento y con
mucho olor a orina.
Tal como
esperaba la mujer se me acercó y palpó el pañal, notando lo pesado que estaba.
Me cambió frente a los demás niños, pero no me importó. Solo me dediqué q
disfrutar la delicadeza de sus manos al asearme y la textura de los pañales que
empezaban a agradarme. Una vez listo, otra idea cruzó por mi mente.
-¿Puedo… tomar
más? –pregunté con timidez y señalando sus pechos.
-Claro, bebito
–respondió con una hermosa sonrisa.
Una vez más nos
encontramos solos, me colocó un babero, y me ofreció su pecho, y luego el otro.
Bebí hasta saciarme.
Cerca de las
tres de la tarde me dieron el dinero, que mi supuesta madre había dejado para
que me tomara un taxi y me volviera a mi casa. La joven mujer, de la que jamás
supe su nombre, me despidió con un dulce beso y me fui. Así fue como debido a
mi tamaño y por un día me transformé en un tal Tomás y viví su vida como
bebito.
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