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jueves, 3 de agosto de 2017



Amigos un nuevo cuento. Les recordamos, que pueden adquirir su libro el Instituto AB en formato físico siguiendo este enlace: Sin más, les dejo el nuevo cuento a leer, disfrutar y comentar.


Hoy les voy a compartir mi historia, sé que muchos no me creerán pero les juro que todo cuanto relato fue real. Primero debería presentarme me llamo Pablo y tengo 17 años. Pero tengo un problema, soy muy bajo para mi edad (no un enano), muy delgado y de cara con rasgos suaves. Por ello siempre me dan menos edad de la que realmente tengo, siempre me quitan cuatro o cinco años. Todo esto siempre ha sido un trauma para mí, y desde aquel suceso es peor aún.
Fue una mañana de martes bien temprano, ya no recuerdo a donde me dirigía, lo cierto es que cuando giré en una esquina me choqué de frente contra persona que venía corriendo. Al levantar la vista me sorprendí al ver que se trataba de un preadolescente, pero con un gran parecido físico a mí. Salvo por pequeñas diferencias diría que podríamos ser hermanos.
Sin mediar palabra el niño se levantó y siguió corriendo. Me quedé unos segundos viendo en la dirección que había tomado. Estaba a punto de tomar mi rumbo, pero una joven cercana a los 30 años me tomó del brazo y me llevó hacia ella.
-¡Aquí estas, ¿cómo vas a escapar así? Que sea la última vez! –exclamó molesta.
-¿Qué? creo que me estas confundiendo.
-Sí, claro. Vamos.
De un tirón me arrastro tras ella. A pesar de que le insistía en su error no parecía escucharme, y debido a mi tamaño no tenía dificultades en manipularme.
Llegamos hasta una grana casa y al ingresar descubrí que se trataba de una guardería. Muchas otras mujeres cuidaban de bebés y otros niños pequeños.
-A pesar de que tu edad sobrepasa el límite de la guardería, tu mamá insistió en que te aceptáramos puesto que no tiene otro lugar para dejarte mientras trabaja. Lo menos que podes hacer es comportarte bien- la mujer seguía regañándome.
Una vez más le expliqué que me confundía con otra persona pero hizo oídos sordos.
-Vamos a controlarte, bájate los pantalones.
-¿Qué?
-Tengo que controlarte los pañales, ¿lo sabes? -me dijo de forma más dulce.
-¿Pañales? ¿De qué pañales hablas?
La mujer se impacientó y de un tirón me dejó desnudó.
-Otra vez no dejaste que tu mamá te ponga pañales –exclamó mientras me miraba –Bien, vamos.
De un tirón me llevó a otra a habitación, estaba tan confundido y avergonzado que no me resistí. La mujer me recostó sobre  una mesa, desplegó y acomodó debajo de mí un gran pañal, me roció con talco y lo cerró por encima de mi ombligo. Al sentir su textura y lo abultado que era me sentí incomodó.
-Bueno volvamos con los demás.
Nuevamente de la mano me guio de regreso, se me dificultaba caminar y lo tenía que hacer con las piernas bien abiertas.
En la sala más grande me juntaron con los demás niños, de los cuales ninguno pasaba los tres años ¿se imaginan lo avergonzado que estaba? Y para colmo todas las cuidadoras estaban convencidas de que yo era un tal Tomás. A esas alturas no tenía dudas de que me confundían con el niño con el que me chocara.
Durante el lapso de media hora me obligaron a sentarme en el piso y en ronda con los demás niños y jugar con ellos. Nos pasábamos una pelota o las maestras cantaban y nosotros hacíamos tontos bailes.
Pasado ese tiempo oí que la joven que me arrastrara a ese lugar y otra, hablaban supuestamente de mí:
-¿Qué le pasa hoy a Tomás? Está distinto –le preguntó a mi tutora.
-No lo sé –pero se cómo cambiarle el humor.
Vino, entonces, por mí y una vez más tomándome de la mano con mucho amor y ternura me guio a otra sala. A esa alturas yo estaba entregado, por un lado era imposible convencerlas de que no era Tomás y por otro lado aquella mujer que me llevaba de un lado a otro era realmente muy bonita y comenzaba a disfrutar de su compañía, era rubia con flequillo y ojos cafés, de cuerpo esbelto y bien formado.
En una nueva habitación donde nos hallábamos solos, ella se sentó en un sofá y me miró con una sonrisa.
-Me parece que estas de mal humor, pero yo cual es la fórmula para mejorarlo –dijo con amor.
Se desprendió los botones de su camisa y luego hizo lo mismo con uno de los breteles del corpiño, dejando al aire uno de sus pechos y su pezón rosado.
-Ven –me invitó.
Como hipnotizado me acerqué, me recostó en su regazo y me ofreció su pecho, el cual dudé de aceptar.
-Dale –me alentó -.Si sé que a vos te gusta y a mí no me molesta.
Frente a tales palabras abrí mi boca y dejé entrar la totalidad de su pezón y comencé a succionar. No tardé en sentir un gusto dulzón. Aquella joven mujer producía leche y yo la estaba bebiendo.
Mientras seguía con mi succión, ella empleaba una mano para sostener mi cabeza y con la otra se apretaba el pecho para que siguiera saliendo la leche. Vaciado el pecho izquierdo continué con el derecho. Reconozco que la situación era muy extraña, pero aquello era lo mejor que me había pasado en la mañana, y tal vez lo mejor en el último tiempo.
-Te hice ruido la pancita –exclamó ella con dulzura mientras me tocaba el abdomen y yo continuaba con mi succión -¿Te duele? –no respondí nada –.Dale hace caca que yo te limpió.
Cualquier persona en mi lugar se hubiera negado, pero esa mujer y la situación me tenían hipnotizado, era como si de verdad fuera un bebé. Sin dudarlo empecé hacer fuerza y en segundos el pañal se volvió pesado. Un feo olor me delató.
Pero tal como mi cuidadora había dicho, preparó todo para el cambio. Me recostó sobre un cambiador plástico, me levantó las piernas con una mano y me limpió con cuidado con toallitas húmedas, y con mayor detenimiento en mi hoyito. Jamás las había sentido antes pero eran realmente geniales. Me roció del talco en mi colita y mis partecitas, y por último acomodó un pañal debajo de mi cola, me lo cruzó entre las piernas y lo cerró por encima de mi ombligo.
-Buen bebito –exclamó -¿Ves todo es más lindo y divertido cuando te comportas bien?
Asentí con la cabeza, casi me había olvidado que estaba en ese lugar por accidente y no por necesidad, pero empezaba a disfrutarlo.
De vuelta en la sala con los demás niños, jugué con ellos como si fuera uno más, sin importarme lo ridículo que era. De vez en cuando miraba a mi cuidadora y parecía satisfecha y feliz con mi nueva actitud. Un rato después siguió la siesta, a la cual accedí debido a que estaba muy cansado.
Me desperté al cabo de media hora y vi como una mujer cambiaba de pañal a uno de los bebés. Me miré y palpé el mío, estaba en perfectas condiciones. Pero un deseo enorme de aquella hermosa joven me cambie me embargaron. Me hice el dormido y poco a poco fui relajando mi vejiga hasta que liberé todo el pipi acumulado, en esta ocasión el pañal se puso también pesado pero de un color amarillento y con mucho olor a orina.
Tal como esperaba la mujer se me acercó y palpó el pañal, notando lo pesado que estaba. Me cambió frente a los demás niños, pero no me importó. Solo me dediqué q disfrutar la delicadeza de sus manos al asearme y la textura de los pañales que empezaban a agradarme. Una vez listo, otra idea cruzó por mi mente.
-¿Puedo… tomar más? –pregunté con timidez y señalando sus pechos.
-Claro, bebito –respondió con una hermosa sonrisa.
Una vez más nos encontramos solos, me colocó un babero, y me ofreció su pecho, y luego el otro. Bebí hasta saciarme.
Cerca de las tres de la tarde me dieron el dinero, que mi supuesta madre había dejado para que me tomara un taxi y me volviera a mi casa. La joven mujer, de la que jamás supe su nombre, me despidió con un dulce beso y me fui. Así fue como debido a mi tamaño y por un día me transformé en un tal Tomás y viví su vida como bebito. 


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