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viernes, 1 de diciembre de 2017



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Mi esposo el bebé

La vida no era nada fácil para María, después de haberse casado quedó embarazada en poco tiempo. Pero allí empezaron sus problemas, su marido contrajo una extraña enfermedad que lo dejaba sin fuerza durante casi todo el día. Pasaba la mayor parte del tiempo postrado en la cama y era María quien se tenía que hacer cargo de todo. Consultaron muchos especialistas pero ninguno pudo encontrar la cura.
Cuando el bebé nació todo empeoró puesto que eran dos personas quienes le demandaban su atención.
María harta de tanto reclamo, salió a caminar para despejarse la cabeza. Cuando pasó por delante de una farmacia, lo que vio en la vidriera le dio una idea.
Al llegar a su casa, la bebé lloraba y su esposo apenas hacía algo para calmarla. María dejó un gran paquete y alzó la bebé. Ya calmada, su esposo le pido ayuda para ir al baño. Entonces María puso en marcha su plan. Sin dar explicaciones le quitó el pantalón y le puso un gran pañal blanco. Antes de cerrarlo, le roció de talco.
-¡¿P… pero que es esto?! –exclamó alarmado el hombre.
-No puedo atenderlo a los dos todo el tiempo, esto junto a otras cosas me ayudaran a aliviarme las tareas.
-No pienso hacer mis necesidades en un pañal.
-Te sugiero que lo hagas. Voy a hacer una mamadera a la nena y la única ayuda que recibirás de mi es un cambio cuando hayas terminado, no más.
Pablo no tuvo opción, luego de meditarlo se dio cuenta que no tenía muchas opciones, así que relajó su vejiga y poco a poco llenó el pañal de pipi. Se puso rojo de la vergüenza pero estaba hecho.
Su esposa regresó y vio que su esposo había accedido a usar los pañales.
-Muy bien –lo felicitó -. Tú merienda.
Le alcanzó una mamadera con café y leche, y le dio otra al bebé.
-Creo que estas exagerando –dijo su marido molesto.
-Son muy demandantes los dos, esto me facilita las cosas. Si me amas y te preocupas por mi cooperaras con mi idea.
Lo dicho por la mujer lo afectó y sin chistar bebió de la mamadera, se miró en el espejo y realmente parecía un bebé adulto, pero con el fin de ayudar en algo a su esposa no se opuso.
Luego de beber unas gotas se chorreó ya que no estaba acostumbrado a las mamaderas.
-Dejame ayudarte –ofreció su esposa.
Lo limpió y luego le colocó un gran babero.
Pasado una media hora María sintió un olor fuerte, revisó a la niña pero esta estaba limpia. Entonces puso su atención en su esposo.
-¿Te hiciste popo? –le preguntó en forma pícara. El hombre solo asintió con la cabeza rojo de vergüenza -. No importa es lo que te pedía.
La mujer tomó de la bolsa toallitas húmedas para bebés y con ellas limpió a su esposo, el cual no decía nada y estaba rojo como un tomate. Terminado, lo roció con talco y le colocó un nuevo pañal.
-Sé que esto es complicado y vergonzoso, pero te agradezco que cooperes –María le dio un beso en la mejilla en recompensa.
Así fueron los días próximos. Antes de dormir, María primero le controlaba los pañales a su hija y si era necesario se los cambiaba, y luego seguía la revisión de su marido, controlaba el estado de los enormes pañales, y por lo frecuente debía cambiárselo porque tenía mucho pipi para aguantar toda la noche o estaban con popo de nuevo. Y a la mañana la rutina se repetía: primero era el turno de la pequeña y luego seguía el cambio de pañales del hombre, que aguardaba paciente a que su mujer lo aseara con amor maternal.
De esa forma a María se le facilitó la vida, lo único que debía hacer era todo por dos: doble cambio de pañales, doble mamaderas, doble baño.
Una noche María se acostó rendida, dispuesta a tener una buena noche de descanso, para empezar el día con fuerzas renovadas. Su esposo que aún estaba despierto le pidió algo de comer y beber ya que la cena no le había sido suficiente.
-Estoy muy cansada, no tengo fuerzas para siquiera levantarme –explicó ella.
Pero él seguía insistiendo. La mujer estuvo a punto de levantarse hasta que se le ocurrió una idea. Tomó a su esposo y lo recostó sobre su regazo. Se bajó el camisón dejando su torso al descubierto y tomando un poco un pecho dijo:
-Come.
-¡¿Qué?! –se alertó.
-Es comida y liquido al mismo tiempo, y yo de esta forma no tengo que levantarme. Habíamos quedado en que cooperarias conmigo.
-Sí, pero esto… 
-Esto no tiene nada de malo, y es lo único que voy a ofrecerte –le acercó más el pezón a la boca que ya goteaba leche.
El hombre con ciertas dudas fue acercando su boca, frente a la indecisión María le introdujo todo el pezón en la boca con un movimiento brusco.
-Ahora succiona.
Pablo obedeció, le leche salía dulce y tibia, el sabor en su boca le agradó y siguió succionando con más fuerza. Recién cuando se agotaron los dos pechos el hombre se sintió satisfecho y se durmió casi inmediatamente.
Con el mismo amor de siempre María lo acomodó. Se subió el camisón y también se durmió.
A la mañana un desagradable olor despertó a María. Revisó a su hija pero esta estaba limpia. Entonces supo de dónde provenía el olor.
Buscó las cosas y le sacó el pañal repleto de popo. Los movimientos despertaron al hombre que se puso rojo al instante al ver que había embarrado su pañal sin percatarse. Pero a María poco le importaba, con amor maternal limpió cuidadosamente con toallitas húmedas al hombre. Roció con talco sus partecitas y por último le colocó un gran pañal blanco.
-La leche materna es un fuerte laxante –explicó ella.
Como aún era temprano quiso permanecer en la cama, pero sabía que el hombre le demandaría su desayuno, así que no perdió tiempo, repitió el ritual de la noche.
-Tu desayuno, bebé –le dijo.
Aún un poco de resistencia, Pablo accedió y nuevamente acabó con el contenido de ambos pechos.
Para sorpresa de María, su esposo, se levantó de la cama con renovadas fuerzas. Hacía la noche sintió el cansancio del día y volvió a la normalidad. Pero María le alegró ver la mejora de Pablo. Aunque se preguntaba cómo era posible. Se miró los pechos. Durante dos días lo había alimentado con ellos. No estaba segura que fuera la causa pero estaba dispuesta a probarlo.
Esa misma noche, y sin contarle sus sospechas a su esposo, para no ilusionarlo en falso, lo acostó sobre su regazo otra vez. El hombre con su enorme pañal, ya no se resistió cuando su esposa le ofreció beber de sus pechos.
-Así, bebé. Tomalo todo –exclamó ella con amor al sentir que el hombre ya succionaba de sus pechos.
Después de quince minutos, lo desprendió y le dio de beber del otro seno. Las sospechas de María se confirmaron ya que a la mañana siguiente su esposo tenía fuerzas para levantarse y valerse por sí mismo.
María le explicó cuál era la solución a su mal y el hombre se sorprendió al darse cuenta que la respuesta a su problema estaba a su lado.
Por unos días más continuaron con la rutina, María atendía a padre e hija por igual. Les cambiaba los pañales y los alimentaba con la leche de sus pechos.
Pasada una semana de tratamiento, el hombre ya no necesito de pañales, puesto que podía valerse por sí mismo.
A si fue como María no solo encontró la solución a sus problemas sino también al de su marido. Todo lo que tuve que hacer es amamantarlo como al más dulce de los bebés.


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