Amigos el nuevo
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Mi esposo el bebé
La vida no era nada fácil para María, después
de haberse casado quedó embarazada en poco tiempo. Pero allí empezaron sus
problemas, su marido contrajo una extraña enfermedad que lo dejaba sin fuerza
durante casi todo el día. Pasaba la mayor parte del tiempo postrado en la cama
y era María quien se tenía que hacer cargo de todo. Consultaron muchos
especialistas pero ninguno pudo encontrar la cura.
Cuando el bebé nació todo empeoró puesto que
eran dos personas quienes le demandaban su atención.
María harta de tanto reclamo, salió a caminar
para despejarse la cabeza. Cuando pasó por delante de una farmacia, lo que vio
en la vidriera le dio una idea.
Al llegar a su casa, la bebé lloraba y su
esposo apenas hacía algo para calmarla. María dejó un gran paquete y alzó la
bebé. Ya calmada, su esposo le pido ayuda para ir al baño. Entonces María puso
en marcha su plan. Sin dar explicaciones le quitó el pantalón y le puso un gran
pañal blanco. Antes de cerrarlo, le roció de talco.
-¡¿P… pero que es esto?! –exclamó alarmado el
hombre.
-No puedo atenderlo a los dos todo el tiempo,
esto junto a otras cosas me ayudaran a aliviarme las tareas.
-No pienso hacer mis necesidades en un pañal.
-Te sugiero que lo hagas. Voy a hacer una
mamadera a la nena y la única ayuda que recibirás de mi es un cambio cuando
hayas terminado, no más.
Pablo no tuvo opción, luego de meditarlo se
dio cuenta que no tenía muchas opciones, así que relajó su vejiga y poco a poco
llenó el pañal de pipi. Se puso rojo de la vergüenza pero estaba hecho.
Su esposa regresó y vio que su esposo había
accedido a usar los pañales.
-Muy bien –lo felicitó -. Tú merienda.
Le alcanzó una mamadera con café y leche, y
le dio otra al bebé.
-Creo que estas exagerando –dijo su marido
molesto.
-Son muy demandantes los dos, esto me
facilita las cosas. Si me amas y te preocupas por mi cooperaras con mi idea.
Lo dicho por la mujer lo afectó y sin chistar
bebió de la mamadera, se miró en el espejo y realmente parecía un bebé adulto,
pero con el fin de ayudar en algo a su esposa no se opuso.
Luego de beber unas gotas se chorreó ya que
no estaba acostumbrado a las mamaderas.
-Dejame ayudarte –ofreció su esposa.
Lo limpió y luego le colocó un gran babero.
Pasado una media hora María sintió un olor
fuerte, revisó a la niña pero esta estaba limpia. Entonces puso su atención en
su esposo.
-¿Te hiciste popo? –le preguntó en forma
pícara. El hombre solo asintió con la cabeza rojo de vergüenza -. No importa es
lo que te pedía.
La mujer tomó de la bolsa toallitas húmedas
para bebés y con ellas limpió a su esposo, el cual no decía nada y estaba rojo
como un tomate. Terminado, lo roció con talco y le colocó un nuevo pañal.
-Sé que esto es complicado y vergonzoso, pero
te agradezco que cooperes –María le dio un beso en la mejilla en recompensa.
Así fueron los días próximos. Antes de
dormir, María primero le controlaba los pañales a su hija y si era necesario se
los cambiaba, y luego seguía la revisión de su marido, controlaba el estado de
los enormes pañales, y por lo frecuente debía cambiárselo porque tenía mucho
pipi para aguantar toda la noche o estaban con popo de nuevo. Y a la mañana la
rutina se repetía: primero era el turno de la pequeña y luego seguía el cambio
de pañales del hombre, que aguardaba paciente a que su mujer lo aseara con amor
maternal.
De esa forma a María se le facilitó la vida,
lo único que debía hacer era todo por dos: doble cambio de pañales, doble
mamaderas, doble baño.
Una noche María se acostó rendida, dispuesta
a tener una buena noche de descanso, para empezar el día con fuerzas renovadas.
Su esposo que aún estaba despierto le pidió algo de comer y beber ya que la
cena no le había sido suficiente.
-Estoy muy cansada, no tengo fuerzas para
siquiera levantarme –explicó ella.
Pero él seguía insistiendo. La mujer estuvo a
punto de levantarse hasta que se le ocurrió una idea. Tomó a su esposo y lo
recostó sobre su regazo. Se bajó el camisón dejando su torso al descubierto y
tomando un poco un pecho dijo:
-Come.
-¡¿Qué?! –se alertó.
-Es comida y liquido al mismo tiempo, y yo de
esta forma no tengo que levantarme. Habíamos quedado en que cooperarias
conmigo.
-Sí, pero esto…
-Esto no tiene nada de malo, y es lo único
que voy a ofrecerte –le acercó más el pezón a la boca que ya goteaba leche.
El hombre con ciertas dudas fue acercando su
boca, frente a la indecisión María le introdujo todo el pezón en la boca con un
movimiento brusco.
-Ahora succiona.
Pablo obedeció, le leche salía dulce y tibia,
el sabor en su boca le agradó y siguió succionando con más fuerza. Recién
cuando se agotaron los dos pechos el hombre se sintió satisfecho y se durmió
casi inmediatamente.
Con el mismo amor de siempre María lo
acomodó. Se subió el camisón y también se durmió.
A la mañana un desagradable olor despertó a
María. Revisó a su hija pero esta estaba limpia. Entonces supo de dónde
provenía el olor.
Buscó las cosas y le sacó el pañal repleto de
popo. Los movimientos despertaron al hombre que se puso rojo al instante al ver
que había embarrado su pañal sin percatarse. Pero a María poco le importaba,
con amor maternal limpió cuidadosamente con toallitas húmedas al hombre. Roció
con talco sus partecitas y por último le colocó un gran pañal blanco.
-La leche materna es un fuerte laxante
–explicó ella.
Como aún era temprano quiso permanecer en la
cama, pero sabía que el hombre le demandaría su desayuno, así que no perdió
tiempo, repitió el ritual de la noche.
-Tu desayuno, bebé –le dijo.
Aún un poco de resistencia, Pablo accedió y
nuevamente acabó con el contenido de ambos pechos.
Para sorpresa de María, su esposo, se levantó
de la cama con renovadas fuerzas. Hacía la noche sintió el cansancio del día y
volvió a la normalidad. Pero María le alegró ver la mejora de Pablo. Aunque se
preguntaba cómo era posible. Se miró los pechos. Durante dos días lo había
alimentado con ellos. No estaba segura que fuera la causa pero estaba dispuesta
a probarlo.
Esa misma noche, y sin contarle sus sospechas
a su esposo, para no ilusionarlo en falso, lo acostó sobre su regazo otra vez.
El hombre con su enorme pañal, ya no se resistió cuando su esposa le ofreció
beber de sus pechos.
-Así, bebé. Tomalo todo –exclamó ella con
amor al sentir que el hombre ya succionaba de sus pechos.
Después de quince minutos, lo desprendió y le
dio de beber del otro seno. Las sospechas de María se confirmaron ya que a la
mañana siguiente su esposo tenía fuerzas para levantarse y valerse por sí
mismo.
María le explicó cuál era la solución a su
mal y el hombre se sorprendió al darse cuenta que la respuesta a su problema
estaba a su lado.
Por unos días más continuaron con la rutina,
María atendía a padre e hija por igual. Les cambiaba los pañales y los
alimentaba con la leche de sus pechos.
Pasada una semana de tratamiento, el hombre
ya no necesito de pañales, puesto que podía valerse por sí mismo.
A si fue como María no solo encontró la
solución a sus problemas sino también al de su marido. Todo lo que tuve que
hacer es amamantarlo como al más dulce de los bebés.
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