Hola amigos, el
primer cuento largo de este año. Recuerden los tres lugares donde pueden leer
que son Facebook, Instagram y el blog. Les pedimos nos SIGAN en todas las estas
redes sociales, DIFUNDAN y COMPARTAN las publicaciones para que Cuentos AB
vuelva a tener el número de seguidores que supo tener antes de que Facebook
cerrará la página (cercanos a los 5000)
Por último
recuerden que está a la venta el libro “El instituto AB” en formato pdf,
cualquier interesado escribe por privado
Ahora sí, a
leer, disfrutar y comentar.
El fin de la
vergüenza
El gran
problema de mi vida era la vergüenza. Eso afectó directamente mi vida, no solo
en lo social, sino también en otros aspectos.
Desesperado por
una solución busqué ayuda profesional. Gracias a ello, llegó a mis oídos el
nombre de la doctora Elsa Pereira. Cuyos tratamientos para superar la vergüenza
eran de los más efectivos del país.
En mi primera
consulta, me sorprendió lo que me dijo:
-Por lo que me
cuenta –comenzó por decir -, su problema tiene solución. He tenido casos
peores. Pero para que el tratamiento sea efectivo debemos convivir un cierto
tiempo, y por sobre todas las cosas no debe negarse a nada que yo le proponga.
¿Entiende?
Sn saber
exactamente qué significaba lo que me decía, asentí con la cabeza y accedí. Me
citó para el día siguiente en su casa. Me explicó que no me preocupara en
empacar mucho, solo lo mínimo para el día.
Cumplí con el
pedido, y a la hora pactada estaba frente a su puerta. Con mucha amabilidad me
invitó a pasar.
-Recuerda de
que se trata esto, debe confiar en mí. Todo lo que te diga debe ser cumplido a
rajatabla -explicó las normas.
Trajo unas
bolsas cuyo contenido no logré distinguir.
-Ahora –abrió
un cambiador plástico en el piso -. Necesito que te quites todo la ropa y te
recuestes aquí.
-¿Toda?
–inquirí avergonzado.
-Recuerda lo
que ñe dije, si no me sigues el tratamiento no funcionará.
Mi problema era
la vergüenza, imagínense lo que era desnudarme frente a una desconocida, aun así
obedecí.
Una vez
recostado, levantó con una mano mis pies mientras que con la otra acomodaba un
enorme y grueso pañal blanco. Roció mi cola y mis partes con talco, y cerró el
pañal la altura de mi abdomen.
Me colocó una
remera y un pantalón con dibujos infantiles, ató a mi cuello un babero y me
colocó un chupete en la boca. Para concluir mi transformación me puso guantes y
zapatos tejidos de color celeste.
-Durante el
tratamiento debes experimentar la máxima vergüenza y así superar tu trauma
–explicó -. Imaginé que el vestirte y tratarte como bebé, sería para ti una
experiencia humillante, y por tu cara veo que no me equivoqué, bebé. Ahora
empieza tu tratamiento. Lo primero que quiero que hagas es mojar o embarrar tu
pañal. Lo que desees.
-Pe… pero…
-Sin peros.
Hasta que no hagas una de las dos no podrás tomar asiento.
Así estuve un
largo rato, intentando decidir qué hacer. Irme fue lo primero que pensé, sin
embargo quería terminar con mi problema. Cuando mis piernas ya no daban más,
opté por hacer caso. Con algo de fuerza, un poco de pis humedeció el pañal.
Hice fuerza de más porque también salió algo de popo.
El olor me
delató y la doctora pareció conforme con lo sucedido.
-Bien, créeme
has dado un gran paso.
Lo que siguió
fue limpiarme, con toallitas húmedas, me aseó, tiró el pañal sucio y me colocó
uno nuevo.
-Bien ahora, es
momento de salir.
-¡Salir!
-Sí, y no
quiero un no como respuesta.
Casi tirando de
mí me arrastro a la calle. Durante largos minutos deambulamos sin ningún un
rumbo. Todos me miraban, jamás había sentido tanta vergüenza.
Al fin
ingresamos a una farmacia enorme, me costaba caminar sin poder cerrar las
piernas debido al pañal. La experiencia en aquel sitio fue tan traumatizante
como en el resto de los lugares, o mejor dicho aún más, porque la doctora me
hizo parar frente a los pañales de adultos y con voz fuerte exclamó:
-Vamos a tener
que llevar muchos paquetes de pañales, porque por lo que vi eres un bebé muy
cochino y te haces popo muy seguido. También tendré que llevar muchas toallitas
húmedas. La última vez te hiciste mucho popo encima.
Tomó dos
paquetes de pañales y fuimos a pagar. Todos me miraban, algunos no podían
siquiera disimular su risa.
-Doctora por
favor.
-No me digas doctora,
dime mami. Recuerda que después de todo soy la que te cambia los pañales sucios
–volvió a hablar bien fuerte.
-Doctora.
-Dime mami –me
miró fijo.
-Mami –respondí
al fin.
-Dime, tesoro.
-Podemos irnos.
-Claro, en
cuanto mami pague tus pañales. Mira cuantos compré, podrás hacerte mucho pipi y
popo como te gusta.
Rojo como un
tomate regresé a la casa en compañía de la doctora. Al ingresar, metió la mano
en mi entrepierna.
-Hum estás
húmedo, bebé. Vamos a cambiarte.
Me recostó en
un cambiador, miré al tiempo que me sacaba el pañal, realmente estaba
amarillento y muy inflado. Es obvio que tanto stress y vergüenza pasada en la
calle me hizo que fuera perdiendo pocas cantidades de pipi, pero el pañal lo
retuvo.
-Listo y
sequito, bebé –exclamó mi mami una vez que me terminó de cambiar -. Vamos a
cenar.
Eso me animó
porque realmente moría de hambre.
Llegué a la
cocina para descubrir que me aguardaba una sillita alta de tipo bebé. Como era
esperar ninguna queja podía pronunciarse. Me senté, y la doctora me sujetó con
correas, me puso un babero más grande y me dio una papilla, y para beber una mamadera
con leche.
-Acá viene el
avioncito –cantaba cada vez que acercaba la cuchara a mi boca.
Después de eso
vino la hora de dormir. Mi mami me contó un cuento y me dejó para que descanse.
Pensando en las humillaciones que había tenido que vivir aquel día me quedé
dormido.
Al día
siguiente la situación fue a peor, el desayuno, fue otra mamadera. Pero al
igual que la noche anterior, volvimos a salir. Pero en esta ocasión me obligó a
ir en un cochecito de bebé. Una vez más fui el centro de mirada y burlas en la
calle.
Luego de mucho
deambular, ingresamos a un local de comidas rápida. Para almorzar pidió para mí
el menú infantil. Antes de empezar a comer me colocó el babero. Pasado un buen
rato ya no era el centro de atención y agradecí internamente por eso. Pero la
perspicaz doctora también lo había notado, y tomó cartas en el asunto.
-¿Qué es ese
olor? –preguntó en voz alta y fuerte - ¿Bebé, te hiciste popo?
-No… yo –apenas
balbuceé.
-Déjame verte,
tiró por detrás de mi pañal y me revisó. Ah no, no te hiciste popo.
A partir de esa
escena la atención volvió a posarse en mí. Luego de un buen rato la naturaleza
comenzó a exigirme vaciar mi vejiga. Sin acceso a un baño no me quedó otra
opción que soltar todo mi pipi en el pañal y rezar para que no se note tanto, y
así fue. Afortunadamente el pañal fue lo suficientemente absorbente para que mi
pipi no se escape, pero sí se volvió muy pesado.
Salimos del
lugar, y pedí ya no ir en el cochecito, la doctora aceptó. Pero en ese momento
me colocó una especie de mochila.
-¿Qué es esto?
–inquirí confundido.
-Son mochilas
con correas –explicó tomando una punta de la correa -. Eres un bebé chiquito no
quiero que te pierdas. La situación fue aún más humillante: mientras avanzaba
ella iba detrás de mí sin soltar la correa.
De camino a
casa pasamos frente a una plaza. Allí me detuvo y se sentó en un banco, la
imité. Allí permanecimos un buen rato.
-Ve a jugar con los otros niños.
-¿Qué? ¡No!
-No te estoy preguntando,
te estoy diciendo lo que debes hacer.
Una vez más no
tuve alternativa, fui y me senté en el arenero junto a otros niños, los cuales
me miraban extrañados. Pese a lo ridículo muchos me aceptaron como parte de sus
juegos.
Cerca de media
hora después, mi nueva mami reclamó mi presencia. Me acerqué y auscultó mi
pañal.
-Vaya, bebé,
pero cuanto pipi hay aquí –como era su costumbre habló en voz bien fuerte.
-Recuéstate.
Allí frente a
todos me cambió el pañal. Primero se desasió del pañal sucio, mi limpió con
toallitas húmedas, me roció con talco y me colocó un nuevo pañal. Pese a lo
humillante agradecí ya no tener que cargar aquel pañal sucio, húmedo y pesado.
De su bolso
extrajo una mamadera llena de leche. Me puso un babero y me dio de beber.
-Hora de la
merienda, bebé.
Ya sin
resistencia y acostumbrado a la humillación solo abrí mi boca y succioné.
Regresamos a la
casa. Realmente estaba exhausto, pero mis intestinos esta vez reclamaban ser
liberados. Resignado hice fuerza y solté en mi pañal gran cantidad de popo.
No fue
necesario decir nada, el olor me delató. Con la predisposición de siempre, la
doctora-mami, me limpió y me colocó un pañal nuevo.
Con el pasar de
los días la situación se repetía, pero poco a poco la vergüenza disminuía.
Hasta que un día pasar frente a otros, vestido de bebé no me causaba el menor
problema. Incluso en más de una ocasión cuando salíamos a comer me hacía popo
encima. Me gustaba la idea de llenar el lugar de olor y ser el causante.
-Estas curado –me
dijo poco después la doctora.
Era verdad me
sentía seguro, y nada me avergonzaba y si además llevaba un pañal mejor
todavía. Así sané de mi trauma convirtiéndome en un bebé.
No hay comentarios:
Publicar un comentario