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martes, 19 de junio de 2018


Amigos el nuevo cuento del año. Esperamos para que este mes (mayo) podamos normalizar las dos publicaciones que prometimos a principio de año. Les recordamos, que pueden adquirir su libro el Instituto AB en formato físico siguiendo este enlace: https://www.createspace.com/6381234. Les rogamos se hagan seguidores de la página para poder seguir creciendo. Dicho esto es momento de arrancar. Ahora sí a leer, disfrutar y comentar.
 
El desafío

Nunca apuestes nada, esa sería la mejor frase para resumir lo que me sucedió a mí. Pero explicaré mejor, mi nombre es Adriana tengo 16 años y para mi muy mala suerte tengo una hermana que es toda una cerebrito, trabaja como científica en un privilegiado instituto.
Claro que es odioso que siempre me comparen con ella, y a pesar de que la aprecio, las constantes comparaciones son molestas.
Una tarde recuerdo que estaba intentando terminar un difícil trabajo escolar. Contra mi orgullo le pedí ayuda, y ese fue el inicio de todo.
-Te ayudo, pero vos debes hacer algo por mí –exclamó.
No pensé que fuera importante y accedí a su petición. En dos minutos terminó el ejercicio que a mí me había carcomido la cabeza durante toda la tarde.
-Listo, necesito que mañana vayas a mi laboratorio –finalizó.
Tal y como me lo pidió, al salir de la escuela fui a su lugar de trabajo. Allí perdimos media hora viendo las instalaciones.
-No es que me esté aburriendo, cosa que es cierto, pero sería más rápido si me decís que necesitas de mí.
-De acuerdo. Te explico: estoy estudiando el comportamiento humano. Mi teoría es que se puede afectar su comportamiento y modificarlo.
-Aja, no entendí nada.
-Ven.
Me trasladó hasta un área del laboratorio, ingresamos y para mi sorpresa estaba decorado como una habitación de bebé. El lugar pintado de rosa, enormes muebles cambiador, pilas de pañales, ropa y una cuna.
-Vuelvo a explicarte –exclamó mi hermana con su habitual seriedad -. Mi teoría es que, aún contra la voluntad de la persona, modificando ciertos comportamientos puedo hacer que tenga actitudes diferentes, en este caso como un bebé.
-¡Por favor! Qué tontería.
-Yo no lo creo, y solo necesito un voluntario para demostrarlo.
-Y ¿de dónde vas a sacarlo? –respondí sonriendo.
-¿Para qué crees que te pedí que vengas?
-¡¿Qué?! ¡Estás loca! Yo no me voy a prestar a tus experimentos y menos a uno tan humillante.
-Me lo prometiste.
-Sí, antes de saber de lo que se trataba. Chau.
Me dirigí a la puerta, pero la voz de mi hermana me detuvo.
-¿Tienes miedo de que te convierta en un bebé? –preguntó de forma burlona y desafiante.
Yo estaba segura de que no podía lograrlo y era mi oportunidad para demostrar que no era tan inteligente, que por al menos una vez en la vida sintiera lo que era un fracaso.
-De acuerdo, pero con una condición. Si no podes, cosa de la estoy segura, debes reconocer frente a toda la familia que fracasaste.
-Está bien, pero vos debes hacer todo lo que te diga, sin rehusarte a nada.
-Seguro.
-Bien, empecemos. En ese mueble vas a encontrar pañales y en aquel otro ropa de bebé de tu talla, ponente todo y cuando estés lista avísame.
-¡¡¡¿Qué?!!! –exclamé roja.
-Fue lo que pactamos, hacelo. O preferís que yo te cambie, bebita –una vez más se burló.
-No, está bien… yo lo hago.
Mi hermana salió. Me quité la ropa y me dirigí hacía los pañales. Tomé uno y enseguida sonó como una bolsa de plástico. Negué con la cabeza y me predispuse a ponérmelo. Tardé bastante, jamás había puesto un pañal, y menos a mí misma. Luego me dirigí al otro mueble, de allí escogí ropa. Opté por un bodi rosa y una pollera corta, no es que me agradara, pero no tenía muchas opciones de vestimenta.
Por último me miré en el espejo, me sentí tan ridícula. Con la cara roja salí y me encontré con mi hermana aguardándome.
-¡Que adorable! –se burló al verme.
-Vete a la mier… -me calló poniéndome un chupete en la boca.
-Shhh, bebé. Ahora me tienes que hacer caso.
Volvimos a entrar a la habitación.
-Bien empecemos –mi hermana abrió su libreta de anotaciones -. Lo primero que necesito es que hagas pipi o popo en el pañal.
-¿Qué?
-¿Te tengo que recordar cual fue nuestro arreglo continuamente? Necesito que ensucies tu pañal, y no solo una vez sino todas las veces que puedas.
Me tomó cierto tiempo, pero al fin las ganas de hacer pipí me vinieron. Me coloqué de cuclillas y con la cara roja dejé salir todo lo que mis riñones guardaban. El pañal se volvió pesado, y caliente, aunque me sorprendió la rapidez con la que la humedad se absorbió.
-Excelente -anotó algo - ¿Cómo te sentís?
-Ridícula
-¿Te agrada la sensación de la pañal bien lleno?
-¡Claro que no!
-Bien. Creo que te empezará a agradar.
Lo que continuó de la tarde fue que mi hermana me tratara como un bebé: me hablaba como a uno, me alzaba como a uno. Y varias veces mojé el pañal. En esas ocasiones me dejaba largo rato en esas condiciones, ya que según ella debía comenzar a agradarme el sentimiento del pañal lleno de pipi. Los dos cambios de pañal me los hizo ella, contra mi voluntad, pero lo cierto es que yo no lograba hacerlo bien.
-Ya bebita, yo te cambio –me decía.
Acomodaba un nuevo pañal debajo de mi colita, me rociaba con talco y me ponía un nuevo pañal. Desde luego que con todo esto me moría de la vergüenza, pero estaba decidida a aceptarlo con tal de demostrar que mi hermana se podía equivocar.
Todos los días después de la escuela empezaba mi vida de “bebita”. Al llegar, me desvestía, me colocaba un enorme pañal blanco, el cual sonaba a bolsa de plástico cada vez que me movía, y luego alguna ropa infantil que iba desde vestidos con voladitos a horribles mamelucos. Y durante el lapso de unas dos horas debía vivir y actuar como bebé. Pero estaba decidida a demostrar que mi hermana se equivocaba.
Mi confianza empezó a flaquear un sábado por la mañana. Me desperté súper tarde, me moví un poco y sentí frío. Me destapé rápidamente y para mi sorpresa todas mis sabanas estaban mojadas, al igual que mi pantalón a la altura de la entrepierna y de mi colita. No lo podía creer. Me resistía pensar que se debía al programa. Pero la situación no terminó allí.
Como estaba sola en mi casa, puse las sabanas a lavar y me tiré en el sillón a ver televisión. Para mi sorpresa mis habituales programas me resultaban aburridos, mas los de bebés me parecían más entretenidos.
Cerca del mediodía me dieron ganas de hacer pipí, pero como no era muy fuertes no fui al baño, grave error. Diez minutos más tarde y sin que me dé cuenta todo el pipi se me escapó empapando la alfombra y mi ropa otra vez. Para ese momento ya no tuve dudas de que mi hermana no alardeaba en vano.
Mi cerebro estaba empezando a sustituir mi vida anterior por la de un bebé y mi cuerpo reaccionaba a ello.
Desde luego, cuando el lunes fui al instituto, negué rotundamente cambios cuando mi hermana me preguntó.
-Qué extraño, ya deberías estar experimentando cambios según mis cálculos.
-Pero no.
-Bien intensifiquemos el proceso.
-¿Intensificar?
En ese momento entró una joven mujer.
-Ella es Mariela. Se comportara como tu mami.
-¡¿Qué?! –exclamé roja de vergüenza.
-Recordá nuestro acuerdo.
-Vamos, bebita. Es hora de cambiarnos –dijo dulcemente la mujer.
Me tomó de la mano y me llevó a la habitación de siempre. En este caso fue ella quien me quitó la ropa. Luego me levantó las piernas y acomodó debajo de mi colita un enorme pañal blanco, me echó talco, y cerró el pañal a la altura de ombligo. Para completar me puso un mameluco rosa.
Me puso dentro de un corralito y me alentó a que juegue con los peluches. Para mi sorpresa aquellos juguetes no me parecían aburridos y pase gran parte entretenida jugando. Me interrumpió Mariela cuando tiró del pañal a la altura de la cola.
-Ya decía yo que acá había olorcito, vamos a cambiarte bebita.
Al levantarme entendía que hablaba, sentí mi cola pegajosa y había un horrible olor. Sin darme cuenta me había hecho popo.
Mientras yo estaba roja de la vergüenza, la mujer me limpió con toallitas húmedas, para luego ponerme un nuevo pañal. Seguía recostada cuando me vinieron ganas de hacer pipí y se me escapó sin que pueda hacer algo, el pañal se tornó amarillo y pesado.
-Bebita me hubieras dicho que tenías ganas de hacer pipí antes de que te cambie el pañal –exclamó Mariela –o ¿es qué ya no podes controlarlo?
Frente a esas palabras ya no me resistí y me puse a llorar.
-Ya bebita, no pasa nada –me colocó un chupete en la boca y me tomó en sus brazos.
Fuimos hasta una silla mecedora, me recostó en su regazo, se abrió la camisa y dejó sus pechos al descubierto. Con delicadeza me acercó a uno, dejé entrar todo el pezón en mi boca y empecé a succionar. En pocos segundos sentí como liquido dulzón entraba en mí. Mi primera reacción fue alejarme. Pero Mariela volvió a acercarme y seguí succionando. Después de unos tragos comenzó a gustarme el sabor de la leche.
Al volver a mi casa, ya con mi ropa tuve otro accidente en el camino. Llegué corriendo y me fui directo al baño, allí me coloqué un pañal que me había robado del instituto. Y así me fui a dormir. A la mañana cuando me desperté mi cama estaba seca, pero el pañal rebalsaba de pipi. El experimento de mi hermana era todo un éxito.
Ya no podía ir a ningún lugar sin pañales, me hacía pipi y popo sin darme cuenta. De hecho antes de ir al laboratorio me puse un pañal limpio, y al llegar allí estaba repleto de popo.
Odiaba todo esto, así que me tragué mi orgullo y acepté frente a mi hermana que su experimento funcionaba.
-Desde luego –respondió arrogante.
-Ya está, ganaste. Ahora decime como hago para volver a mi antigua vida.
-¿Tu antigua vida?
-¡Sí! A como era yo antes del experimento.
-Me parece que no me entendiste, dije que te convertiría en un bebé, jamás dije que sabía cómo revertir el proceso.
-¡¡¡Qué!!!
-Lo que escuchaste hermanita, lo siento, y cámbiate ese pañal, apestas –sentenció, se dio media vuelta y se marchó.
Esa es mi historia, aún hoy después de tres años no he logrado sanar, a todos lados voy en pañales, me encantan los juguetes infantiles, hasta he tenido que contratar a una persona para que me cuide y cambie los pañales. Al final mi hermana tenía razón, con su programa, te convertís en el más dulce de los bebés.


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