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lunes, 30 de abril de 2018


Amigos el nuevo cuento del año. Esperamos para que este mes (mayo) podamos normalizar las dos publicaciones que prometimos a principio de año. Les recordamos, que pueden adquirir su libro el Instituto AB en formato físico siguiendo este enlace: https://www.createspace.com/6381234. Les rogamos se hagan seguidores de la página para poder seguir creciendo. Dicho esto es momento de arrancar. Ahora sí a leer, disfrutar y comentar.


Mis tres tías

Recuerdo aquel día en que comenzó todo, fue un verano. Mis tres tías solteras me invitaron a pasar con ellas unos días de vacaciones. La verdad la idea me pareció muy buena, pensé que alejándome de mis padres podría tener la libertad que hacía tiempo anhelaba, grave equivocación.
Los primeros días trascurrieron con cierta normalidad, mis tías no eran exigentes en cuanto a horarios u salidas obligatorias.
Pero durante una cena todo empezó a cambiar. Comíamos fideos con salsa y me manché un poco la boca y la ropa.
-Pero que bebé más sucio –exclamó Clara mi tía más joven
Acto seguido sacó un babero de una cajita y me lo ató a cuello. Reí con cierto nerviosismo pensando que se trataba de una broma, y me lo quité. Sin embargo las tres me regañaron fuerte y entendí que de verdad debía usarlo. Para colmo de males, mi tía María (la segunda en edad) empezó a darme la comida en la boca y haciéndome jugar al avioncito.
Aquella experiencia vergonzosa la dejé pasar solo como una excentricidad de las mujeres. Pero cada vez se hicieron más habituales dichas “excentricidades”. Como por ejemplo dos noches después: Clara había cocinado torta, quise agarrar una porción sin darme cuenta de que aún estaba caliente y me quemé las manos. Luego de una reprimenda, me colocaron guantes tipo manoplas similares las que usan los bebés. A esto se le sumó que en estas condiciones una vez más me dieron de comer en la boca y para que no me manche me pusieron un nuevo babero.
Comencé a preocuparme de hasta donde podían llegar con estos extraños comportamientos, pero ni en mis peores temores imaginé lo que se avecinaba.
Al día siguiente, cuando me levanté me dirigí a la cocina para desayunar. Mis tías ya aguardaban por mí con una serie de sorpresas. Había una sillita alta de mi talla y sobre la mesa descansaba una mamadera con leche tibia.
-Aquí está tu desayuno, cielo –exclamó Alba.
-¡Esto es demasiado! –protesté - ¡No seguiré con esto!-
-Durante una semana más eres nuestro, así que yo creo que si lo harás –Clara me susurró al oído.
Contra mi voluntad me sentaron en la silla, me pusieron el babero y los guantes y me obligaron a beber la leche.
Terminado, María me tomó entre sus brazos y me llevaron a su habitación. Allí vi un enorme pañal blanco desplegado sobre la cama y comprendí de inmediato. Me resistí, pero entre las tres eran más fuerte. Me quitaron la ropa, y me colocaron el pañal y por encima un bombachon de goma rosado. Con dificultad por los guantes empecé a sacarme el pañal, al ver esto mis tías me volvieron sujetar. Clara me colocó en su regazo, Alba me sujetaba para que no me escapara y María me daba fuertes nalgadas en la cola.
Por la situación y los golpes me puse a llorar, fue entonces que me colocaron un chupete en la boca y una de mis tías me alzó en brazos.
-Ya bebito, no es para tanto –repetía - ¿Vas a ser un bebito bueno ahora? –apenas atine a asentir con la cabeza con tal de que el martirio finalizara.
Me llevaron de nuevo al living, allí aguardaba un corralito. Me colocaron dentro y me exigieron que me entretenga con los tontos juguetes infantiles que habían dejado para mí. Mientras yo disimulaba con un oso de peluche, miraba de reojo a las mujeres. Estaban armando lo que parecía una gran cuna, una de mi talla.
Viendo lo lejos que esto estaba llegando, me puse nervioso y sin darme cuenta y debido a que ese día aún no había ido al baño me hice pipi encima. El pañal se volvió súper pesado en un instante y de un color amarillento. Al darme cuenta me puse rojo como un tomate e intenté ocultar mi “accidente”. Pero me fue imposible, Clara se acercó y me vio el pañal.
-Creo que este bebito ya entiende para que son los pañales –comentó a sus hermanas.
Me alzaron y una vez más fui a su habitación. Antes de dejarme sobre la cama, desplegaron un nuevo pañal. Me quitaron el que estaba húmedo, me limpiaron toallitas húmedas, me rociaron con talco, y para finalizar me cruzaron el pañal entre las piernas y lo cerraron a la altura de la panza. Desde luego no me resistí para no recibir un nuevo castigo.
Para la media tarde todo continuaba igual: yo con un pañal y mis tías tratándome como a un bebé.
María se acercó y me examinó el pañal que desde la mañana se había mantenido seco.
-Mi cielo, tienes que hacer popo, o te dará dolor de pancita.
-Ni loco voy a hacer semejante loc…. –me colocó el chupete y me tapó la boca.
- La alternativa es peor –me advirtió.
Obviamente no hice caso a sus amenazas, grave error.
Pasada medía hora, al ver mi pañal integro. Las tres mujeres me sujetaron una vez más, me bajaron el pañal e introdujeron en mi colita un tubito. Un líquido empezó a ingresar a mis intestinos. Me volvieron a poner el pañal. Sentí en mi panza una revolución y luego de unos pocos minutos, sin poder evitarlo, largué todo el popo acumulado del día. Fue tal cantidad que pañal quedó repleto, me desplomé en el suelo y sentí como el popo se esparcía por toda mi cola. El olor fue tan fuerte que me delató de inmediato. 
Mis tres tías se acercaron mientras aún yo descansaba sobre el suelo y sonrieron satisfechas.
-Me parece que este bebé, ya se hizo popo –comentó una.
-Pero que bebé más sucio –agregó otra.
-Habrá que volver a cambiarle el pañal –concluyo la última.
Me levantaron una vez más, pude sentir como parte del popo se desprendía de mi colita y volvía al pañal más pesado. Me colocaron un cambiador plástico debajo de mí y me limpiaron con toallitas húmedas. Era tal la cantidad de popo que casi se les acabó el paquete.
Acto seguido, y aún desnudo, me llevaron a la bañera, que ya me aguardaba llena con agua tibia y más juguetes infantiles. Me colocaron allí y entre las tres me bañaron, mientras yo debía fingir, para su alegría, que los juguetes me divertían. Me lavaron con shampoo para bebés y luego, me vistieron. En esta ocasión fue el infaltable pañal blanco y su bombachón, y un mameluco azul que me agarraba todo el cuerpo.
Lo que continuó fue lo más vergonzoso, mis tías insistieron en que fingiera beber leche materna de sus pechos. A esa altura ya no me resistía a nada por temor a un nuevo castigo físico así que accedí. Primero fue mi tía María, se quitó su sweeter y me presentó dos firmes pechos, me recostó sobre su falda y tal como hace un bebé, empecé  succionar de uno y luego del otro. Mis otras dos tías siguieron.
Al finalizar estaba exhausto, y si a eso sumamos el baño y el resto del día, se entiende que me haya quedado dormido aún con el pezón de Clara en la boca.
Cuando me desperté estaba en la enorme cuna que armaron para mí, sobre mi cabeza giraba un móvil con música suave. Me moví un poco para desperezarme y enseguida sentí mi cola pegajosa y un horrible olor se presentó en toda la habitación. Me di cuenta que la enema aún tenía efectos en mí y me había hecho popo mientras dormía. Por lo vergonzoso me puse a llorar, enseguida mis tías se presentaron, una me alzó y la otra me puso un chupete en la boca, mientras la tercera me palpaba el pañal.
-Este bebito ya se hice popo –exclamó tapándose la nariz en forma juguetona.
-Vamos a cambiar ese pañal cochino –sugirió otra.
Una vez más me recostaron sobre un cambiador plástico, me quitaron el pañal que para mi sorpresa no salo tenía popo sino también mucho pis también, me limpiaron con toallitas húmedas, y me clocaron un nuevo pañal.
Así trascurrió el resto de la semana, debí actuar como bebé para no ser castigado. Mis días trascurrieron entre papillas para comer, baños de agua tibia con juguetes y asiduos cambios de pañales previa enemas.
Lo peor de todo es que cuando regresaba a mi casa mis tías me dijeron:
-En las próximas vacaciones vendrás con nosotras de nuevo.
Tragué saliva y de los nervios me hice pis encima, pero ya no llevaba pañales así que mis pantalones quedaron todos mojados.
-¿Ves? Ya eres todo un bebé –exclamó María al ver mis pantalones.
Sabía que en parte era cierto y en poco tiempo debería a volver a pasar las vacaciones con ellas y una vez más me transformarían en un dulce bebé.


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