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vuelve a estar a la venta el libro “El instituto AB” en formato pdf, cualquier
interesado escribe por privado
Ahora sí, a
leer, disfrutar y comentar.
Tierno bebé
Luciano llegó
al apartamento, estaba súper nervioso. En los últimos meses haba entablado una
conversación vía chat con una mujer, Nazarena de 36 años, veinte años mayor que
él.
Ahora después
de muchas idas y vueltas se conocerían cara a cara. Ella era muy hermosa, y con
una actitud segura, el joven por su lado no se animaba a mover un músculo.
-Tranquilo
cariño, -expresó -. Empecemos por quitarte la campera, acá hace calor.
Después de unos
minutos de charla, Luciano se sintió más seguro y abandonó su timidez natural.
-Porque no
empezamos –propuso Nazarena.
-C…claro
–frente a estas palabras volvió a ponerse nervioso.
La mujer lo
tomó de la mano y lo guio hacia su habitación.
-Acóstate -le pidió
con dulzura.
Lucano sintió
como la mujer le quitaba los pantalones, estaba en el paraíso. Cerró los ojos
para imaginarse mejor lo que vendría. Sintió a su compañera acomodando algo
debajo de él. Luego se lo cruzó entre las piernas y se lo cerró con fuerza a la
altura del abdomen.
-¡¿Qu… qué es
esto?! –se horrorizó al ver que le había colocado un enorme pañal blanco.
-¿Cómo qué es?
Un pañal obvio. Todo el tiempo estuvimos hablando de un encuentro para jugar.
-¡Pe… pero
pensé que era un juego, para tener sexo.
-¿Sexo? No. No
me interesas para eso. Yo lo que quiero es un bebé, y vos lo vas a ser.
-Evidentemente
hubo una confusión. Lo lamento. Me retiro.
Dicho esto
comenzó a quitarse los pañales.
-¡Bebé, malo!
–lo retó la mujer.
Lo atrajo hacia
ella, y empezó a azotarlo en la cola y no se detuvo hasta que ésta estaba roja
como un tomate.
-Ahora,
volvamos a empezar-dijo severamente la mujer -. O debo seguir castigándote.
El joven apenas
respondió con un ligero movimiento de la cabeza, y tragándose el llanto.
-Bien.
Una vez más lo
recostó. Le colocó, como castigo, dos pañales juntos más unas tiras
absorbentes, logrando un pañal súper abultado. Luego le puso un calzón de goma
para que no se lo quite. Lo vistió con un bodi y un short con dibujos súper
infantiles. Para finalizar le colocó guantes y zapatos tejidos. Lo llevó frente
al espejo para admirar su obra.
-Todo un bebé
–aseguró.
-Pero yo no soy
un bebé.
-Sí, lo sos –lo
calló colocándole un chupete en la boca.
Paso siguiente,
lo paseó por la casa mostrándole los diferentes lugares.
-Y por último,
este es el baño. Claro que vos no lo vas a necesitar, pare eso tienes los pañales.
Al oír eso Luciano se llenó de vergüenza.
El joven seguía
a la mujer por los distintos lugares, pero debido a lo abultado que se había
vuelto el pañal, le costaba mucho caminar, lo hacía torpemente y sin poder
cerrar las piernas (casi como un bebé que recién aprende a caminar).
Cada vez que
Nazarena le hablaba lo hacía como si él fuera un pequeño bebé.
Pasada una hora
Luciano moría de hambre.
-¿Tiene hambre,
bebé? -preguntó su mami.
-Sí, y ¿qué vas
a darme una mamadera o papilla? –respondió irónicamente.
-Claro que no.
Pensaba en una hamburguesa. ¿Te apetece?
-¡Seguro!
-Bien, vamos al
cochecito.
-¡¿Qué?! ¡No!
-Entonces vas a
pasar mucha hambre.
Después de
mucho aguantarse, Luciano cedió, y caminado torpemente se subió al cochecito.
-Muy bien,
progresamos –sonrió triunfante, Nazarena.
Lo sujetó bien
con las tiras de seguridad y salieron a la calle. La gente miraba asombrada al
bebé adulto y Luciano moría de
vergüenza, tanto que no notó que unas pocas gotas de pipí empezaban a
humedecer su pañal.
Al arribar a la
casa de comida, tomaron lugar en una mesa. La gente no paraba de mirar
asombrada la escena. Cuando llegó la hamburguesa, la mujer paró al muchacho que
casi se había abalanzado sobre la comida.
-Espera –dijo.
Se levantó y le
colocó un enorme babero.
-Ahora si bebé.
Come.
Con los guantes
y el babero se le dificultaba comer, por ello se manchaba o se le caía la
comida.
-Toma, bebé. No
te atragantes –la mujer le sirvió jugo en la mamadera
-¿Tengo que tomar
de ahí?
-Los bebés no
usan tazas, ni vasos.
Resignado una
vez mas y teniendo mucha sed, cedió. Con desesperación se bebió todo el
contenido de la mamadera y pidió por más. Luciano no olvidaba que la gente no
dejaba de observarlos, pero de momento quería solo saciar su sed y hambre.
Debido a lo
rápido que comió, sintió como su estómago comenzaba a retorcerse. Hizo fuerza
para aguantar, pero la presión era mayor. Primero fue un gas, y luego fue un
torrente de popo. El pañal se volvió amarronado y apestoso. Luciano sentía su
colita pegajosa, con moverse poco podía sentir como el popo se aplastaba más y
más.
-¿Qué es ese
olor? –preguntó Nazarena.
Se levantó de
su sitio y se dirigió hacia el joven. Tiró el pañal por detrás y lo
inspeccionó.
-¡No! ¡No
mires! –rogó el chico avergonzado.
-Bebé, pero que
cochino, ya te hiciste popo. Disculpe –le dijo
un camarero -. Mi bebé se hizo en los pañales, ¿dónde puedo cambiarlo?
El hombre miró
al chico que estaba rojo de vergüenza.
-E… en aquel
baño hay cambiador –señaló el mozo algo confundido.
-Muy amable.
Vamos, bebé.
Tomó a Luciano
y lo guio al lugar indicado. A medida que pasaban entre las mesas, la gente se
tapaba la nariz debió al terrible olor.
Llegado al
lugar, la mujer lo subió al cambiador y empezó a quitar los pañales.
-Vaya, hay
mucho pipi también. Y después decís que no sos un bebé.
Frente a estas
palabras el joven comenzó a llorar
-No, ya bebé,
mami no te reta –le colocó un chupete en la boca.
Tomó muchas
toallitas húmedas y lo limpió con cuidado. Luego acomodó dos pañales lo roció
con talco y le colocó crema para las paspaduras, y cerró con fuerza ambos
pañales.
Lo alzó y en
andas lo sacó del baño, al llegar a su mesa lo colocó en el cochecito y se
marchó. Luciano aún estaba avergonzado, pero el cansancio comenzaba a vencerlo.
Al arribar a la
casa, la mujer controló, los pañales al ver que estaban secos decidió no
cambiarlo. Lo acostó junto a ella en la cama.
-¿Por qué me
humillaste así? –preguntó el joven.
-¿Humillarte?
Estas equivocado, solo quiero que seas un bebé feliz, lo que digan los demás no
debe importarte.
-Pero fue muy
vergonzoso.
-Ven aquí.
La mujer se
colocó de frente a él y lo abrazó, mientras Luciano lloraba.
-No llores más.
Nazarena se
bajó las tiras de su camisón dejando al descubierto sus pechos. Lo acercó más.
El joven dejó entrar unos de los pezones en la boca y comenzó a succionar. Pese
a que no salía leche, sintió aquello muy satisfactorio, luego de continuó con
el otro pecho hasta que se quedó dormido.
Al día
siguiente, el joven notó sus pañales llenos de pipi, asoció eso al hecho de no
haber ido al baño en la noche, pero por algún extraño motivo, ya no parecía
molestarle el hecho de estar en pañales.
Nazarena estaba
feliz de esta actitud, con el mayor de los amores y ternura, le cambió los
pañales y le colocó unos nuevos.
El día
transcurrió con mayor tranquilidad que el anterior, a Luciano comenzaban a
divertirle aquellos juegos propios de bebés.
Cerca del medio
día ambos almorzaron, Luciano degustó una papilla de banana y manzana junto a
una enorme mamadera llena de leche tibia.
Por la tarde el
joven no paraba de mirar a su mami.
-¿Qué pasa,
bebé?
-¿Podría…
podría volver a ser amantado?
-Claro que sí,
las veces que desees.
Luciano se
acostó en el regazo de la mujer, mientras esta le ofrecía sus pechos. Con
desesperación el joven succionó, mientras Nazarena parecía disfrutar de aquel
acto.
Mientras
succionaba sintió ganas de hacer popo, ya sin importarle mucho dejó salir todo
lo acumulado mientras continuaba degustando su manjar.
Terminado fue
el momento de un nuevo cambio, toallitas, talco y pañales danzaron en las manos
de la mujer.
Así Luciano se
fue acostumbrando a la vida de bebé, vida que al principio le parecía
humillante. Pero que ahora después de años disfruta al máximo, disfruta mucho
ser un dulce bebé.