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sí, a leer, disfrutar y comentar.
La maestra
En las próximas líneas voy a contar mi historia, se de antemano que será difícil
de creer, pero juro que toda situación que cuente realmente sucedió.
Soy padre viudo de un pequeño niño de un año llamado Tomás. A diario lo
llevo al jardín maternal para que pueda ir a trabajar. La maestra Evelyn, es
una joven muy hermosa y que siempre trató a mi hijo con un gran cariño maternal,
y él la adora. La forma en que lo trata hizo sentir en mi algo de envidia,
desde la perdida de mi esposa no había vuelto a tener intimidad con una mujer,
y mucho menos alguien que me tratara con tanto cariño.
Una mañana amanecí con fiebre, avisé que no asistiría al trabajo. Llevé a
Tomás al jardín para que me permitiera descansar. Volví a mi casa, me acosté en
la cama y me dormí.
No sé cuánto tiempo transcurrió, pero cuando abrí los ojos, me costaba
moverme. Me quejé, pero de mi boca solo se escapó una especie de llanto. Frente
a mi apareció Evelyn, la maestra.
-¿Qué pasa tesorito? ¿Te duele algo? –preguntó preocupada.
No entendía que hacía en mi casa, nuevamente quise hablar, pero una vez más
solo se oyó un sonido gutural.
-Ven, creo que lo que quieres es que te haga upa –sonrió Evelyn.
“Upa” pensé “¿cómo va a levantarme? soy un adulto”
Pero para mi sorpresa me tomó entre sus brazos con facilidad. Estaba
confundido, aunque todo se aclaró cuando se paró unos instantes frente a un
espejo. Yo no estaba en mi cuerpo, sino en el de Tomás, ¡mi hijo!
No lo podía creer. Por primera vez caí en la cuenta de lo incomodó que me
estaba. Sentí mi entrepierna pesada y algo húmedo. Ahí caí en la cuenta de que
llevaba pañales.
“Dios, que incomodos son” pensé.
-Creo que este bebito, ya necesita que se le cambié el pañal –exclamó con
amor la maestra.
“¿Cambiarme? ¡NO!”
Intenté resistirme, pero ella me calmó con unas palmaditas en la espalda y
en mi cola.
-Ya, ya mi bebito –decía.
Me recostó sobre un cambiador plástico, me quitó el pañal, tuve una mezcla
de vergüenza con alivio ya que le pañal estaba muy cargado. Me limpió con
toallitas húmedas, acomodó debajo de mí un pañal, me roció con talco y lo cerró
con fuerza.
Volvía a sentirme incomodó por el pañal, pero no tanto como antes. Me colocó
dentro de un corralito y me alentó a jugar con otros bebés. Desde luego no
tenía ningún interés en los osos de peluche y pelotas que allí había.
Intentaba entender que me había sucedido y por supuesto como volver mi cuerpo.
Mientras meditaba sobre este asunto, sentí como mis intestinos exigían vaciarse,
acostumbrado como adulto a poder aguantar un tiempo considerable, no le preste
atención. Pero para mi sorpresa casi sin esfuerzo el popo comenzó a salir de mí.
Al percatarme de esto intenté detener tan desagradable situación, sin embargo
me fue imposible. Al estar en el cuerpo de un bebé no tenía mi esfínter
desarrollado. A pesar de todos mis esfuerzos, el popo seguía y seguía saliendo.
Sentí como el popo se desparramaba y se me pegaba en mi colita. El pañal se
volvió amarronado y para mayor vergüenza, el olor que se sentía era realmente
intenso, toda la salita empezó a apestar y yo también.
Las maestras percatadas del mal olor, empezaron a revisar a los bebés, y
encontrar el origen. Evelyn tiró de atrás de mi pañal y me inspeccionó, y por
supuesto que descubrió el horrendo escenario.
Me tomó entre sus brazos de nuevo.
-Pero que bebé más cochino –exclamó en forma juguetona -.Pero si te acabo
de cambiar el pañalito.
No sé si estaba la posibilidad de ponerme rojo, pero sin dudas me moría de
la vergüenza.
-Hay mucho olorcito en este pañal –seguía jugando conmigo.
Me recostó una vez más en el cambiador plástico, y me quitó el apestoso
pañal. Debió recurrir a muchas toallitas húmedas para poder dejarme bien
limpio. Lo que siguió fue un nuevo pañal y algo de talco antes de cerrarlo.
Una vez más me llevó en brazos para dejarme con los otros niños, cosa que
yo no deseaba, así que me aferré fuerte
su blusa para que no me suelte.
-Ho este bebito, está muy mimoso hoy. Bueno quédate upa de la seño –exclamó
mientras me daba besitos.
Intenté meditar, explicarme para que me ayudaran, pero me fui imposible.
Las continuas muestras de cariño de Evelyn me distraían. Las disfrutaba, aunque
fuera un adulto el que me tratara como bebé comenzaba a fascinarme, y decidí
pensar después y disfrutar ahora.
Llegada la hora del almuerzo, la maestra me puso un babero, me recostó en
su regazo, y me dio de beber una mamadera llena de leche. No me gustaba eso,
pero estaba perdido en el amor maternal que Evelyn manifestaba, al punto de
acceder a todo lo que quería.
Finalizado, me abrazó y me dio golpecitos en la espalda para ayudarme a
eructar.
-¿Sabés? De todos los bebés que cuido vos sos el más lindo de todos –me
confesó.
En ese ínterin sentí que mi vejiga ya estaba muy llena y que se vaciaría de
un momento a otro. Esta vez estaba decidido a aguatar. Que equivocado estaba.
El pipí salió sin control. Jamás usé pañales, pero me sorprendió lo que se
sentía, a medida que el pipí salía este se distribuía por todo el pañal, a la
vez que este se volvía cada vez más abultado y pesado, y la verdad la sensación
me agradó.
Eso junto a tener la panza llena me fue llevando a un sueño profundo. Pero
antes de dormir debí sufrir (o disfrutar) de un nuevo cambio de pañales.
Luego Evelyn me acunó entre sus brazos al tiempo que cantaba una hermosa
canción de cuna que me ayudó a dormir.
Al despertar estaba en mi cuarto de nuevo, y era yo otra vez.
No estoy seguro si fue un sueño, o por algún tipo de milagro estuvo unas
horas en el cuerpo de mi hijo. Lo cierto es que jamás olvidaré lo lindo que fue
que Evelyn me tratara como bebé.