Hola amigos, el segundo cuento del mes. Recuerden las dos nevedades de
este año: la primera es que ya tenemos cuenta en Instagram y ahora podrán
seguir los cuentos desde alli tambien (tengan paciencia por que se subiran muy
de a poco), busquenló como: cuentos ab (y verán que está el mismo logo). La
segunda reabrimos la pagina de Facebook, para que allí tambien puedan leer, y para
cntactos o pedidos en muchos más rapido y práctico.
Así que ya saben a partir de este momento ya nos pueden visitar en instagram
y en facebook, les agradeceríamos nos siguan en estas redes sociales para que
la comunidad crezca.
Ahora si a leer, disfrutar y comentar.
Amor a los pañales (parte 2)
Esta es mi
historia de cómo me enamoré de los pañales. Mi nombre es Gisela y siempre me
caractericé por ser una excelente estudiante y eso me enorgullecía. Pasaba
horas frente a los libros estudiando, lo prefería antes de jugar videojuegos o
salir con amigos. Es más me molestaba tener que cortar mis estudios para ir a
comer o al baño, y es en este punto que me quiero detener.
En mi obsesión
por tener conocimientos consideré que ir al baño era una pérdida de valioso
tiempo. Intenté llevarme los apuntes al baño, pero no funcionó. Hasta que un
día hice lo que cambiaría mi vida:
Estaba en medio
de un análisis muy complejo cuando la naturaleza llamó. Molesta intenté ignorar
la urgencia, pero fue en vano. Como en aquellos días vivía sola se me ocurrió
una locura y la lleve a cabo. Me acomodé un poco y de un solo empujón dejé
salir el popo que fue retenido por mi ropa interior y volví a acomodarme. Por
un instante pensé que era una locura y que me arrepentiría, estaba equivocada.
El sentir el popo aplastarse más y más en mi colita y desparramarse me agradó,
al punto que me ayudó a concentrarme mejor. A partir de ese día comencé a
hacerme popo encima.
Sin embargo me
quedaba el problema de cómo solucionar el tema del pipi, ya que allí era más
complejo, el estar húmeda si me resultaba incomodó.
Salí a caminar
para encontrar una forma de solucionar el dilema, y a las pocas cuadras hallé
la respuesta en la vidriera de una farmacia: pañales para adultos. Sin dudarlo
los compré y también un paquete de toallitas húmedas.
Extasiada
regresé a mi casa, me coloqué un pañal (con mucha dificultad), me sentía algo
incomoda (y tonta), me veía ridícula y cada vez que me movía se oía como si una
bolsa de plástico se arrugara. Empecé a estudiar. A la hora la naturaleza me
avisó. Era el momento de saber s mi plan resultaría, abrí un poco las piernas y
dejé salir el pipi, por un momento temí de mojar mi cama, pero el pañal
resistió, absorbió todo sin dejar salir una gota. El pañal se infló como un
globo y al verlo tenía una tonalidad amarillenta. En cuanto a mí, totalmente
seca. Mi plan había funcionado.
Los días
pasaron y me fui acostumbrando al pañal y al mismo tiempo enamorándome de él. A
donde iba lo llevaba puesto. Claro que fuera de casa solo me animaba a hacer
pipí. Me gustaba sentirlo pesado y cuando llegaba el momento de quitármelo me
agradaba el olor de un pañal lleno. Siempre me aseaba con cuidado para no
contraer una infección, me pasaba toallitas húmedas por mi colita y mis
partecitas, después me rociaba con talco y me abrochaba un nuevo pañal.
Puede sonar
tonto, pero también me había comprado un chupete, no lo usaba siempre, pero cuando
estaba nerviosa por la cercanía de un examen, el usarlo me daba tranquilidad
(al igual que a un bebé) incluso lo usé algunas noches en que el sueño me
evitaba.
Como conté,
fuera casa, solo me animaba a mojar el pañal nada más. Eso cambio al poco
tiempo. Tuve que ir a la biblioteca un día y sabía que pasaría toda la tarde
allí. Cerca de una hora después de estar leyendo me vinieron muchas ganas de
hacer popo, y como me había acostumbrado a hacerme en los pañales me estaba
costando mucho aguantarme. Pensé en dejar todo e ir al baño, pero no quería
dejar de leer. Así que disimuladamente me acomodé en mi asiento y tal como hacía
en casa solté todo el popo, el cual se aplastó y desparramó en mi pañal.
A los pocos
minutos el lugar comenzó a apestar y las demás personas lo notaron. Sin embrago
lejos de lo que pueden pensar no me avergoncé, al contrario seguí como si nada.
El olor a popo y el sentirlo todo pegoteado en mi colita me encantaba y me
ayudaba a concentrarme mejor en lo que leía.
Finalizado lo
que debía hacer volví a mi casa, pero sin cambiarme el pañal. En el colectivo
también se llenó de olor y yo seguía extasiada. Cuando se liberó un asiento me
senté con fuerza en él para volver a sentir el popo aplastarse contra mi
colita.
Al llegar a
casa si fue tiempo de limpiarme, me coloqué mi chupete y un cambiador plástico
debajo de mí. Desprendí el pañal que esas alturas estaba a punto de estallar no
solo por todo el popo que había largado, sino también porque había hecho pipi
muchas veces en él. Me limpié con cuidado con toallitas húmedas y abroché un
nuevo pañal.
Mi amor por los
pañales llegó a tal punto de que deseche toda mi ropa interior, para utilizar
solo pañales los siete días de la semana las veinticuatro horas del día. No
creía que pudiera seguir viviendo sin sentir los abultados pañales envolviendo
mi colita, el olor a talco en mis partecitas, sentir como el popo es contenido
y después aplastado, todo eso eran parte de mi vida era lo que más amaba en el
mundo.
Así cambió mi
vida, no importa el lugar o la hora en la que me encontraba, si la naturaleza
llamaba, hacía mis necesidades en mis amados pañales. Y si lo que venía era
popo, mucho mejor, me encantaba sentirlo en mi colita todo pegajoso, y llenar
el lugar de olor. Todo el tiempo lo hacía, como la más tierna de las bebitas.