Amigos el nuevo
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Les rogamos se hagan seguidores de la página para poder seguir
creciendo. Dicho esto es momento de arrancar. Ahora sí a leer, disfrutar y
comentar.
Amo mi trabajo,
pero como todo tiene un lado negativo. Debo estar largas horas viajando de un
colectivo a otro. Los viajes no parecen tener fin. Durante ese tiempo es poco
lo que hay para hacer más que mirar por la ventana y suspirar de abrrimiento.
Pero mi
verdadera historia comienza cuando conocí a una bella chica. Siempre se sentaba
a mi lado y poco a poco nos hicimos amigos, su nombre era Sofía.
Las charlas con
ella hacían mis viajes más llevaderos.
Sin embargo un
día una comida en el mal estado me afectó el estómago, para peor al día
siguiente debía enfrentar un largo viaje. Pensé en suspender, pero la verdad es
que necesitaba el dinero, probé con medicamentos: nada. En uno de mis idas a la
farmacia se me ocurrió una idea descabellada, no obstante a esa altura ya o
tenía opciones: me compré un paquete de pañales descartables para adultos.
Al llegar a mi
casa me coloqué uno, era desagradable, incomodó, y me costa caminar con él, sumado
a un molesto ruido a bolsa de plástico que hacía cada vez que me movía. Era
humillante, pero no tenía opciones.
Al día
siguiente ya con mi pañal puesto, tomé asiento en el lugar habitual, al hacerlo
el ruido a bolsa de plástico volvió a hacerse presente y junto a un fuerte olor
a talco (que me había puesto para evitar pasparme).
Aquel día, por
primera vez en mucho tiempo deseé que Sofía no suba al colectivo. Pero la
suerte no estuvo de mi lado, cerca de una hora de viaje subió y como solía
hacer se sentó a mi lado.
Intenté
disimular mi incomodidad, aunque fue complicado. Cada vez que me movía se oía
ese ruido a bolsa, Sofía no parecía haberlo notado y si lo hizo fingió no escucharlo.
Llevábamos unas
horas de viaje, cuando sentí como mis intestinos se retorcían, intenté aguantar
lo que más pude, pero finalmente la presión me ganó. En un momento de flojera
largué todo lo que mi estómago acumulaba, sentí como el popo se desparramaba
por toda mi colita. Debido a mi descompostura mi vejiga también falló y solté
una gran cantidad de pipi. Sentí el pañal ponerse tibio y sobre todo muy
pesado.
-Qué feo olor
¿no? –exclamó mi amiga sin saber de dónde venía.
-¿Sí? No lo
siento –intenté disimular mi incomodidad.
-Sí, es un olor
muy feo –se tapó la nariz.
Afortunadamente
el colectivo hizo una de sus habituales paradas. Me disculpé y salí corriendo
derecho al baño. Allí me quité el pañal sucio que estaba a punto de estallar, me
limpié, no sin dificultad, me coloqué un nuevo pañal y volví al colectivo más tranquilo.
Más tranquilo
pude continuar con mis habituales charlas con Sofía. Pero cerca de una hora
después volvió mi descompostura. Una vez más me resistí hasta donde mis fuerzas
me lo permitieron, pero nuevamente fallé. Por segunda vez sentí como mi pañal
se volvía pastoso debido a todo el popo que largaba.
Sofía volvió a
mencionar el mal olor otra vez. La fortuna nuevamente estuvo conmigo y el colectivo
hizo una nueva parada, me dio el tiempo suficiente para limpiarme y colocar un
nuevo pañal limpio.
Pero la suerte
no puede durar para siempre. Un nuevo retorcijón hizo que por tercera vez
embarre mi pañal. Pero mi mala suerte no quedó allí, ya que el colectivo paró
cerca tres horas más tarde. Para esa altura fue imposible disimular frente a
Sofía que el olor venía de mí. Ella quedó en completo silencio el resto del
viaje y disimuladamente se tapaba la nariz.
El realizar la
tercera parada, me fui al baño desilusionado y triste. Cuando estaba a punto
cambiarme sentí una voz celestial a mi espalda.
-¿Quieres que
te cambie yo? –exclamó Sofía llena de ternura.
Estaba atónito
y solo asentí con la cabeza. Cuando me di cuenta mi amiga, ya me había
recostado en el suelo, me había quitado el pañal sucio y en ese momento me
limpiaba con toallitas húmedas toda mi colita y mis partecitas, me roció con
talco y me colocó un nuevo pañal.
-Ya está,
bebito –exclamó en forma picarona.
-Te juro que me
muero de vergüenza -le dije.
-No hay porque
tenerlo.
Se levantó la
pollera y me mostró un gran pañal blanco, estaba amarillento en la parte de la
entrepierna.
-A veces los
viajes son muy largos y se me escapa el pipi, así que opté por ponerme siempre uno.
Sonreí al ver que
ambos pensábamos igual. Más aliviado volví al colectivo. A partir de ese hecho
mi relación con Sofía se hizo más estrecha.
Faltando una hora
para llegar a destino mi estómago me volvió a avisar que aun no se recuperaba.
Me resistí y Sofía lo notó.
-Tranquilo
bebito. No pasa nada –dijo al tiempo que me recostaba en su regazo y me acariciaba
la cabeza.
Miró para un
lado y para otro y al ver que todos dormían, se desprendió los botones de la
camisa y luego hizo lo propio con su corpiño y me ofreció un pecho.
-¿Qué haces? –pregunté
alarmado.
-Shh –me acarició
la cabeza -. Succiona as a ver que te va aliviar -me explicó.
Con ciertas
dudas, dejé entrar su pezón en mi boca e hice lo que me sugirió. Por raro que
parezca ese simple acto me alivió los dolores.
-Así, bebé –repetía
Sofía al tiempo que me daba palmaditas en mi abultado pañal.
Al llegar a
destino, fuimos al baño. Primero ella me limpió con toallitas húmedas y me colocó
un nuevo pañal. Para después pedirme que yo hago lo mismo con ella.
Con cierto
temblor, la recosté en el suelo, le quité el pañal que estaba terriblemente
pesado por tanto pipi. Limpié sus partecitas con toallitas húmedas y volví a colocarle
un pañal luego de rociarle la colita con talco.
A partir de ese
día nos hicimos muy íntimos. Siempre viajamos con nuestros pañales a cuestas. Y
en las paradas nos cambiábamos el uno al otro. Por ello nunca olvidaré aquel
día en que estuve descompuesto y debí usar pañales como el más tierno de los
bebes.