Vistas de página en total

viernes, 29 de julio de 2016


El gualicho



Sandra era una típica adolescente, canchera, mal humorada, y solo preocupada por las cosas triviales de la vida, de su vida. Entre esas preocupaciones no se encontraba el de ocuparse de su hermana más pequeña.

Sin embargo aquel jueves su madre debía asistir al médico, y no había otra opción que Sandra para hacerse cargo de la pequeña Delia.

Cuando el reloj dio las cinco la adolescente ya no toleraba más a su hermana que no paraba de llorar, hambre no tenía, los pañales estaban limpios, la colocaba en la cuna y aún continuaba lloriqueando y no se quedaba quieta. Nada parecía calmarla. Por lo tanto decidió ponerla en el cochecito y sacarla a pasear, quizás el aire libre la apaciguaría.

Caminó un buen rato sin dejar de empujar el carrito, pero la bebe no se calmaba. Ya lo había intentado todo y estaba fastidiada por la situación.

-¡¡¡¿Qué?!!! ¡¡¡¿Qué demonios es lo que queres?!!! –le gritó perdiendo el control.

Pero lo único que logró es alterar más a la niña. Comenzó a maldecir y gritar al aire. Las personas que por allí transitaban no podían creer lo que veían. Una de esas tantas se detuvo y miro a Sandra.

-¡¿Qué mira?! –preguntó molesta.

-Un castigo ejemplar necesitas –la señalo con un dedo –y en diez días los tendrás.

Luego miró a la bebe le sonrió e inmediatamente esta se calmó. La mujer se retiró sin decir una palabra más.

-Desquiciada –exclamó Sandra, y viendo que su hermana se había tranquilizado regresó a su casa.

El resto del día transcurrió normal, pero llegada la noche sintió un gran cansancio y pesadez en los ojos que lo asoció al paseo de la tarde. Se retiró a su habitación y ni bien se acostó se durmió profundamente. Ala mañana siguiente cuando despertó se sentía distinta, rara, su cuerpo estaba raro, más pequeño. Tardó varios segundos abriendo y cerrando los ojos hasta que estos se acostumbraron a la claridad de la mañana. Miró la habitación, era la suya de eso no había dudas, pero estaba distinta tenía un aspecto más infantil.

Se levantó casi de un salto de su cama y se miró en el espejo, ya no tenía dudas se había rejuvenecido. Calculaba que debía tener unos cuatro o cinco años.

-¡¿Qué rayos me pasó?! –balbuceó tocándose la cara.

De repente sintió un frio que nacía en su entrepierna y cola, y se extendía a sus piernas. Se observó el camisón de dormir estaba todo mojado al igual que su ropa interior, mientras que en la cama, en medio de las sabanas, había una gran mancha amarilla. Sandra recordó que a los cuatro años había tenido un grave problema de incontinencia y ahora que mágicamente había vuelto a ser una niña había regresado también el problema.

Desesperada por toda la situación solo se le ocurrió ocultar la evidenciase movió la más rápido posible, comenzó por sacarse el camisón, pero antes de que pudiera terminar ingresó a la habitación su mamá.

-¡Sandra! –exclamó la mujer.

-¡¡¡Sé que esto te parece extraño, pero amanecíasí y…!!! –quería explicarle como había rejuvenecido por eso hablaba rápido y se trataba con sus propias palabras.

-Sandra, para esto no hay explicaciones, nuevamente mojaste la cama.

-¿Qué? Eso es lo de menos…

-¿Lo de menos? Yo creo que no. Me habías dicho que ya no lo hacías pero me doy cuenta de que no es así, que necesitas los pañales.

-¡¡¡¿Qué?!!! ¡No! ¡De ninguna manera!

-Por si no se dio cuenta no le estoy preguntando, señorita.

La mujer tomó a la pequeña del brazo la recostó sobre la cama y sin darle siquiera una oportunidad le ajustó un enorme pañal después de rociarla con talco.

-Y ahora vístete ya es tarde para el jardín.

-¡¡¡¿Jardín?!!!

-Sí, eso dije ¡Rápido!

La niña no protestó más, estaba pérdida, muy aturdida. No entendía nada, había rejuvenecido, mejor dicho el tiempo había vuelto atrás, pero era obvio que solo ella se percataba de eso. Se vistió con el infantil guardapolvo, del jardín, que afortunadamente era lo suficientemente largo para cubrir el pañal, mientras su madre se llevaba las sabanas y la ropa para lavar.

El día en el jardín fue peor de lo que pensaba, todo le resultaba tan humillante y eso se le sumó que en un momento se agachó tanto pare recoger algo que todos los niños pudieron verle el pañal, después de eso fue el centro de las burlas y risas de toda el aula.

-Esto es terrible, terrible –se repetía a sí misma, ya a la noche acostada en su cama -¡¿Qué fue lo que me ocurrió?!

Se quitó las sabanas, se subió un poco el camisón y contempló hipnotizada su pañal. En todo el día había necesitado dos cambios, le era casi imposible controlar su vejiga. Y a pesar de sus suplicas de no usarlo, su madre no le había hecho caso y le había colocado uno para dormir, acusando estar cansada de lavar sabanas y ropa.

Sandra no entendía nada, el tiempo había vuelto atrás y a pesar de conservar sus recuerdos y su inteligencia de adulto, revivía todos los malos momentos de su vida.

Los dos consecutivos días fueron similares, se despertaba todas las mañanas con su pañal cargado y pesado, su madre la cambiaba poniéndole uno limpio y luego derecho al jardín donde era el centro de las burlas debido a que usaba pañales. Incluso en algunas veces se hacía pipi encima y las maestras debían cambiarla.

El tercer día comenzó distinto, una incomodidad y un desagradable olor la despertó. Intentó incorporarse pero el cuerpo no le respondía del todo, entonces supo que algo nuevo había pasado. Miró a su alrededor nuevamente su habitación se había modificado esta vez tenía el aspecto de un típico cuarto de bebe.

-No, no. Que no haya pasado lo que estoy pensando.

Levantó la cabeza un poco para ver su cuerpo y con eso alcanzó para confirmar su peor sospecha. Había retrocedido más en el tiempo, cuando era una pequeña bebe.

La incomodidad y el mal olor tenían un mismo origen: un pañal cargado hasta más no poder de popo.

-Esto es una tortura –se dijo a sí misma.

Quiso gritar pero se dio cuenta que no podía hablar, solo lograba balbucear, y cuando intentó gritar para descargar su ira solo consiguió llorar como una niña pequeña. Eso hizo que su rejuvenecida madre entrara a la habitación.

-¿Qué pasa, mi amor? –exclamó con cariño maternal -¡Ah! me parece que alguien se ensució y mucho –le miró la cola.

La sacó de la cuna la recostó sobre un cambiador plástico, allí la limpió con toallitas húmedas íntegramente, le colocó una crema para impedir que se paspe, y le puso un nuevo pañal. Mientras todo esto sucedía Sandra intentó hablar y explicar a su madre lo que estaba sucediendo pero nuevamente solo balbuceaba y se asemejaba más a una niña que quería jugar que a un reclamo de atención.

-Ya que estas despierta ¿vamos a comer? –dijo su madre.

Se sentó sobre una silla mecedora con ella en brazos y le ofreció su pecho. Sandra se resistió un poco, pero su madre la acercó. Al principio bebió un poco de la leche materna y le parecía desagradable sin embargo comenzó a disfrutar de aquella sensación de succión, le causaba un placer que no podía explicar y que nunca antes había tenido, pero ello cuando ya no había más leche en un pecho continuó con el otro. Terminado el desayuno su madre le dio ligeros golpecitos en la espalda hasta que eructó.

Lo que siguió del día fue un paseo en cochecito por el barrio. Al principio eso la puso de mal humor, que todos la miraran e incluso le hagan monadas para jugarla, pero después de unos minutos ya lo disfrutaba, le encantaba pasear y lo estaba haciendo, y lo mejor de todo es que la llevaban ni siquiera tenía que caminar.

La tarde la paso entre juegos en su corral y largas siestas de las que se despertaba húmeda y sucia. Esto de todo era lo que más le molestaba, pero como todo lo anterior también se acostumbró, después de todo su madre siempre la cambiaba lo más rápido posible, la perfumaba y la vestía con una muñequita. Cerca de la noche llegaba el baño el cual también disfrutaba. No obstante todas las noches comenzaba a pensar cómo hacer para que su cuerpo vuelva a la normalidad

La octava noche desde su transformación justamente estaba intentando que un plan se le ocurra cunado otra fugaz se le pasó por la cabeza.

-Y ¿si me quedara como un bebe para siempre? No es una locura –movió su cabeza de un lado a otro intentando despejar su mente -¿O no lo es? Después de todo no tengo las presiones de un adulto, no tengo que ir a la escuela, puedo jugar y hacer lo que quiera todo el día, y todo lo que necesito lo hacen por mí. ¡Está decidido será una tierna y linda bebita el resto de mi vida! ¡A disfrutarlo! –decía siempre para sus adentros

El noveno día puso en marcha su plan y disfruto cada segundo de ser una bebe. Tan feliz estaba que ya ni se preocupaba por sus pañales sucios o mojados, había llegado a un punto que prácticamente lo disfrutaba y mientras más tiempo pasara con él más la divertía.

Cuando la recostaron en la cuna a la noche estaba exhausta había aprovechado cada segundo de aquel día. Con un pañal limpio y su colgante en movimiento no tardó en dormirse.

Al despertar, por la luz del sol, estaba lista para un nuevo día de pañales y juegos, pero algo había cambiado. Sentía que estaba seca y no estaba recostada en una cuna, sino en una cama de adulto. Se incorporó rápidamente y se miró en un espejo había vuelto a ser una adolescente.

-¡No! –se lamentó -.Justo cuando comenzaba a divertirme.

Con el ánimo por el piso bajó a desayunar, allí estaba su madre atendiendo a su hermana más pequeña, con la misma ternura y dulzura que días anteriores le pusiera a ella. Terminada la comida su madre le habló.

-¿Podes cambiarle los pañales a tu hermana? mientras yo lavó acá.

-Claro.                     

La alzó y la llevó hasta un cambiador.

-Tienes suerte –le dijo mientras le colocaba un nuevo pañal -.Me gustaría estar en tu lugar, pero no creo que vuelva suceder, así que disfrútalo, hermanita –le sonrió como jamás lo había hecho.

Después de diez días Sandra comprendió que le había sucedido, aquella mujer del parque la había echado una maldición: “Un castigo ejemplar necesitas y en diez días los tendrás” le había dicho. Allí entendió el castigo no había sido el volverse un bebe, sino todo lo contrario, había sido que luego de probarlo y disfrutarlo, ya no volvería a ser una bebita.



martes, 26 de julio de 2016

¡¡¡Ahora pueden obtener su libro “El Instituto AB” en formato de papel!!! Así es ahora el libro está en forma impresa y lo pueden comprar a través de la página distribuidora Createspace. Lo bueno es que esta página ofrece múltiples formas de pago que les facilita su adquisición (un problema recurrente con el anterior método). El libro es pequeño cuanta con casi cuarenta páginas y el valor es de 6.50... dólares (parte del valor es de Createspace que imprime y edita el libro). La única ventaja negativa es que éste formato no cuenta con imágenes como si tenía el formato PDF (por una cuestión de derechos).
Así que ya saben si les interesa sigan este enlace: https://www.createspace.com/6381234
Por otro lado si prefieren un formato más económico (y con las imágenes) comuníquense por privado con nosotros para obtener el formato PDF a nuestra pagina de Facebook: https://www.facebook.com/cuentosabdl/







Un episodio (des)afortunado 2º parte



Hace un par de meses me ocurrió el acontecimiento más feo y vergonzoso de mi vida, pero que finalizaría como uno de los mejores días que viví. Lo que aconteció fue: que una tarde yendo a casa de una amiga de la escuela para realizar un trabajo, comí algo que me provocó un malestar. Tan fuerte fue la descompostura que no llegué a un baño y terminéensuciándome encima. Mis amigas juraron guardar el secreto pero en contrapartida yo debía usar pañal por si el malestar continuaba. Obviamente que al principio me negué, pero a la fuerza me lo pusieron, y así transcurrió la tarde entre trabajo y cambio de pañales.  

Lo que nunca pensé que podía suceder finalmente ocurrió y tomé un cariño especial por usar pañales y a partir de ese día comencé a ponérmelos de vez en cuando, varias veces me arriesgué a salir con él a la calle o incluso en la escuela. Pero con el tiempo esto me hizo sentirme vacía, es decir adoraba usar pañales, pero lo que realmente añoraba era volver a ser una bebita como aquel día en la casa de mi amiga Mariana, pensé que jamás tendría tal suerte, pronto descubriría que estaba equivocada, muy equivocada.

Una mañana como cualquier otra, me dirigí a la escuela. El día transcurría normal, hasta que comencé a sentir algunos cólicos en mi panza, pedí permiso y fui al baño. No fue como aquel día ya que llegué con lo justo al inodoro. Terminado me higienicé correctamente y cuando iba a subirme la bombacha (o bragas) vi algunas manchitas lo que delataba que no había llegado a tiempo como pensaba. La lavé y me la puse. Aun así me sentía incomoda y preocupada de que se pudiera sentir mal olor. Por ello, ni bien tocó el timbre del recreo me dirigí al baño con mi mochila y saqué unos pañales que había comprado el día anterior y había escondido allí. Sin dudarlo me quité la ropa interior y me coloqué un pañal, me aseguré bien de que no se viera por debajo de la pollera,  ya que era muy abultado, y salí para encontrarme con mis amigas.

La conversación con ellas fue tan divertida que pronto olvide lo que llevaba puesto. Para mi mala suerte o mejor dicho mi buena suerte, mi amiga Mariana tenía la costumbre de darle un ligero golpecito en la cola a quien hiciera un comentario gracioso, y cuando yo lo hice llegó la clásica felicitaciones. Obviamente que el sonido fue bien distinto al esperado, al igual que lo que se siente al contacto. Por la cara de Mariana deduje que algo raro había notado, aunque no el resto de mis amigas.

Cuando sonó el timbre que marcaba el regreso a las aulas todas nos dirigimos hacia las escaleras, pero Mariana me tomó de la mano y me alejó un poco. No dijo nada pero me miró directamente a los ojos y volvió a nalguearme la cola, el sonido anterior se repitió. Yo estaba tan nerviosa y roja que no podía hablar, mucho menos moverme. Eso le dio la oportunidad de levantarme un poco la pollera para dejar al descubierto un blanco pañal. Intenté, como pude, una respuesta que sonara lógico, pero nada con sentido salía de mi boca.

-¡Qué lindo! –exclamó mi amiga al fin-.Pensé que lo de aquel día no te había gustado, pero por lo que veo le tomaste el gustito a los pañales. Te cuento un secreto –se acercó a mí –desde aquel día yo tampoco pude dejar de pensar lo lindo que fue. Como bebita sos muy tierna.

-¿En serio? –solo atine a decir.

-Sí, en serio. Bueno ahora vamos bebe, antes de que nos regañen.

Obedecí y las dos volvimos al aula. Cuando el final de clase llegó, encaré para regresar a mi casa pero la voz de Mariana me detuvo.

-¡Vero, espera! ¿Tenes que hacer algo?

-No, nada.

-¿Queres venir a mi casa?

-¿A tu casa?

-Sí… bebe –exclamó acercando su cara a la mía.

Mi corazón se aceleró al escuchar esas palabras y solo pude asentir con mi cabeza.

Una vez en su casa, fuimos a su habitación.

-Ponetecómoda, ya vengo –me ofreció.

Me senté en la cama y miré hacía todos lados, todo estaba como lo recordaba. No había vuelto allí desde aquel glorioso día. En ese momento Mariana regresó cargando un pesado bolso, era el típico que usaban las mamás cuando salen a la calle con sus bebes

-Bien –me recostó hacía atrás y me levantó la pollera.

-¡Espera –dije reincorporándome -¿Qué está haciendo?!

-A ver Vero ¿te pusiste talco en la cola hoy?

-Bueno, no.

-¿Ves? Te vas a paspar toda, te voy a poner un poco de talco y te cambió el pañal.

-No, es decir no es necesario… aquel día… -no sabía cómo continuar, lo que estaba sucediendo lo deseaba, pero aúnasí la vergüenza de lo que ella podía pensar era más fuerte y por ello me resistí.

-Bebe –me acarició la cabeza –.Acostate.

No sépor qué, pero frente a tales palabras perdí toda mi fuerza de voluntad y obedecí. Sentí como una gran alegría y emoción me invadían cuando me quitó el pañal, me roció con talco y ajustó un nuevo pañal a mi cintura. Después prosiguió quitándome el uniforme escolar y me colocó un enterito y para finalizar me puso un chupete rosa en la boca.

-¿Mejor, bebita? –asentí con la cabeza -.Bien.

Estaba sucediendo, lo que tanto había deseado durante meses estaba volviendo a ocurrir, así que simplemente me dediqué a disfrutarlo y no me negaba a nada de lo que mi amiga proponía o decía.Jugamos en el suelo con algunos juguetes, los cuales me divirtieron bastante y varias veces me los llevé a la boca pero Mariana enseguida me los sacaba. En unas cuantas oportunidades me recostó en el suelo y me besó la barriga. Me ayudó a colorearlibros de cuentos de princesas, y luego me recostó en su cama y me cantó una canción de cuna mientras me acariciaba y eso me durmió.

Al despertar vi que Mariana me tocaba la cola del pañal.

-Acá hay algo de olorcito. Me parece que vamos a necesitar un cambio de pañales.

Me desabrochó el enterito y miró mi cola.

-Sí, definitivamente necesitamos un cambio.

No dije nada, ni siquiera me importó estar sucia. Mientras me quitaba la ropa, yo me entretenía chupando mi dedo pulgar ya que había perdido mi chupete.

-¿Tenes hambre, bebe? -me preguntó una vez limpia, asentí con la cabeza -.Bien.

Se sentó en la cama, se levantó la blusa y se desprendió el corpiño, dejando uno de sus senos al descubierto.

-Veni –me invitó, pero dudé en acercarme, eso antes no había sucedido –Veni, bebita –insistió.

Finalmente accedí. Agatas llegué a la cama, subí y me recosté sobre ella. Volví a dudar, pero mi amiga tomó mi cabeza y con delicadeza y ternura me acercó a su pecho, hasta que deposité mis labios en su pezón. Al principio me daba vergüenza pero pasado unos minutos comencé a succionar como lo haría cualquier bebe. Obviamente nada salía de allí pero la sensación era tan gratificante que me quedé así un buen rato. Mientras tanto ella con una mano me sostenía la cabeza y con la otra daba ligeros golpecitos a mi cola como una especie de felicitaciones por ser tan buena bebita. En un momento hubo un cruce de miradas y pude ver como sus ojos irradiaban una gran ternura hacia mí, me sentí tan bien con eso que me acomodé en su regazo y continúe succionando.

Como sus padres iban volver en breve solo quedó tiempo para un último cambio de pañal, ya que el otro lo había mojado, de manera que me fuera limpita hasta mi casa. Hecho esto nos despedimos en la puerta de entrada.

-Nos vemos mañana, Vero –me saludó.

-Claro –respondí con una sonrisa.

-Ah, y acordate que siempre vas a ser mi bebita, solo tenes que pedírmelo. Lo único que la próxima vez no pase tanto tiempo, mira que lo voy a estar esperando.

-¡¡¡Sí!!!

Aún con la emoción embargando todo mi ser, volví a mi casa. En el camino no pude evitar recordar cada maravilloso momento, estaba feliz, porque a diferencia de lo que había pensado, había vuelto a ser la bebita de mi amiga.




BadBoy



Federico García era una terrible persona, aquellos que llegaban a conocerlo aseguraban, sin miedo a equivocarse, que era el peor ser humano que conocieron. Era soberbio, engreído, mujeriego y un sinfín de etcéteras que no hace más que acrecentar su conjunto de malos adjetivos.

En la empresa en que trabajaba tenía un puesto jerárquico que había conseguido, no por méritos propios, sino a base de traiciones y engaños. Desde ese lugar que consideraba especial acosaba a sus compañeras, asegurándoles un buen futuro laboral si accedían a salir con él, o lo contrario si se negaban. Todas las mujeres estaban alertadas e intentaban alejarse de él cada vez que lo veían.

Entre esos días comenzó a trabajar Laura, una bella joven con un gran curriculum. Era amable, dulce y buena compañera. Desde luego Federico no tardó en intentar seducirla, y como tantas veces había hecho, trató de seducirla con la promesa de un próspero futuro laboral. Las compañeras de Laura le advirtieron de que clase de hombre era Federico.

-¿Tan malo es en verdad? –preguntó.

-Peor de lo que te imaginas –respondió una de sus compañeras.

-Quizás yo lo pueda hacer cambiar.

En ese momento las demás mujeres no entendieron a qué se refería Laura, pensaron que se trataba de una jovencita ingenua, soñadora, que podía cambiar “al chico malo” y convertirlo en un hombre de bien. Pero nada más alejado de la realidad, lo que Laura tenía en mente era otra cosa. No perdió tiempo y preguntó a cuantos pudo si de verdad Federico era tal cual se lo habían descripto, cuando no tuvo dudas de que clase de hombre era, puso en marcha su plan.

Esperó a que él diera el primer paso. Una fría mañana cuando la invitó a cenar, ella aceptó. Durante la comida se mostró interesada en todo lo que Federico contaba, e incluso se las arregló para sonreír cuando tiraba algún comentario desubicado.

-Y ahora ¿Qué quieres hacer? –pregunto el joven cuando salieron del restaurant.

-Es temprano, vamos a mi casa a tomar algo y… divertirnos.

-Desde luego, señorita –respondió con una desagradable sonrisa.

Ya en casa de Laura, ésta hizo que Federico siguiera bebiendo y de esta forma este menos lucido, mientras ella solo fingía hacerlo. Cuando el joven ya no sabía ni donde estaba parado, ella sonrió y dijo.

-Empieza ahora.

Laura lo llevó a una habitación y eso fue lo último que recordó Federico antes de caer dormido por la borrachera.

Al día siguiente se despertó. El dolor de cabeza era muy fuerte y tardó unos cuantos minutos en poder abrir los ojos. Cuando lo hizo no podía creer lo que veía. Llevaba puesto un enterito de color azul y dibujos infantiles de osos. Miró a su alrededor estaba acostado en una cuna de bebé, y esposado a una de las barandas. Intentó soltarse pero no lo logró aunque pudo incorporarse, tocó por debajo del enterito, no estaba seguro pero creía que llevaba puesto un pañal.

Observó a su alrededor, era la habitación típica de un bebé, juguetes, cambiador, pila de pañales y talco.

-¿Qué es esta locura? –exclamó nervioso y confundido.

Fue en ese instante en que Laura ingresó a la habitación.

-Hola bebé ¿cómo dormiste? –preguntó mientras le acariciaba la cabeza en forma tierna.

-¿Qué es esto, loca? ¡Desquiciada!

-A mami no le gusta que le hables así.

-¡Loca, más vale por tu bien que me sueltes! –la amenazó.

-Veo que te levantaste de mal humor –lo tocó en la entrepierna -.Pero no estas mojado entonces ¿por qué lloras tanto?

-¡¿Qué?! ¡¿No entendes?! ¡Soltame!

-Ahhh que mal día tenemos.

La mujer tomó un chupete y se lo colocó en la boca, y para que no se lo saque lo agarró a un elástico y se lo pasó por atrás de la cabeza. Federico intentó hablar pero le fue imposible, al contrario balbuceaba y eso lo asemejó más aún bebé, por ello Laura lo acariciaba en la cabeza, sonreía con dulzura y le hablaba como si fuera un bebé.

Luego de un rato lo dejó solo. Federico intentó nuevamente liberarse pero le fue imposible, estaba muy bien sujeto. A medida que pasaban los minutos comenzó a sentir una fuerte ganas de orinar, producto de todo lo bebido la noche anterior, quiso gritar pero el chupete en su boca se lo impidió. Después de resistir durante un buen rato, finalmente perdió la lucha y el pis se liberó sin control. Inmediatamente revisó el colchón, ni una gota. Eso le confirmó lo que pensaba, tenía puesto un pañal, que ahora estaba húmedo y muy pesado. Maldijo a más no poder, hasta que se agotó y volvió a dormirse.

Despertó en la misma realidad que en la que se había dormido, se sentía incómodo, le ardía la cola. Se desprendió el enterito y luego el pañal, estaba muy húmedo. Laura ingresó y lo observó.

-No, bebe. Mami te cambia.

La mujer terminó de quitarle el pañal húmedo, le revisó la cola y la vio paspada, le colocó una pomada, luego talco, un nuevo pañal y volvió a cerrar el enterito. Federico a todo esto se resistía pero aun así no logró evitarlo.

-Ya está, sequito y limpito. Ahora es hora de comer.

Le ató un babero y le quitó el chupete de la boca, fue en ese instante que volvieron los insultos de parte del hombre, Laura volvió a colocarle el chupete.

-No vas a comer, hasta que te portes como un buen bebé –exclamó molesta y se retiró.

Al día siguiente los acontecimientos se repitieron. Hubo cambio de pañales un par de veces, pero cada vez que Laura le quitaba el chupete Federico aprovechaba para insultarla, así que por segundo día consecutivo se quedó sin comer.

El tercer día las cosas cambiaron. Federico se moría de hambre y esperaba ansioso el ingreso de Laura. Cuando esto sucedió y fue liberado de su chupete se mantuvo callado a la expectativa de ser alimentado.

-Has sido un mal bebé. Mami está muy enojada.

-¡Por favor! -dijo casi llorando.

-Las lágrimas no sirven con mami.

-¡Lo siento! –continuaba llorando.

-Ahhh, ¡que tierno! Está bien mami te perdona –lo acariciaba en la cabeza.

Laura tomó un plato con papilla y comenzó a alimentarlo, con el hambre que el joven tenía se devoró todo sin pensarlo, y luego se bebió una mamadera entera con leche pura.

La mujer lo palpó entre las piernas y sintió el pañal húmedo también olía mal. Sonrió levemente para que Federico no lo advirtiera. Tomó las cosas necesarias para comenzar a cambiarlo.

-Buen bebé, buen bebé –repetía constantemente mientras lo limpiaba o colocaba el nuevo pañal, el chico ya no se resistía o insultaba, solamente esperaba a que la mujer terminara de asearlo.

Laura juntó algunos juguetes del suelo y los esparció por toda la cuna, mientras sonreía con una mezcla de dulzura y ternura.

-Hoy fuiste un buen bebé, así que vas a poder jugar todo lo que quieras, diviértete –dicho esto giró sobre sus talones y salió de la habitación.

Federico miró a su alrededor, osos de peluches, autos, y algunos bebotes y barbies lo acompañaban. No podía creer lo que estaba viviendo, él, el hombre que había tenido cientos de mujeres y era el galán de la oficina llevaba viviendo tres días como bebe. No sabía cuánto más duraría esto pero ya no lo toleraba, pero era poco lo que podía hacer, aferró algunos juguetes y los arrojó fuera de la cuna. Sin embargo después de un rato los que aún permanecían en su poder fueron su única fuente de diversión. Ideó algunos juegos que en otro momento le hubiera parecido tontos o aburridos, pero en aquel momento le ayudaba a matar el tiempo, que transcurría lento, casi inamovible.

Llegada la noche Laura ingresó nuevamente a la habitación con una esponja y una palangana con agua. Sin mediar palabra le quitó toda la ropa a su “bebé” y lo lavó integro si moverlo de la cuna. Le colocó un nuevo pañal y volvió a vestirlo, en este caso con un enterito rosa. Federico estaba muy débil y cansado para oponerse, simplemente ya se prestaba para cualquier práctica humillante que aquella mujer planeara para él.

Después de cinco días de una rutina repetida, Federico tenía serios problemas para controlar su vejiga, varias veces en la noche se despertaba para descubrir su pañal pesado y húmedo. Se figuró que podía tratarse de una infección, pero ya poco importaba su anterior vida parecía estar desapareciendo con la muerte de cada nueva hora. El día lo pasaba divirtiéndose, en cierta forma, con los juguetes que su “mami” le proveía. Mientras se comportara bien (es decir como bebé) Laura era amable, caso contrario sabía muy bien como castigarlo, como dejándolo sin comer todo un día. A las diecinueve en punto la mujer entraba a la habitación para darle el baño habitual, así transcurrían los días rutinarios y aburridos.

Pasadas dos semanas Federico no se sentía cómodo con su situación pero poco a poco comenzaba a adaptarse a esta nueva vida, la vida de un bebé, era vestido como tal, tratado como tal y hasta le hablaban como tal. Nada de eso le agradaba, pero era su nueva realidad y no quedaba otra que intentar llevarla lo mejor posible.

-¿Por qué me haces esto? –preguntó en distintas ocasiones a su mamá.

-Porque toda tu vida fuiste un mal bebe –era siempre su respuesta –Mami te reeduca.

Uno de esos días Laura ingresó a la habitación como muchas otras veces, y sin mediar palabra liberó a Federico de sus ataduras, bajó las rejas de cuna, lo tomó de la mano y lo sentó en el suelo. Armó un corralito a su alrededor y tomó lugar a su lado.

-¿Vamos a jugar? –le dijo.

El hombre solo asintió con la cabeza, y tomaron unos juguetes.

-Pero ¿Qué estoy haciendo? –se dijo después de unos minutos de diversión.

-Estamos jugando, bebé.

-¡No soy un bebé, soy un hombre adulto!

-No, sos un bebé.

-¡Claro que no! Y ahora que me soltaste me voy a ir.

-Y ¿Qué te detiene?

-Nada.

Federico se quitó toda la ropa, y se colocó su ropa de adulto que se encontraba en la habitación. Llegó hasta la puerta y miró a la mujer que le habló.

-¿A dónde vas así? –le preguntó.

-¿Qué?

-Te pregunto ¿A dónde vas así? –señaló sus pantalones.

Federico miró hacia abajo sus pantalones estaban todos mojados por pis, recién allí cayó en cuenta de que aún descargaba una gran cantidad de líquido amarillo y ni siquiera se había percatado. Lo único que pudo hacer es ponerse a llorar.

-No, no, mi amor. No llores acá esta mami –exclamó Laura poniéndose de pie y abrazándolo –No llores, mami te va a cambiar.

Lo recostó en el suelo donde había un cambiador, le sacó la ropa, lo limpio con toallitas húmedas, lo roció con talco, y le colocó un pañal bien ajustado y luego el enterito rosa, mientras Federico se chupaba el dedo gordo. Después de eso jugaron todo el día. Llegada la noche Laura acostó a su bebé en la cuna, le cantó una dulce canción y lo hizo dormir.

Nunca más nadie volvió a ver a Federico, algunos sostienen que se arrepintió de su vida pasada y avergonzado se mudó de ciudad. Otros dicen que, reformado, se casó con Laura y se fueron a vivir al extranjero. Pero la mayoría dice que en realidad vivió tranquilamente el resto de sus días como un buen bebé.













viernes, 15 de julio de 2016




Un episodio desafortunado



Esto que voy a contarles me sucedió hace ya un año. Como cualquier otro día me dirigía a la escuela, intentando ponerle la mejor onda a la situación ya que sabía que sería un día largo, puesto que después de clase, un grupo de amigas y yo íbamos a ir a la casa de una de ellas para realizar un trabajo práctico que debíamos entregar al día siguiente.

Como imaginaba el día se hizo interminable y finalmente tocó el timbre que indicaba el fin de las clases. Salí junto a mis amigas y comenzamos a caminar rumbo a la casa de Mariana donde nos juntaríamos.

En el trayecto me compré un alfajor para engañar el estómago y que no me diera tanta hambre. El caso es que al parecer no estaba en muy buen estado y comenzó a afectarme. Aún caminábamos cuando comencé a sentir unos dolorosos cólicos en la panza. Se me hacía complicado seguirles el paso a mis amigas al tiempo que la dolencia crecía, comencé a transpirar y ya se me hacía difícil hasta caminar. Mis amigas, que notaban mi rara actitud, me preguntaron que me sucedía pero yo les indicaba que todo estaba bien con algún gesto.

Tres cuadras antes de llegar a nuestro destino el dolor se volvió terrible y ya no pude resistir más y una gran cantidad de popo salió de adentro mío. Me quedé parada sin saber qué hacer, quieta, dura, inmóvil. Estaba roja de la vergüenza y sin poder controlarlo también se me escapó el pis, que se manifestó primero en un humedecimiento de mis muslos y pantorrillas y luego en un pequeño charquito en el suelo entre mis piernas.

Mis amigas me miraban con los ojos desorbitados no pudiendo creer lo que veían.

-Vero ¿te hiciste pis? –me preguntó Mariana aun desconcertada.

-Y caca también –admití al tiempo que asentía con la cabeza.

Lo que siguió fue desviarnos un poco del trayecto hasta encontrar un descampado donde tiré mi bombacha (o bragas), no sin antes ver el lamentable estado en que había quedado y continuamos el camino a la casa de mi amiga. Una vez allí me permitió usar la ducha para que pudiera higienizarme bien.

Me quité el uniforme, que por suerte no se había ensuciado, lo acomodé sobre el inodoro y me bañé. El agua caliente hizo que poco a poco me sintiera mejor. Mientras purificaba mi cuerpo, oí un ruido pero no le di importancia. Una vez limpia salí y me encontré que mi ropa no estaba. Me sequé con un toallón y lo até a la altura de mi pecho para cubrirme. Abrí la puerta del baño y asomé la cabeza un poco, vi el largo pasillo, que conectaba los distintos ambientes, completamente vacío.

-¿Mariana? –pregunté no muy alto, al no hallar respuesta volví a llamarla.

-En mi habitación –me respondió al fin -.Entra.

Transité los cinco pasos que nos distanciaban e ingresé un poco avergonzada ya que me hallaba sin ropa. Dentro se encontraban todas mis amigas que me miraban de una forma rara, con cierta… ternura en sus ojos. Mariana se adelantó me tomó por los hombre y dijo.

-Vero lo que pasó fue horrible, pero ya está. Prometemos que va a quedar entre nosotras y nadie lo va a saber –sentí un gran alivio al oír eso. Miré a mis otras amigas y mientras una formaba una cruz con sus dedos a la altura de la boca las otras asentían con la cabeza -.Lo que hay que hacer ahora –continuó Mariana –es hacer el trabajo y te necesitamos en óptimas condiciones así que vístete y arranquemos.

-Sí –respondí con seguridad –sucede que no veo mi ropa.

-Esta sobre mi cama.

Miré y no vi nada tan solo el acolchado rosa que recubría todo y en medio algo blanco, me acerqué más y vi que se trataba de un pañal desechable abierto.

-¿Q… qué es esto? –pregunté nerviosa.

-Lo que dijo Mariana, tenemos que hacer el trabajo y te necesitamos, no podemos interrumpir cada vez que tengas que ir al baño porque no terminamos más –explicó una de mis amigas.

-¡De ninguna manera voy a usar eso! –grité.

Pero todo fue en vano, me tumbaron sobre la cama y se las ingeniaron para colocar el pañal debajo de mí, y mientras dos me sostenían de los brazos y una de las piernas, Mariana me quitó al toallón y me puse el pañal bien ajustado. Era un de bebes que supuse que había conseguido allí ya que la dueña de casa tenía un hermano más chico.

La situación era horrible y en parte por los nervios y en parte porque mi estómago aún no se mejoraba, volvieron los cólicos, pero esta vez con más fuerza y sin poder siquiera poner mínima resistencia embarré totalmente el pañal.

-Vero ¿te volviste a ensuciar? –preguntó una de mis amigas al oler al aire.

No respondí nada, estaba al punto del llanto, me dieron vuelta y una miró por dentro del pañal.

-Sí, se volvió a ensuciar –exclamó al fin.

Me quitaron el pañal sucio, me limpiaron cuidadosamente con toallitas húmedas, me pusieron talco y cerraron un pañal limpio. En este caso no hubo necesidad de que nadie me sostuviera estaba entregada a la terrible situación.

-¿Mejor? –preguntó Mariana, a lo que solo pude responder con un leve movimiento de mi cabeza ya que el nudo que se armó en mi garganta me impedía hablar -.Ya está chiquita, no llores –me dijo -.Comencemos a trabajar.

Y así fue, me dieron mi uniforme el cual me coloqué y arrancamos el bendito trabajo. Al principio me sentía incomoda, pero poco a poco volví a ser la de siempre. Tomé las riendas del asunto como era mi costumbre y avanzamos muchísimo, estaba tan compenetrada en lo que hacía que había olvidado todo el vergonzoso asunto. Después de una hora y media de trabajo decidimos tomar un descanso. Mariana se fue a la cocina a buscar café y galletitas, mientras yo, sentada en el suelo, reposaba mi cabeza en su cama. Había olvidado por completo todo, incluso que llevaba un pañal puesto y ninguna incomodidad me lo recordaba.

Mi amiga regresó cargando una bandeja que llevaba cuatro tazas de café, un plato con galletitas y en medio una mamadera y un babero. No tuve dudas que estos últimos dos eran para mí, por ello me levanté indignada.

-¡Ni lo pienses! –exclamé -.Acepté esto porque lo necesitaba –levanté la pollera del uniforme y señalé el pañal puesto -¡Pero esto ya es mucho!

-¿De verdad? –me respondió con tranquilidad depositando la bandeja sobre una mesa ratona.

-¿De qué hablas?

-De eso –señaló mi pañal.

Miré entre mis piernas y por primera vez caí en la cuenta, el pañal estaba pesado, húmedo y una pequeña mancha amarilla delataba que se me había escapado el pis.

-Pero… cuándo… -solo atiné a balbucear.

-Lo noté hace unos minutos, cuando acordamos un descanso –me explicó al tiempo que me recostaba sobre su cama.

Nuevamente como ya hiciera volvió a cambiarme el pañal, me limpió tiernamente, me roció con talco y me colocó uno nuevo. Después tomó el babero, me lo ató. Me recostó sobre su regazo y me dio a beber de la mamadera. La leche tibia, el cansancio y la descompostura hicieron que de a poco me fuera durmiendo, hasta caer en un profundo sueño.

Cuando desperté ya había caído la noche, consulté mi reloj eran las diecinueve. Me hallaba sola en la habitación, me levanté de la cama y note algo pesado entre mis piernas, miré y vi el pañal nuevamente sucio y mojado.

-¡Otra vez no! –exclamé al tiempo que tomaba mi cabeza.

En ese momento entró Mariana.

-Ah ya te despertaste, ¡qué bueno! Uhm ¿otra vez? –preguntó solo asentí con la cabeza. –No te preocupes, ya te cambió, buscó las cosas necesarias mientras yo me recostaba.

-¿Las chicas ya se fueron? –pregunté mientras me limpiaba la cola.

-Hace un rato, ya terminamos el trabajo –me puso talco.

-Mariana, espera, necesito pedirte un favor.

-¿Qué?

-¿Me prestas algo de tu ropa interior para volver a casa?, no quiero llegar así.

-Vero, sabes que en otras circunstancias lo haría, pero todavía no estás del todo bien –me cerró el pañal nuevo -.Vamos a hacer esto, te voy a dar un pañal extra por si las dudas.

No muy convencida acepté su propuesta, lo guardé en mi mochila y regresé a mi casa, intentando que el pañal no sobresalga por debajo de mi pollera. Al llegar a mi casa lo primero que hice fue encerrarme en mi habitación y examinar cómo estaba. Nada, limpio y seco. Estaba a punto de sacármelo y volver a mi ropa interior normal, pero algo me lo impidió, es difícil de explicar, pero me sentía cómoda con él, e imaginaba que si me lo quitaba me iba a sentir desprotegida. Así que busqué entre mi ropa una pollera más larga que lo disimulara y fui a la cocina a comer con mis padres.

Terminada la cena regresé a mi pieza para volver a revisar el pañal, seguía igual, pero como había transpirado me lo quité y me puse el otro y así dormí toda la noche, bien cómoda. 

Al día siguiente cuando me levanté, volví a revisar mi pañal, de nuevo nada, ya estaba curada. Al principio sentí alegría, pero después un poco de tristeza, ya que al final había disfrutado sentir y que me traten como una bebita.

Tal como lo hiciera el día anterior antes de dormir, decidí ir a la escuela con el pañal puesto. Me aseguré que no se viera y me fui. En la escuela me encontré con mis amigas, tal como lo habían prometido ninguna hizo mención del episodio del día anterior, era como si no hubiera sucedido.

El día trascurrió normal, hasta que una fuerte ganas de hacer pis me invadió, iba a pedir permiso para ir al baño ya que estábamos en clase, pero no fue necesario. Sentada como estaba separé un poco las piernas y deje fluir libremente todo el líquido. Miré disimuladamente temerosa de que algo si hubiera escapado, pero no fue así, todo lo retuvo el pañal. Aquello me hizo sentir tan bien, y reviví cada momento del día anterior, preguntándome cuando volvería a ser la bebita de mis amigas.