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jueves, 20 de septiembre de 2018

Amigos por problemas pariculares, y para poder cumplir lo prometido de dos cuentos mensuales, este mes se publicaran dos mini historias y el mes entrante seran dos cuentos largos. Les recordamos, que pueden adquirir su libro el Instituto AB en formato físico siguiendo este enlace: https://www.createspace.com/6381234. Les rogamos se hagan seguidores de la página para poder seguir creciendo. Dicho esto es momento de arrancar. Ahora sí a leer, disfrutar y comentar.

miércoles, 5 de septiembre de 2018

Amigos el nuevo mini cuento. Les recordamos, que pueden adquirir su libro el Instituto AB en formato físico siguiendo este enlace: https://www.createspace.com/6381234. Les rogamos se hagan seguidores de la página para poder seguir creciendo. Dicho esto es momento de arrancar. Ahora sí a leer, disfrutar y comentar.

lunes, 27 de agosto de 2018


Amigos el nuevo cuento. Les recordamos, que pueden adquirir su libro el Instituto AB en formato físico siguiendo este enlace: https://www.createspace.com/6381234. Les rogamos se hagan seguidores de la página para poder seguir creciendo. Dicho esto es momento de arrancar. Ahora sí a leer, disfrutar y comentar.

Amo mi trabajo, pero como todo tiene un lado negativo. Debo estar largas horas viajando de un colectivo a otro. Los viajes no parecen tener fin. Durante ese tiempo es poco lo que hay para hacer más que mirar por la ventana y suspirar de abrrimiento.
Pero mi verdadera historia comienza cuando conocí a una bella chica. Siempre se sentaba a mi lado y poco a poco nos hicimos amigos, su nombre era Sofía.
Las charlas con ella hacían mis viajes más llevaderos.
Sin embargo un día una comida en el mal estado me afectó el estómago, para peor al día siguiente debía enfrentar un largo viaje. Pensé en suspender, pero la verdad es que necesitaba el dinero, probé con medicamentos: nada. En uno de mis idas a la farmacia se me ocurrió una idea descabellada, no obstante a esa altura ya o tenía opciones: me compré un paquete de pañales descartables para adultos.
Al llegar a mi casa me coloqué uno, era desagradable, incomodó, y me costa caminar con él, sumado a un molesto ruido a bolsa de plástico que hacía cada vez que me movía. Era humillante, pero no tenía opciones.
Al día siguiente ya con mi pañal puesto, tomé asiento en el lugar habitual, al hacerlo el ruido a bolsa de plástico volvió a hacerse presente y junto a un fuerte olor a talco (que me había puesto para evitar pasparme).
Aquel día, por primera vez en mucho tiempo deseé que Sofía no suba al colectivo. Pero la suerte no estuvo de mi lado, cerca de una hora de viaje subió y como solía hacer se sentó a mi lado.
Intenté disimular mi incomodidad, aunque fue complicado. Cada vez que me movía se oía ese ruido a bolsa, Sofía no parecía haberlo notado y si lo hizo fingió no escucharlo.
Llevábamos unas horas de viaje, cuando sentí como mis intestinos se retorcían, intenté aguantar lo que más pude, pero finalmente la presión me ganó. En un momento de flojera largué todo lo que mi estómago acumulaba, sentí como el popo se desparramaba por toda mi colita. Debido a mi descompostura mi vejiga también falló y solté una gran cantidad de pipi. Sentí el pañal ponerse tibio y sobre todo muy pesado.
-Qué feo olor ¿no? –exclamó mi amiga sin saber de dónde venía.
-¿Sí? No lo siento –intenté disimular mi incomodidad.
-Sí, es un olor muy feo –se tapó la nariz.
Afortunadamente el colectivo hizo una de sus habituales paradas. Me disculpé y salí corriendo derecho al baño. Allí me quité el pañal sucio que estaba a punto de estallar, me limpié, no sin dificultad, me coloqué un nuevo pañal y volví al colectivo más tranquilo.
Más tranquilo pude continuar con mis habituales charlas con Sofía. Pero cerca de una hora después volvió mi descompostura. Una vez más me resistí hasta donde mis fuerzas me lo permitieron, pero nuevamente fallé. Por segunda vez sentí como mi pañal se volvía pastoso debido a todo el popo que largaba.
Sofía volvió a mencionar el mal olor otra vez. La fortuna nuevamente estuvo conmigo y el colectivo hizo una nueva parada, me dio el tiempo suficiente para limpiarme y colocar un nuevo pañal limpio.
Pero la suerte no puede durar para siempre. Un nuevo retorcijón hizo que por tercera vez embarre mi pañal. Pero mi mala suerte no quedó allí, ya que el colectivo paró cerca tres horas más tarde. Para esa altura fue imposible disimular frente a Sofía que el olor venía de mí. Ella quedó en completo silencio el resto del viaje y disimuladamente se tapaba la nariz.
El realizar la tercera parada, me fui al baño desilusionado y triste. Cuando estaba a punto cambiarme sentí una voz celestial a mi espalda.
-¿Quieres que te cambie yo? –exclamó Sofía llena de ternura.
Estaba atónito y solo asentí con la cabeza. Cuando me di cuenta mi amiga, ya me había recostado en el suelo, me había quitado el pañal sucio y en ese momento me limpiaba con toallitas húmedas toda mi colita y mis partecitas, me roció con talco y me colocó un nuevo pañal.
-Ya está, bebito –exclamó en forma picarona.
-Te juro que me muero de vergüenza -le dije.
-No hay porque tenerlo.
Se levantó la pollera y me mostró un gran pañal blanco, estaba amarillento en la parte de la entrepierna.
-A veces los viajes son muy largos y se me escapa el pipi, así que opté por ponerme siempre uno.
Sonreí al ver que ambos pensábamos igual. Más aliviado volví al colectivo. A partir de ese hecho mi relación con Sofía se hizo más estrecha.
Faltando una hora para llegar a destino mi estómago me volvió a avisar que aun no se recuperaba. Me resistí y Sofía lo notó.
-Tranquilo bebito. No pasa nada –dijo al tiempo que me recostaba en su regazo y me acariciaba la cabeza.
Miró para un lado y para otro y al ver que todos dormían, se desprendió los botones de la camisa y luego hizo lo propio con su corpiño y me ofreció un pecho.
-¿Qué haces? –pregunté alarmado.
-Shh –me acarició la cabeza -. Succiona as a ver que te va aliviar -me explicó.
Con ciertas dudas, dejé entrar su pezón en mi boca e hice lo que me sugirió. Por raro que parezca ese simple acto me alivió los dolores.
-Así, bebé –repetía Sofía al tiempo que me daba palmaditas en mi abultado pañal.
Al llegar a destino, fuimos al baño. Primero ella me limpió con toallitas húmedas y me colocó un nuevo pañal. Para después pedirme que yo hago lo mismo con ella.
Con cierto temblor, la recosté en el suelo, le quité el pañal que estaba terriblemente pesado por tanto pipi. Limpié sus partecitas con toallitas húmedas y volví a colocarle un pañal luego de rociarle la colita con talco.
A partir de ese día nos hicimos muy íntimos. Siempre viajamos con nuestros pañales a cuestas. Y en las paradas nos cambiábamos el uno al otro. Por ello nunca olvidaré aquel día en que estuve descompuesto y debí usar pañales como el más tierno de los bebes.


viernes, 3 de agosto de 2018

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viernes, 27 de julio de 2018


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Por mi hermana

Esta es mi historia AB y ella se originó a partir de intentar ayudar a mi hermana más pequeña. Mi nombre es Julia y tengo trece años. Mi hermana más chiquita llamada Guillermina tiene siete años.
Ambas somos muy unidas y yo haría lo que sea por ella, y cuando digo lo que sea, es lo que sea.
Y lo puse a prueba poco después de su cumpleaños, Guillermina empezó a tener “accidentes” durante las noches. Todas las mañanas se despertaba con las sabanas y la ropa empapada de pipi.
Con el paso del tiempo la situación no mejoró, más bien todo lo contrario empeoró, ya que ni siquiera podía controlar su vejiga estando despierta. De un momento a otro sin darse cuenta soltaba todo el pipi quedando empapada sin importar e lugar donde este.
Los médicos no daban con cual era problema y hasta encontrar una solución le sugirieron a mi mamá que use pañales. Así la pobre Guillermina fue obligada a usarlos, pero no solamente durante los noches sino todo el día.
Mi hermana estaba muy triste y humillada. Con los pañales el problema no mejoró, mi mamá la cambiaba con frecuencia y le quitaba pañales repletos de pipi a punto de explotar.
Yo intentaba encontrar algo que le aliviara la vergüenza, pero no se me ocurría que podía ser. Hasta que un día mi mamá me pidió cambiarla ya que ella estaba ocupada. Recosté a mi hermana en la cama y le quité el pañal, la limpié con toallitas húmedas, la rocié con talco y cuando le iba a colocar el pañal la vi llorando.
-No es tan malo -intenté consolarla.
-Claro, porque vos no los usas.
-Tenes razón -le reconocí luego de meditarlo.
Me levanté la pollera, me bajé la bombacha y me acosté a su lado, acomodé el pañal debajo de mi colita, me rocié con talco y lo cerré a la altura de mi abdomen.
-¿Q… qué estás haciendo? –me preguntó atónita.
-Voy a usar pañales como vos, todo el tiempo que vos uses. De esa forma no serás la única.
-¿D… de verdad?
-Te lo prometo.
Mi hermana se abalanzó sobre mí y me abrazó. Me levanté, y al hacerlo se sintió un ruido similar a una bolsa de plástico, y con el pañal no podía cerrar bien las piernas, ni caminar de forma cómoda. Fue ahí cuando me di cuenta de que mi promesa sería más complicada de lo que pensé.
Como era sábado no me preocupe mucho, pero la incomodidad del pañal empezaba a ser fastidiosa. Cerca del mediodía vi que mi mamá iba a cambiar Guillermina puesto que su pañal rebalsaba de pipi, mi hermanita no paraba de llorar, así que me ofrecí a cambiarla.
En la pieza ella no paraba de repetir:
-Es muy vergonzoso, es muy vergonzoso.
Frente a eso se me partió el corazón y tome una decisión.
-¿Qué es lo vergonzoso? ¿Esto?
Me levanté la pollera dejando a la vista mi pañal, allí solté todo el pipi acumulado. En segundos el pañal se infló en la entrepierna y se tornó amarillento, me sorprendió como la humedad desaparecía, aunque ahora el pañal se me hacía aún más incomodó.
-¡Te hiciste pipi! –exclamó mi hermana
-Te dije que te ayudaría con esto, ahora no te puede dar vergüenza porque estamos iguales.
Luego de cambiarle, me quedé sola. Era mi turno, francamente no quería tener que ponerme de nuevo pañales, pero pensando en mi hermana acepté hacerlo. Me quité el pañal sucio, me limpie mis partes con toallitas húmedas tal como lo hacía con Guillermina, me recosté en la cama, acomodé un pañal debajo de mí, me rocié con talco, pasé el pañal entre mis piernas y lo abroché con fuerza por encima del ombligo.
Al levantarme sentí ese sonido a bolsa de plástico que comenzaba a ser muy molesto.
La tarde la pasamos mirando la tele. Observé de reojo y noté el pañal de Guille bastante lleno, pero ella no parecía percatarse. Suspiré, hice un poco de fuerza y humedecí mi pañal.
-Creo que ambas necesitamos un cambio de pañales –le susurré al oído.
Guille se dio cuenta de la cantidad de pipi que tenía su pañal y se puso roja de vergüenza. Mientras la cambiaba no paraba de llorar, y pese a que le mostré mi pañal, esta vez no pareció conformarla.
Me quedé pensando, si quería ayudar a mi hermanita debía ir más lejos.
Cerca de la noche llevaba a Guille a ponerle un pañal nuevo para que tenga durante toda la noche. Suspiré resignada y puse en práctica mi plan.
La estaba terminando de limpiar cuando me dijo.
-Que feo olor hay.
-Sí –exclamé como si no supiera su origen.
Fingí examinar distintos lugares, en una de ellas me agaché dejando al descubierto la parte de atrás de mi pañal.
-T… tú pañal –me hermana me señaló con el dedo índice.
-¿Qué pasa? –pregunté.
-Tiene color marrón ¿te hiciste popo?
Sabía bien lo que había dentro, aún así fingí examinarme. Mi pañal rebosaba de popo y apestaba horrible.
-Guau, me hice popo encima –le admití -. Creo que eso es más vergonzoso que lo tuyo ¿no?
-Seguro.
Me senté en el piso aliviada de que esa la hiciera sentir mejor. Me había olvidado del popo, hasta que mi cola estuvo en contacto con el suelo. Allí sentí todo el popo aplastarse y desparramarse por distintas partes. Me llevó un buen rato (y muchas toallitas húmedas) poder limpiarme toda.
Pero mi plan no terminaba ahí. A la hora de dormirme saqué de abajo de mi almohada un chupete (que compré a escondidas durante la tarde) y me lo puse en la boca.
-¿Qué haces? –me preguntó mi hermana.
-Es que no puedo dormir sin él, pero no digas a nadie, es muy vergonzoso.
Una vez más me resigné, me coloque el chupete y trate de dormir.
A la mañana siguiente me desperté temprano como siempre y me aseguré de que Guille seguía dormida. Me coloqué en cuclillas y dejé escapar todo el pipi en mi pañal, de forma que crea que también me sucedía como a ella.
Los días continuaron iguales, siempre hacía cosas humillantes de manera que no se sienta tan avergonzada, incluso compré una mamadera y tomaba de ella, ya que la había explicado que el agua se me derramaba si tomaba de las tazas normales.
 Guille empezó a ganar confianza a partir de mis acciones, mientras yo no me detenía, no paraba de mojar mi pañal, e incluso embarrarlos. Hasta llegué a pedirle a ella que me limpie, para que vea q no era tan vergonzoso. Me abrió el pañal lleno de popo, y con toallitas húmedas fue limpiándome con cuidado, me puso un nuevo pañal debajo de la cola, me roció con talco, y me lo cerró llena de amor.
Poco a poco los accidente de Guille se terminaron y pudo volver a su ropa común, también yo. Pero nunca olvidaré el tiempo en que, para ayudar a mi hermana, actué como toda una bebé.