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viernes, 27 de septiembre de 2019


Amigos el nuevo cuento. Recuerden que ahora tanto en Facebook como en el blog se publican las mismas historias.
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Ahora sí, a leer, disfrutar y comentar.

El mejor papi

Mi obsesión por los pañales comenzó desde que era un niño, ahora de adulto sigue siendo mi fascinación. De hecho mi momento favorito es los viernes después de la oficina, compró unas galletas que me provocan hacer mucho popo, me pongo un pañal limpio y comienzo a comer. Cuando llegan los retorcijones de panza no hago más que dejar salir todo el popo en mi pañal. Me gusta mucho sentir como este se va llenando, y se pone pegajoso y pesado. A pesar de que suene raro también me gusta mucho el mal olor que se va concentrando en mi pañal. Desde luego que no pierdo la oportunidad de hacer pipí en él. Así cuando ya está súper cargado me lo dejo puesto un buen rato para luego cambiarme para la hora de dormir.
Mi habitación era la de un bebé: miles de juguetes, un mueble cambiador con pañales sobre él, y para dormir una gran cuna y descansando encima un móvil.
Para cualquier AB/DL mi vida podía ser la soñada y la verdad es que no me quejo, pero algo más me hacía falta: una “mami”. Una que me cambiara los pañales, y que me tratara como su bebito todo el tiempo. Algo difícil de conseguir, pero que estaba decidido a hacer.
Mientras analizaba mis opciones, alguien llamó a mi puerta. Al abrir me encontré con un hombre un poco más mayor que yo.
-Soy Rubén –se presentó estrechando mi mano -. El  nuevo vecino de aquí al lado. Lamento molestar, pero muero de hambre y no conozco el barrio ¿Conoce un lugar donde comprar comida?
Les di unas indicaciones, me agradeció y se marchó. Con el pasar de los días nos fuimos haciendo amigos, de hecho no tenía ningún amigo. Compartimos muchas horas juntos.
Un día mientras almorzábamos en su casa (como muchas otras veces), se acercó a mí y sin mediar palabras me besó en la boca. Con la cabeza a mil, salí corriendo para esconderme en mi habitación.
Sin saber cómo reaccionar a eso, me coloqué un pañal y un chupete en la boca. Mientras chupeteaba me hice popo. Esa sensación tan bien conocida me tranquilizó.
Estaba recuperando la calma, cuando Rubén ingresó a mi habitación y me vio con los pañales y para peor vio mi habitación. Intenté dar una explicación, pero por supuesto no había ninguna para ello.
Para mi sorpresa Rubén no se espantó, sino que se dirigió donde tenía un paquete de toallitas húmedas, las tomó y se me acercó, me abrió el pañal y comenzó a limpiar mi colita con mucho cuidado.
-Hay mucho popo acá, bebé –me dijo, yo estaba obnubilado.
Una vez limpió, me roció con talco y me puso un nuevo pañal.
-¿No te molesta el olor? –fue lo único que atiné a decir.
-Para nada, bebé.
Cuando estuve más tranquilo fue el momento de tener una charla. Yo le expliqué que no sentía nada por él, más que el afecto de la amistad. Rubén entendió, pero me hizo una proposición que no pude rechazar.
-Permíteme al menos ser tú “papi”.
Así comenzamos una relación de bebé-papi. Todas las tardes al regresar del trabajo ambos nos juntábamos en mi casa y empezaba el juego: Rubén me quitaba toda la ropa y me daba un baño de agua tibia para que me relaje, mientras él me lavaba la cabeza yo me divertía con juguetitos. Después me sacaba y me llevaba en brazos hasta la cama. Allí me acomodaba un pañal debajo de mi colita, me rociaba con talco mi colita y mi partecitas, y lo cerraba con fuerza por encima de mi ombligo. Después me ponía un body con dibujos infantiles. Para finalizar jugábamos durante toda la tarde y veíamos dibujos animados en la televisión. A la noche a la hora de dormir me acostaba en mi cuna, me contaba un cuento y por último me ponía el chupete en la boca y echaba a andar el móvil. Desde luego no perdía la oportunidad para llenar mi pañal de pipi y embarrarlo. Rubén lejos me molestarse, todo lo contrario, siempre estaba predispuesto a limpiarme y cambiarme.
A menudo me sorprendía con regalos: juguetes, ropa y objetos, incluso un cochecito que usábamos para pasear por el jardín de mi casa. Me sentaba en él, me sujetaba con las correas y me llevaba un buen rato.
Incluso una vez me regalo un vestido rosa y una peluca, no era algo que me gustara mucho, pero para variar fue lindo jugar al papá y la bebita.
Pensé que era más lindo tener una mami, pero lo cierto que Rubén como papi era muy dulce y cariñoso.
Una tarde me recostó sobre su regazo y luego de acariciarme un rato me dio de beber la mamadera con leche.
Mientras bebía no paraba de observarlo, quería demostrarle mi agradecimiento por todos sus cuidados, y supe exactamente cómo hacerlo. Aparté la mamadera, lo acerqué a mí y lo besé en la boca, y así quedamos un buen rato.
Cuando nos separamos me miró fijo.
-Mi amor, ¿te puedo hacer una pregunta?
-Sí.
-¿Te hiciste popo?
Me miré el pañal y lo vi amarronado y al moverme un poco lo sentí pegajoso.
-Sí, papi.
-Vamos a cambiarte bebé cochino.
Después de aquel día nos transformamos en pareja, amo a Rubén. Pero tampoco perdimos el hábito de jugar al papá y el bebé. Rubén me enamoró a la fuerza de cariño y al tratarme como al más dulce de lo bebés.


martes, 3 de septiembre de 2019


Amigos el nuevo mini-cuento. Recuerden que ahora tanto en Facebook como en el blog se publican las mismas historias.
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viernes, 23 de agosto de 2019


Amigos el nuevo cuento, la segunda parte del publicad el mes pasado. Recuerden que ahora tanto en Facebook como en el blog se publican las mismas historias.
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Mis días como bebé Segunda parte

Los primeros tres días de cautiverio fueron de total humillación. Debía usar pañales continuamente y hacer mis necesidades en ellos (hasta el momento solo pipí). A eso se sumaba que era alimentado con papillas de bebé y para beber, mi nueva “mami” solo me daba la leche materna de sus pechos. Usaba ropa típica de bebé, pero de mi talle y debía dormir en una cuna hecha a mi medida.
Hasta el momento me había resistido a hacer popo en los pañales, sentía que si hacía aquello no habría marcha atrás. Pero la mañana del cuarto día de cautiverio me desperté con terrible cólicos en el abdomen y me di cuenta de que no aguantaría mucho tiempo más sin evacuar mis intestinos.
Estaba en la cuna, aguantándome, cuando ingresó a mi cuarto otra mujer. Esta era un poco más baja y gruesa que la anterior.
-¿Cómo durmió mi bebito? –exclamó con dulzura al tiempo que me observaba entre los barrotes de mi cuna -. Mami no estuvo aquí por ello no te visite antes. Pero ahora vamos a pasar muchas horas, juntos.
Desde luego no podía hablar porque tenía el chupete, pero no entendía quién era esta nueva mujer y donde estaba la anterior.
Tal como ya me había acostumbrado en los últimos días. La mujer bajó las barandas de la cuna y me tomó entre brazos. Me llevó a una silla mecedora, me recostó sobre su regazo y me ofreció para beber leche materna de sus pechos. Obvio que no quería, pero moría de hambre así que sin dudarlo me aferré a su pezón y succioné con desesperación.
-Tranquilo bebé, hay suficiente –exclamó la nueva “mami” mientras me acariciaba la cabeza.
Durante el desayuno mis cólicos aumentaban, pero estaba decidido a no hacerme en los pañales.
Me dejó solo cerca de una hora, para regresar ahora si acompañada de la otra mujer. Ambas me observaron en silencio. Luego una se acercó tiró de mi pañal, por la parte de atrás.
-Nada, nada –exclamó.
-Esto es preocupante, bebé. Ya van varios días que no haces popo.
Intenté mantener mi dignidad.
-No queríamos llegar a esto, pero es por tu bien.
Una me tomó y me hizo voltearme, intenté resistirme, no obstante me había bloqueado toda posibilidad de movimiento. Mientras intentaba zafarme, la primera mami me desprendió el pañal, me colocó crema alrededor del agujerito de mi cola y luego con ayuda de un dedo me introdujo un supositorio. Una vez se aseguró estuviera dentro volvió a cerrarme el pañal.
-Eso ayudará, bebé.
Como era esperarse el supositorio comenzó a actuar en mi organismo y a eso se sumó mis ganas previas de hacer popo Me fue imposible aguantar mucho tiempo, todo el popo comenzó a salir de mi sin que pudiera siquiera hacer algo al respecto. Mientras el popo salía sentía el pañal más pegajoso y pesado. Sin fuerzas me desplomé en el suelo y sentí como el popo se desparramaba más, toda la habitación estaba apestada de olor.
-Creo que este bebé ya se hizo –exclamó una.
Me tomaron upa y me colocaron sobre un mueble cambiador. Me quitaron el pañal y vi lo asquerosos que lo había dejado. Humillado comencé a llorar sin poder detenerme.
-Ya bebé, no es nada mami Érica y mami Evi están acá para cambiarte.
Me limpiaron con toallitas húmedas. Lego me rociaron mi colita y mis partecitas con talco y los desparramaron con las manos. Ubicaron un nuevo pañal debajo de mí, lo cruzaron por entre mis piernas y lo cerraron con fuerza a la altura de mi abdomen.
Con el pasar de los días descubrí que las dos mujeres eran pareja, y deseaban más que ninguna otra cosa tener un bebé. Al imposibilitarse los medios tradicionales optaron por otra estrategia, ergo yo me transformé en ese bebé.
Su idea sin duda era tratarme como un bebé hasta que yo mismo me lo creyera o hasta que enloqueciera. Intenté resistirme, pero mi cuerpo empezaba a responder a lo que ellas querían, ya que luego de tres semanas de cautiverio ya no aguantaba mi pipi de noche. Una mañana me desperté y para mi sorpresa el pañal estaba muy pesado y amarillento, creí que había sido un “accidente”, sin embargo a partir de aquel día todas las mañanas amanecía con el pañal repleto e pipi, eso agradó a mis dos “mamis”, que sin dudarlo se predisponían a cambiarme el pañal.
-Ya casi eres un bebé –solían decirme cada nuevo día.
Por otro lado el popo ya no lo aguantaba, cada vez que debía hacer simplemente me guardaba mi orgullo y me humillaba largando todo el popo en el pañal. A decir verdad detestaba lo pegajoso que se sentía y ni hablar del mal olor, pero debo confesar que con el pasar de los días se me fue haciendo más fácil. Por descuido de mis “mamis” llegué a estar más de una hora con el pañal repleto de popo y a decir verdad no me importó en absoluto.
Aunque era su prisionero, las dos mujeres eran muy dulces y maternales conmigo. Ambas amaban darme leche directamente de sus pechos, y ese líquido que antes me sabía horrible ahora me parecía delicioso y no deseaba que se acabase.
El día que me di cuenta del gran cambio en mí, fue poco después de los dos meses de cautiverio. Juagaba dentro del corralito, tan absorto estaba que no había visto que las dos mujeres llevaban largo rato observándome.
-Ya eres todo un bebé –exclamo Evi -. Al fin tuviste la regresión que tanto esperábamos.
-No es cierto -protesté.
-¿Ah no? Te lo vamos a probar.
Me desprendieron el pañal dejando mis partecitas expuestas. Las dos mujeres comenzaron a besarse y acariciarse frente a mí. Yo miraba exhorto, en otro tiempo algo así me había parecido un espectáculo del que no querría apartar mi vista, pero ahora quería volver la atención al juguete que tenía entre mis manos. Miré mi partecitas y no me había excitado, todo lo contrario se me había escapado pipi y había mojado parte de la alfombra.
-¿Ves? Sos todo un bebé –me dijeron al unísono.
Miré a las dos mujeres y volví a mirar mis partecitas dormidas.
-Es cierto –exclamé -. Soy un bebé.
Ya no dije nada más, me dedique a seguir jugando. Con el tiempo disfrutaba del uso de los pañales, me encantaba embarrarlos y hacer pipí en él, y cuando ya estaban muy cargados o me sentía incómodo, lloraba para que mis mamis vinieran a cambiarme el pañal. Luego sé que venía la hora del almuerzo, la lechita de mis mamis sabían distinto, pero ambas eran deliciosas. Así transcurrió el resto de mi vida siendo cuidado por dos mamis que me trataban como al más dulce de los bebés.


viernes, 2 de agosto de 2019

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