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lunes, 5 de septiembre de 2016



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¿Estudiante o bebé?



Daiana era una joven que pasó toda su infancia y adolescencia en un pequeño pueblo alejado de las grandes ciudades. Sin embargo cuando cumplió dieciocho años se mudó a una ciudad para poder estudiar medicina en la universidad.

Por un tiempo hasta que consiguiera un empleo viviría en la casa de una tía llamada Esmeralda. Era la hermana mayor de su madre. Daiana sabía que era una mujer un tanto extravagante, pero como jamás había tenido hijos siempre la trataba a ella como tal y por lo tanto no dudaba de sus buenas intenciones.

El viaje en colectivo fue largo, tedioso y pareciese que jamás fuese a terminar. Un sin número de personas subían y bajaban en los distintos destinos. Finalmente fue el turno de Daiana, tomó su valija y se alivió que al fin la travesía culminara.

En la estación fue recibida por su tía, a la cual reconoció inmediatamente por sus características físicas, el cabello negro atado en un rodete con unas ligeras canas lo que delataba sus cuarenta y tantos años, lentes y un cuerpo un tanto grueso.

-¡Mi pequeña! –exclamó -¡Que alegría verte! –la abrazó de forma brusca.

-Sí, a mí también, tía.

-¿Qué tal el viaje? Déjame ayudarte con la valija debes estar exhausta.

-Gracias.

Ambos mujeres caminaron hasta el estacionamiento y subieron a un taxi y en una par de minutos habían llegado a la casa de la tía Esmeralda.

-Te mostraré la casa –dijo la tía al entrar.

Fueron recorriendo lentamente los distintos espacios: el living, la sala de estar, el comedor, la cocina, el patio. En todos los lugares Daiana debía tolerar un sinfín de anécdotas.

-Es muy lindo tía, pero ¿Dónde está mi habitación y el baño? Quisiera ducharme.

-Ah eso es en el piso superior, ven te mostraré.

-Gracias.

Diana arrastrando su pesada valija siguió a su tía por unas largas escaleras y se detuvieron frente a una gran puerta.

-Esta es tu habitación. Entra y échale un vistazo a ver qué te parece, la arreglé especialmente para ti.

-Que amable.

Daiana abrió la puerta y miró dentro, pero lo que vio la impresionó, se refregó los ojos creyendo que estaba alucinando, pero no había error. La habitación era sin duda el cuarto de una mujer pero no de cualquier mujer, sino el de un bebé. Todo estaba adornado de manera infantil, había juguetes por doquier, un mueble cambiador de grandes dimensiones y sobre él una pila de pañales y frascos de talco, y en el extremo opuesto de la ventana una gran cuna.

-¿Q… qué es esto? –preguntó la joven nerviosa.

-Tú cuarto, bebita –respondió con naturalidad.

-¡¿Qué?! ¡Yo no soy una bebé!

-Claro que sí, eres una bebé, una bebita hermosa.

-Estás loca. De ninguna manera voy a quedarme acá.

-Bebita, estas siendo muy mala con la tía –le hablaba como a un bebé.

-¡Estás loca!

-¡Mala bebé!-la mujer le quitó el bolso de un tirón –Veamos que tienes acá.

Abrió el bolso y comenzó a revisarle el equipaje.

-Bombachas, corpiños, mayas, ropa de noche, vestidos. No nada de esto es ropa de bebé.

-¡Hey! ¡Esa es mi ropa!

-Silencio, bebé –tomó la valija y la guardó en un armario y luego le puso llave.

-Pero ¡¿qué estás haciendo?! ¿Qué se supone que voy a usar?

-Esta habitación está llena de ropa para vos.

Daiana se acercó a uno de los cajones y los abrió, se sonrojó al ver que había: era ropa de bebé, enteritos, mamelucos, vestidos súper infantiles pero todo de su medida.

-¿Q…qué se supone que es todo esto?

-Tu nueva ropa, tu nueva vida. Ahora regreso vete sacándote toda esa ropa de adulta que no te queda bien. La mujer regresó a los pocos minutos, y encontró a su sobrina intentando abrir el armario.

-Bebé, ¿qué estás haciendo?

-Tía no sé qué tienes en mente, pero no pienso participar. Y además viaje muchas horas realmente necesito ir al baño ¿dónde está?

-Ya lo sé bebé, ya lo sé. Solo aguanta un poco si

Esmeralda dejó en el suelo un gran cambiador de plástico.

-Siéntate en allí y te pondré ropa más apropiada.

-¡¡¡NO!!! Quiero ir al baño –se tomó la entrepierna.

-Dale el gusto a esta vieja, déjame ver cómo te queda esta ropa y luego te llevó al baño, ¿sí?

Daiana miró la ropa que su tía le quería poner, en otras circunstancias se hubiera negado, sin embargo le urgía tanto ir al baño que no lo dudo, y resignada aceptó.

-Pero yo me pondré la ropa sola, ¿de acuerdo? –negoció.

-Nada de eso. Recuéstate.

-¡NO! De ning…

No pudo finalizar la frase ya que su tía de un tirón le sacó los pantalones y la ropa interior. Daiana avergonzada se tapó y se sentó en el cambiador sin querer.

-Muy bien vamos progresando –exclamó la tía.

Con ligero empujoncito la obligó a recostarse, le terminó de sacar los pantalones y en su lugar le colocó un ajustado pañal, previamente le roció la cola con talco, y luego un bombachón de plástico.

Daiana sentí que moriría de la vergüenza de un momento a otro, lo que no sabía es que esto todavía no había terminado. Ya que su tía luego prosiguió por desvestirla del torso. Obviamente la joven protestó pero enseguida se la silencio con chupete en la boca. Luego de ser completamente desvestida le puso un abultado vestido infantil de color rosa.

Lo que siguió fue la peluquería, Daiana tenía su largo cabello castaño recogido en una cola de caballo, su tía se lo soltó, lo cepilló, y le ató dos colitas con un moño cada una.

-Bien, ya te di el gusto –dijo la joven sacándose el chupete de la boca -.Ahora dime donde está el baño.

-No necesitas el baño, para eso tienes el pañal –explicó la tía volviéndole a colocar el chupete en la boca.

-¡¡¡¿Qué?!!! Eso no fue lo que acordamos.

-Bebita ¿para qué te vas a ir hasta el baño?, si tienes el pañal.

-¡¡¡No soy una bebé!!!

-Sí, lo eres. Ahora diviértete con tus juguetes mientras yo preparo la comida.

La mujer salió de la habitación y cerró la puerta tras de ella.

-¡No puedo creer que me esté pasando esto!

Daiana miró hacia la puerta, se acercó con lentitud e intentó salir, pero al alcanzar el picaporte se dio cuenta la puerta fue cerrada con llave. La niña se tiraba de los pelos de los nervios, para colmo de males sentía que su vejiga estallaría de un momento a otro si no la liberaba pronto. Hizo todo el esfuerzo posible por aguantarse, caminó de un lado a otro, retorcía la tela del vestido, cruzaba y descruzaba las piernas.

Finalmente la presión de la vejiga le terminó ganando y en un segundo de debilidad, sintió como el pañal se comenzaba a humedecer y tornarse pesado. La primera sensación fue de alivió, pero luego al percatarse de las verdaderas consecuencias, comenzó a llorar desconsoladamente.

En ese momento ingresó Esmeralda e intentó calmar a la joven que no detenía su llanto.

-Ya, ya bebita ¿Qué sucede? –la palpó de la entrepierna –Ah ya veo. Pero no tienes por qué llorar. La tía tiene muchos pañales y te va a cambiar.

La volvió a recostar sobre el cambiador e intentó quitarle la ropa húmeda, pero la niña se resistió.

-Bebé no puedes andar así mojada, porque te vas a enfermar.

Al final Daiana se dejó cambiar el pañal por uno nuevo. Como todavía lloriqueaba, la tía la acurrucó en sus brazos y hamacándola logró calmarla, luego la tomó de la mano la hizo ingresar a la cuna, allí la tapó, le alcanzó un oso y puso en marcha un andador para que duerma. Daiana no quería pero el cansancio del viaje y los últimos acontecimientos finalmente la vencieron y se durmió.

Cuando despertó sintió la incomodidad de su nueva ropa, le costaba acostumbrarse al uso de pañales. En seguida sintió un agujero en su estómago, se moría de hambre, hacía ya varias horas que no comía nada. 

Como si su tía le leyera la mente ingresó a la habitación asegurándole que la comida estaba lista. Bajó una de las rejas de la cuna y la ayudó a salir, y tomándola de la mano la guio hasta la cocina.

-¿Hasta cuándo deberé usar esta ropa? –preguntó más como una súplica que como una queja sin embargo la mujer no respondió.

Al arribar a la cocina Daiana vio lo que le aguardaba una silla alta de bebé pero de su medida. Su cara se puso roja de vergüenza y desde luego que se rehusó a tal humillación. Fue en ese momento que su tía pronunció una frase en tono severo.

-Mi casa, mis reglas. Vives aquí, serás una bebita. Es lo único que voy a pedirte, por lo demás eres libre de hacer lo que desees.

La joven no entendió bien a que se refería, aun así no se resistió más, se dejó alzar en brazos, ya que era delgada y baja estatura y su tía era más bien corpulenta, y se sentó en la silla para bebés. Esmeralda le colocó un babero, y puso delante de ella un plato con puré que le dio de comer, terminado esté paso a una mamadera llena de leche.

Daiana bebió todo el contenido, debido al hambre y sed que tenía, sin percatarse de en la leche su tía había mesclado un fuerte laxante, que empezó a hacer efecto a solo minutos de haber terminado. Primero sintió extraños movimientos en su panza y luego unas ganas tremendas de ir al baño. Estaba a punto de suplicarle a su tía que le revelara la ubicación del baño, pero no pudo, en cuestión de segundos su pañal se había llenado de popo y debido a que estaba sentada se había aplastado y desparramado a lo largo de toda la cola.

Frente a tal situación se sintió superada y comenzó a llorar sin consuelo. Su tía se le acercó y preguntó de forma dulce:

-¿Qué sucede, bebita? –le examinó la parte de atrás del pañal -¡Ho ya veo!, pero debes preocuparte la tía te cambia.

Volvió a tomarla en brazos y la llevó a la habitación donde se hallaba el mueble cambiador, allí le sacó el pañal, la limpió y puso uno nuevo.

Éste fue el primer día de Daiana como bebé el cual lo vivió como una terrible humillación, pero no el último. De hecho cuando las clases en la universidad comenzaron, la tía la obligaba a asistir con pañal y un bambachón que le impedía sacárselo. Motivo por el cual al regresar de clases, lo primero que debía hacer era pedirle a Esmeralda un cambió ya que el pañal rebosaba de pipi y en los peores casos popo.

Así continuaron los días sin que Daiana entendiera por qué su tía se empecinaba en humillarla de esta forma. Hasta que llegó el primer examen, los nervios le jugaron una mala pasada y fue reprobada. Abatida, regresó a la casa y comenzó a llorar abrazada a un oso de peluche.

Su tía ingresó y le consultó que andaba mal y la joven le explicó lo sucedido.

-¡Ho mi pobre bebé!

La tomó entre sus brazos, le puso un chupete en la boca y la hamacó hasta calmarla. Cuando aún lloriqueaba un poco, Esmeralda, se desprendió algunos botones de la camisa y le ofreció el pecho. Daiana sin saber porque acercó sus labios al pezón y comenzó a succionar, un líquido salió y la joven no dudó en tragarlo.

-Hace tiempo, que tomó pastillas para producir leche –explicó su tía, mientras la joven seguía tragando ya que encontraba aquella actitud relajante.

Pasado los días Daiana descubrió que el estar como un bebé y el ser tratada como tal, le quitaba el estrés que los estudios le producían. Con esto a su favor se dedicó a estudiar con fuerzas y disfrutar ser un bebé, además el tanto usar pañales le había provocado el ya casi no controlar su esfínter y vejiga, eso al principio le molestaba pero ahora lo disfrutaba. Así en poco tiempo logró ponerse al día con sus estudios y culminó el año siendo la mejor nota.

Fue en ese momento que entendió las acciones de su tía y le agradeció. Se volvió a su casa ya que las vacaciones habían empezado, pero sin olvidar el increíble año que había vivido, y estaba ansiosa de volver, para una vez más ser la bebita de su tía.





viernes, 2 de septiembre de 2016


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Alimentando a mí hermana



Recuerdo que esto me ocurrió cuando tenía quince años. Mi hermana se había casado hacia un tiempo y recientemente había tenido un bebé. A mí me encantaba cuidar de mi sobrino los días que tenía libre y de paso le daba una mano a la madre.

Un Lunes me desperté sin sentirme muy bien, cando se lo dije a mi mamá, ésta me tomó la fiebre y descubrió que tenía bastante, por ello me mando a acostarme de nuevo ya que ese día no iría a la escuela.

Pasé todo el día en cama. Mi mamá faltó al trabajo preocupada por mí y se quedó cuidándome. Al caer la noche mí estado no era mucho mejor, la fiebre apenas había cedido y me encontraba muy débil, tanto que casi no había probado bocado en todo el día.

Mi madre llamó a Lisa, mi hermana, para averiguar si podía venir al día siguiente para cuidarme, ya que ella no podía volver a faltar al trabajo. Lisa respondió que sí y que a primera hora llegaría.

Y así fue, antes de que mi madre se marchara al trabajo, mi hermana ya estaba en casa dispuesta a cuidarme.

-No te preocupes, yo me encargo de todo –tranquilizó a mi madre.

-Cualquier cosa, no dudes en llamarme ¿Tienes el número de teléfono de la oficina? –Lisa asintió con la cabeza -.Bien.

Mi madre me besó la frente, me deseó que me mejorara y se marchó. Luego mi hermana se sentó a mi lado en la cama y me miró con una sonrisa llena de ternura.

-¿Cómo te sentís, Morena? –me preguntó.

-No muy bien la verdad. Perdón por hacerte venir.

-No seas tonta, no me molesta. Tantas veces cuidaste de mi bebé ahora yo te cuido a vos.

Le agradecí su amabilidad e inmediatamente volví a quedarme dormida debido a la alta fiebre.

No estoy segura de cuánto tiempo había trascurrido cuando mi hermana me despertó.

-¿Cómo estas, more?

-Igual, sigo sin sentirme bien.

-Bueno, tienes que comer algo por que estas tomando mucho medicamentos.

-No tengo hambre, me dan nauseas.

-Pero tienes que comer algo.

-No tengo hambre ahora.

Me giré, me volvía tapar y continúe durmiendo.

Media hora después me volví a despertar, las sabanas estaban empapadas, pensé que había transpirado debido a la fiebre pero pronto descubrí que no había sido así, mientras dormía había mojado la cama.

En ese momento entró Lisa a la habitación y me miró parada al lado de la cama y luego miró a ésta toda mojada. Yo tironeaba de mi pijama de la vergüenza que tenía, de hecho aún del pantalón caían unas últimas gotas.

-Anda… anda a cambiarte esa ropa, yo voy a ponerte sabanas limpias –exclamó mi hermana aún atónita.

No dije nada, solo tomé algo de ropa interior de mi armario y salí cabizbaja y con el rostro rojo por la vergüenza.

Al regresar la cama ya tenía sabanas nuevas y mi hermana me aguardaba sentada en un costado.

-Tienes que comer algo –me dijo.

-Ya te dije, no tengo hambre, me da nauseas.

-Todo lo que paso es porque estas muy débil.

-Fue un accidente.

-No, tu cuerpo está débil y yo sé cómo hacer para fortalecerlo.

Se levantó y se colocó a mi lado en la cama, se desprendió algunos botones de la blusa, y quedó al descubierto un corpiño para amamantar el cual también se soltó de un lado y me ofreció su pecho. Enseguida me alejé confundida y nerviosa.

-¡¿Qu… qué haces?! –pregunté desconcertada.

-Hacerte sentir mejor, es leche materna, no hay nada mejor y más saludable en el mundo.

-Pero… yo… no quiero.

-Quiero que te sientas mejor, solo eso.

En ese momento no se si mi fiebre había vuelto a aumentar o fue que creí realmente en lo que Lisa decía, el caso es que finalmente mi voluntad flaqueó. Me recosté sobre mi hermana, llevé mis labios hasta su pezón y empecé a succionar sin tener mucha idea si lo hacía correctamente. Mi hermana me acariciaba el pelo con una mano mientras susurraba.

-Así, bebita, así.

En pocos segundo un líquido denso y de mal sabor se vino a mi boca, quise apartarme pero Lisa me sujetó más fuerte de la nuca y me fue imposible alejarme, solo tenía una opción y era seguir bebiendo. Pensé que mi estómago no resistiría aquel líquido, sin embargo lo hizo y poco a poco me fue exigiendo más. Así que sin prestarle mucha atención al sabor seguí succionando con el fin de saciar mi estómago.

Una vez agotado un pecho, mi hermana me ofreció el otro, dudé unos pocos segundos y puesto que tenía hambre accedí y continué.

A los pocos minutos me quedé profundamente dormida. Desperté cerca de las tres de la tarde. Increíblemente me sentía mejor, intenté pensar que no era debido a la leche de mi hermana, pero la verdad es que no encontraba otra respuesta. Justamente ella entró y me midió la fiebre y se percató de que había disminuido.

-Veo que empiezas a mejorar, me alegra. Pero mojaste otra vez.

-¡¿QUÉ?! No puede ser, otra vez –toqué las sabanas pero estas estaban secas -.La cama no está húmeda.

-No, pero tu pañal si-me explicó mirando mi entrepierna.

-¡¡¡¿Mi qué?!!! –me incorporé de un salto y vi que debajo de mi buzo-pijama había un abultado pañal de bebé con dibujos de “Minnie”.

-No estaba muy segura si te iban a aquedar los pañales de bebés, eran los únicos que había acá en casa, pero por suerte te quedan barbaros. Ji, ji, que ternurita sos.

 -Pero ¿Qué…? Es decir ¿cuándo? –balbuceé confundida.

-Yo te los coloqué mientras dormías, ni te diste cuenta. No quería que con tanta leche que tomaste vuelvas a mojar la cama.

-Pero ya te expliqué que fue un accidente.

-A mí no me parece, por lo visto tu pañal rebosa de pipi. Voy a traer cosas para limpiarte y cambiarte.

Salió de la habitación y volvió a los pocos minutos cargando un  gran paquete de pañales y demás cosas. Se sentó a mi lado y me desprendió los abrojos del pañal. Pero en seguida me incorporé y me tapé.

-¡¡¡No!!! Yo puedo hacerlo sola.

-No seas tonta –con delicadeza me empujó para que me vuelva a acostarme -.Es imposible que lo hagas por vos sola, además que no te de vergüenza, yo te cambié cuando eras un bebé.

-Sí, pero ahora…

-Ahora no hay diferencia, sos igual de tierna.

Mientras hablaba todo esto, me quitó el pañal, me limpió con toallitas húmedas, y me volvió a colocar otro pañal de bebé.

-Ya en un rato va a venir mamá, así que ¿qué te parece si comes algo antes de que me vaya?

-Está bien –respondí sin comprender a lo que mi hermana se refería exactamente.

-Buena bebé –me acarició el cabello.

Volvió a desprenderse los botones de la camisa y del corpiño y como hiciera pocas horas atrás me ofreció el pecho.

-¡¡¡No –exclamé –es decir me refería a comer, pero otra cosa!!! –traté de explicarme.

-More, es evidente que mi leche te hizo bien.

-Pero después tu bebé no va a poder…

-Ja, ja, ja –rio –No se me va acabar, si es lo que te preocupa, más bien lo contrario más se toma más se produce. Vamos.

Tomó de entre las cosas que había traído un babero, me lo ató al cuello, me puso sobre su regazo y llevó su pecho a mi boca, y tal como había hecho antes empecé a succionar. En esta ocasión la leche que tragaba no me sabia tan desagradable, más bien todo lo contrario comenzaba a gustarme. Así que contenta y como si me tratara de la bebé más tierna bebí llena de alegría.

Poco antes de que mi madre llegara, me quité el pañal, ya que pensamos que no le agradaría y volví a mi ropa habitual.

Tal como lo había dicho mi mamá volvió a casa a las seis en punto, agradeció a mi hermana y ésta, después de saludarme y guiñarme un ojo, se marchó.

-Veo que ya estas mucho mejor –exclamó mi mamá tocando mi frente.

-Sí, Lisa me cuidó muy bien, como si fuera un bebé –reí.

A la noche, sola en mi habitación, temí de mojar la cama durante la noche. Así que me coloqué un pañal, que mi hermana había dejado en mi armario y con él me dormí.

-Es hora cambiar ese pañal, bebita—me despertó una voz familiar.

Abrí los ojos vi que se trataba de mi hermana y que ya había amanecido.

-¿Qué haces acá? –pregunté aun dormida.

-¿Cómo que qué hago? Vine a cuidarte, bebita –me explicó mientras me cambiaba el pañal y me limpiaba.

No sé si es porque estaba medio dormida o porque ya empezaba a gustarme, pero en esta ocasión no me resistí ni me avergonzó que mi hermana me cambiara.

-¿Volví a mojarlo?

-Y embárralo.

-¡¿Qué?! –mi hermana levantó el pañal un poco y vi que también tenía popo –¡Hay no, que horrible!

-No te preocupes, debe ser que te subió un poco de fiebre durante la noche. Por otro lado mamá no se dio cuenta.

-Qué suerte.

-Pero si quieres que esto termine, tienes que alimentarte bien. Entiendes a que me refiero ¿no?

-Sí –respondí con una enorme sonrisa.

-Bien -también sonrió.

Se acomodó como el día anterior, y yo sobre ella, y sin dudarlo cuando su pecho quedó al descubierto, me colgué de su pezón y comencé a succionar aquella deliciosa leche. Bebí hasta hartarme.

Mi hermana me cuidó además, dos días más, en aquel tiempo no comía otra cosa que la leche que salía de sus pechos, en cierta forma sentí envidia de que mi sobrino tuviera eso todos los días y cuanto quisiera, pero me alegró al menos tenerlo para mí unas pocas veces. Por otro lado mi problema de incontinencia mejoró, ya no mojaba la cama. Pero mi hermana insistía en que no era necesario que me levantara para ir al baño, por lo tanto me seguía colocándome pañales, y cuando los mojaba o los embarraba solo debía llamarla, y ella con una gran sonrisa venía a limpiarme.

Así gracias a la leche de mi hermana mejoré de una de los peores virus que me había agarrado. Incluso en algunas ocasiones que ella venía de visitas o yo iba a su casa y nos encontrábamos a solas, no dudaba en amamantarme de nuevo, argumentando que así mis defensas estarían altas y no volvería enfermarme. Yo desde luego no dudaba en beber ese néctar. Y recordar como, por una enfermedad, me había convertida en la bebita de mi hermana.






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Alimentando a mi esposo/bebé



Es de público conocimiento que cuando una mujer está dando de amamantar y de un día para otro deja de hacerlo, su cuerpo sigue produciendo leche y esto le provoca un gran dolor, hago esta aclaración porque fue el modo en que ingresé al mundo ABDL.

Así es, tal como leyeron. De un día para el otro mi hijo, de seis meses de edad, decidió no beber más del pecho de su madre. Lo intentamos todo, pero nada funcionó. Consultamos el pediatra y éste nos explicó que debíamos alimentarlo con mamadera y así lo hicimos.

El verdadero problema es que mi mujer seguía produciendo leche, y al no poder expulsarla sufría de fuertes dolores, al punto tal que se volvía por momentos insoportables. Probamos con sacadores de leche, pero le producían aún más dolores.

Una noche el sufrimiento había llegado al máximo, quise ayudar pero no encontraba la forma. Hasta que casi como una súplica me dijo:

-Por favor, toma vos la leche.

-¡¿Qué?! –exclamé alarmado -.No, debe haber otra forma.

-¡Por favor ya no aguanto más! –pidió.

Estaba a punto de volver a negarme, pero me lo pidió con un grito de dolor. Casi sin pensar me arrojé sobre su pecho y comencé a succionar como supuse que debía hacerse. En breve segundos sentí como una leche pastosa ingresaba en mi boca. El sabor era realmente desagradable, pero al sentir que los dolores de mi esposa disminuían continué. Una vez vaciado un pecho seguía con el otro.

Aquella noche durmió con tranquilidad. Aunque yo un poco perturbado.

Dos días después, de vuelta a la hora de ir a dormir, la situación volvió a repetirse. A mi esposa nuevamente le había vuelto los dolores de pecho, y otra vez me hizo el mismo pedido. Desde luego que esta vez me negué rotundamente, pero sus suplicas hicieron desplomar mi resistencia y accedí a su pedido. Me recosté sobre su regazo y bebí de sus pechos. Apenas un poco de cada uno de manera que le calmara el dolor. Luego me incorporé, y me limpié la boca.

-¿No vas a beber más? –me preguntó.

-No, tomé lo suficiente para que no te duela, pero estoy lleno, cené mucho y no tengo más hambre.

Dicho esto me dispuse a dormir, sin saber que las palabras que había pronunciado convertirían a la situación en algo más raro aún.

Al día siguiente volví cansado del trabajo y muerto de hambre. Al ingresar a la cocina noté que mi esposa preparaba la cena para ella y para el bebé pero no para mí. Al cuestionarla sobre esto simplemente me respondió con gran ternura:

-No quiero que te llenes como anoche, cuando vayamos a dormir tendrás tu comida.

Obviamente me molesté por esta situación y le aclaré que ya no lo haría más, que se estaba pasando del límite. Dicho esto me marché a mi dormitorio.

Casi una hora después escuché a mi señora acostarse al lado mío.

-¿Estás seguro de que no queres cenar? –me preguntó.

La verdad es que moría de hambre y esa era la razón por la cual no podía conciliar el sueño. Resignado hice lo mismo que noches anteriores, me recosté sobre su regazo y ella me ofreció su pecho. Mientras bebía me sostenía con delicadeza la cabeza y con la otra mano me daba ligeros golpecitos en la cola. No sé porque pero en ese momento imaginé que si hubiera tenido un abultado pañal hubiera sido fantástico.

Esa noche me acabé la leche de los dos pechos, y de haber más hubiera continuado. Mi esposa me abrazó y con ligeros toques en mi espalda me ayudó a eructar, luego me besó la frente para que durmiera. Sin embargo me costó dormir aquella noche, no solo por la situación que se estaba dando sino también porque aquella noche algo había cambiado en mí, aquella leche que antes me parecía desagradable ahora empezaba a gustarme, de hecho aquella noche anhelaba beber más.

Al otro día en el trabajo, a la hora del almuerzo, miraba casi con asco el pastel de carne que había comprado para comer. Apenas probé unos pocos bocados y el gusto me asqueó. Era otra cosa lo que deseaba saborear y sabía que lo tendría al llegar a mi casa.

Pero al hacerlo noté que mi señora me preparaba la cena.

-Deja, comeré al acostarnos –le dije.

-¿Seguro?

-Sí –respondí como si estuviera resignado y como si aquello me costará mucho, cosa que no era cierto, ya no.

-De acuerdo, bebé –me respondió con una sonrisa dulce.

Desde luego que cuando llegó el momento de mi amamantamiento lo disfrute al máximo, cada gota de ese dulce néctar que entraba en mi boca. Las noches que siguieron se repitieron de la misma forma, y yo cada vez lo gozaba más y parecía que mi esposa también.

Sin embargo dos semanas después mi suerte se terminó mi esposa tenía una cena con amigas, por lo tanto sabía que aquella noche no podría tener mi manjar. Pedí una pizza que apneas probé. Luego mi hijo enfermó, así que pedía a una vecina que lo cuidara unos minutos muestras yo iba a una farmacia a comprarle su medicamento.

Al llegar, vi un enorme paquete de pañales para adultos, mi deseó fue inmenso. Y cuando el farmacéutico me preguntó si deseaba algo más, dije:

-Ah sí, y deme un paquete de pañales para adultos –exclamé como si hubiera sido un pedido de alguien más.

De vuelta en mi casa, di el remedio a mi hijo y una vez que se durmió. Me dirigí al baño y me coloqué un pañal. La sensación fue indescriptible pero sin duda fue mágica. Mi miré en el espejo desde distintos ángulos disfrutando al máximo. Luego tomé algunos objetos de mi hijo, como el babero y algunos juguetes y seguí disfrutando de mi imagen en el baño.

Pero cuando salí me encontré con mi mujer que me observaba. Me quedé inmóvil, sin saber qué hacer.

-¿Qué haces… acá? –alcancé a balbucear.

-No iba a dejar a mi bebé sin comer –me respondió con dulzura.

Me tomó de la mano y me llevó a la cama, se recostó y yo me coloqué en su regazo, se bajó parte del vestido y nuevamente me alimentó. Aquella noche fue mágica. Al terminar, otra vez me abrazó y me ayudo a eructar. Luego me limpió la boca con el babero y me recostó. Me tocó la entrepierna y luego dijo.

-Cuando vuelva te cambio –salió de la habitación.

Me miré sorprendido y descubrí que había mojado el pañal si darme cuenta, enseguida me vinieron ganas de hacer popo y pensé en dirigirme al baño, pero pensé en el pañal y sin dudarlo comencé a hacer fuerza y embarrarlo.

Al regresar mi esposa sintió el olor y dijo.

-Me parece que el bebé, también se hizo popo.

Me recostó sobre el cambiador, me puso un chupete en la boca. Y procedió a limpiarme con toallitas húmedas, cuando terminó me puso talco y un nuevo pañal. Y así dormí toda la noche. A partir de ese momento esto se hizo moneda corriente: mi esposa me alimenta con su leche, mientras yo me visto con pañales y cosas de bebés.  Luego de la comida viene el cambio de pañal, para dormir sequito y limpio toda  la noche.

Ahora ha pasado el tiempo y mi hijo ya es un poco más grande por lo cual es más difícil repetir nuestro ritual nocturno. Pero cada vez que podemos no lo dudamos, mi esposa sigue produciendo leche a causa de mi succión, por lo tanto cuando encontramos la oportunidad, ella se transforma en mi mami y yo en su tierno bebé.